viernes, 30 de septiembre de 2011

Romper barreras

Hoy, tras dar una vuelta por mis otras columnas, me he dado cuenta de que todo o casi todo lo que trato suele estar relacionado estrechamente conmigo, o más concretamente con mi experiencia literaria más personal, lo cual creo que podría tildarse de pedantón si no fuera porque siempre acabo dándome caña o confesando mis incapacidades (algo que por otro lado no sé si será recomendable para el futuro de mi inexistente carrera literaria, eejeje).

Como algunos sabéis, tengo tendencia a analizar la forma, el fondo, la prosa y todo lo analizable en cuantos textos crea que merecen ese análisis, ya sea de un compañero de Sevilla Escribe, de uno de OZ o del más ilustre y conocido escritor de panorama literario, y en base a gustos, metas, y a lo que a mi parecer resulta importante o necesario, caigo en las comparaciones con mis propios textos, algo que en más de una ocasión resultó desalentador (una manera sencilla y barata para frustrarse, que recomiendo a los que, como yo, sientan una especial tendencia por el perfeccionamiento literario estrechamente ligada al masoquismo).

Con el tiempo, y los comentarios y bromas crueles de un montón de mamones, en especial compañeros de Sevilla Escribe, acaba uno cayendo en la cuenta de que, sin querer, asume uno el rol de escritor torturado, aunque sea de una forma un tanto descafeinada (aún no intenté suicidarme ni tomo ingentes cantidades de droga para aliviar el dolor de un alma herida). Pero sí es verdad que el caer en la cuenta de mis limitaciones, aunque me alienta a mejorar, resulta doloroso.

En otras columnas ya hablé de mi incapacidad para tocar según qué géneros literarios con un resultado que me parezca satisfactorio (aunque en algún aspecto se va poniendo remedio), o de mi incapacidad para escribir más desahogadamente, consiguiendo un pulso literario que haga el proceso lo más natural posible. Algo que mi afán de perfeccionamiento convierte en un parto largo y doloroso.

Hoy vengo a hablaros de otras de mis incapacidades. He advertido que al darle a la tecla soy capaz, con mayor o menor éxito, de retorcer lo retorcido, y montarte una trama conspiranoide en la que nada es lo que parece, llena de mentiras, verdades a medias, dobles intenciones y traiciones, pero que todo lo que escribo se ve lastrado o limitado por mi racionalidad. Con esto no me refiero a que no pueda lanzarme a esos nuevos géneros en los que se escribe de otra forma, rompiendo con las bases de lo establecido estilísticamente, que tampoco puedo. Sino a adentrarme en el fantástico, en el fantástico de verdad, o en el que, al menos para mí merece la pena. Un fantástico alejado de duendes, elfos, dragones y magos que lanzan bolas de fuego. Hablo de romper las barreras de lo establecido, de cambiar el enfoque de algo que resulta cotidiano, y racionalizar lo fantástico. Es algo que le he visto hacer a algún que otro autor, como por ejemplo a Félix J. Palma, en lo poco que le he podido leer, a Vito Márquez, compañero de Sevilla Escribe, en algún cuentito, y recientemente a María José Barrios, una autora de micros sevillana de la que dejé algún comentario en el apartado de literatura de OZ, con algunos de sus micros y un enlace a su página. Y de la que, como ya dije en ese hilo, me voy a tomar la licencia, ya que son textos que están en internet, de citar a modo de ejemplo.

Celos

Estaba tan convencida de que tarde o temprano la iba a engañar que decidió no casarse con él, no acudir a la cita, no comprarse ese vestido, no entrar a trabajar en aquella oficina, no estudiar en la Universidad, no alternar con esos chicos del instituto, no pasar los veranos con sus abuelos, no llegar a nacer siquiera.

Tal vez a algunos con la mente más abierta que yo, o más relacionada con este tipo de fantástico, les pueda resultar tonto o irrelevante, pero ese: "no llegar a nacer siquiera", me ha encantado. Decidir no nacer..., un concepto que creo que no se me hubiera ocurrido, y que se trata de forma natural, como cierre de una lista de decisiones que parecieran tener menos importancia de la que en verdad tienen. En definitiva, romper con las barreras de lo establecido, y adoptar mediante la forma y el tratamiento del texto una idea fantástica y darle vistos de realidad.

Sinceramente creo que en este tipo de juegos y recursos está el camino a seguir para darle a la literatura un aire renovado, y que siga siendo literatura sin desvirtuarse. Algo que igual se hace más de lo que imagino, y simplemente es cosa de autores a lo que aún no le hinqué el diente (que por otro lado no estaría nada mal que la columna sirviera para citar alguno de estos autores, a ser posible más allá de Cortázar y Borges). Pero en cualquier caso me parece un buen camino, mejor al menos, basándome en mi concepción de la literatura, que el de inventar nuevas formas narrativas basadas en lo etéreo, en la sucesión de imágenes sugerentes, o en pasajes autoreflesivos o en los que se dejan huecos gigantescos, en el mejor de los casos, para que el lector, con una fe infinita y una imaginación desbordante, rellene. Formulas entre las que citaré la "Locura Negra Guybrusiana", por ser de las que tengo más leídas, aunque debo reconocer que me resulta de las más cercanas y de las mejor concebidas. Una de las pocas en las que al leer llego a disfrutar, en especial de la prosa, y en las que no siempre queda uno con el pensamiento de: éste está muy drogado, o se cree que soy tonto, o tiene una confianza importante en ese público fácil de impresionar.

En definitiva, que al final escribo, escribo y hablo casi de todo, y apenas de lo que venía a hablar. Aunque por otro lado creo que más que un tema es un concepto, que no requiere de muchas explicaciones. Aunque pueda resultar un tanto tópico, creo que tenemos que romper, yo el primero, con esas barreras que nos impone lo lógico o establecido, y dar tintes de realidad a nuestras fantasías, hacer lógico lo ilógico. Tomar plena conciencia de que el límite es nuestra imaginación, y que la imaginación es algo ilimitado, algo que hay que dejar elevarse y volar, como una cometa... pero sin soltar todo el hilo.

martes, 27 de septiembre de 2011

¡MIS OJOS!

Sé que soy una pesada. Lo sé, me consta, soy muy consciente de ello. Y sé también que tengo una cierta tendencia a exaltarme con algunos temas, y a sacar mi mala lengua a pacer por lo que mucha gente consideraría una tontería. Pero claro, las teorías de la gente sobre lo que es una tontería y lo que no suelen traérmela mucho al fresco, así que yo sigo a lo mío: insistiendo.

Vamos a ver, gente: ¿en serio es tan difícil escribir bien? Me refiero a escribir sin faltas, con la ortografía y la gramática correctas, claro. Sobre lo de escribir “bien” hablando de un nivel puramente literario, es evidente que resulta dificilísimo, viendo lo que se ve por ahí… Pero no tener faltas, ¿de verdad es tan complicado? Hombre, está claro que a todos se nos cuelan dedazos aquí y allá. Más que nada porque los dedos —y la memoria— son unos traidores natos. Y también es cierto que todos tenemos nuestras bestias negras: la mía, ya lo he dicho alguna vez, son los puñeteros tiempos compuestos, que bien podría el castellano haber evolucionado —poco— como el gallego, y prescindir de tamaña aberración que, invariablemente, me hace meter la pata en algún momento del día, por mucho que yo me esfuerce en evitarlo, hombre ya. Otra gente tiene otros problemas. Hay por ahí una personita que no nombraré, pero que sabe muy bien que hablo de ella, a la que —a veces y sólo a veces, no exageremos— los laísmos no le dejan ver el bosque, aunque por lo demás, su ortografía y su gramática son impecables. Las mejores que he tenido el placer de encontrarme en años, la verdad (y por eso es la única persona a la que le pido —y le permito— que me corrija, pero eso es otra historia, y no tengo tantas ideas como para desaprovecharlas alegremente, así que corto aquí el tema…). Y os puedo asegurar que tanto esa persona como yo sabemos muy bien cuáles son nuestros problemas y, si tenemos dudas, preguntamos. Y tratamos de aprender. Es difícil renunciar a todas las —malas— costumbres de una vida, pero se intenta, qué diablos. Por orgullo. Por amor propio. Por la puñetera satisfacción del trabajo bien hecho que, cada vez más, parece importarle a menos gente.

Y, ¿ahora por qué se pone ésta así?, os preguntaréis. Pues porque a veces leo cosas que me hacen enarcar las cejas —sí, las dos. Nunca he conseguido levantar una sola ceja, y es algo por lo que me dan ganas de escupirle a la Madre Naturaleza o a la maldita genética. Adoro ese gesto. ¡Diablos, me merezco poder hacer ese gesto!— y torcer la boca en una sonrisa irónica y cargada de falta de fe en la humanidad. Me refiero concretamente a este artículo, aparecido en la edición digital de El País.

Alucinante.

Pero más alucinante todavía es que la defensora del lector recibiera, como ella misma señala en su artículo del dieciocho de septiembre en el mismo diario, una carta del comité de empresa que «…Cree, en cambio, que el aumento del número de errores se debe a que "las decisiones empresariales que se han tomado en los últimos años han desembocado en una falta de medios para garantizar la calidad del producto (por ejemplo, los correctores prácticamente han desaparecido)" y a que los redactores soportan "cada vez mayor carga de trabajo"». ¿Carga de trabajo? ¿En serio? Venga ya, hombre. Que yo puedo escribir a toda prisa tres cosas a la vez, de pie en un autobús, con una resaca del quince y la tuna tocando Clavelitos a mi espalda, y nunca, jamás de los jamases, os lo juro por el sagrado diccionario de la lengua española —sí, vale, dije “española”. Pero es que yo no tengo la culpa de que lo llamen así—, pondría algo como «…han llevado ha practicar», o «a elegido usted», o (insértese aquí un estremecimiento de pavor) «…hacabó el día en rojo el Ibex 35». Eso no es sobrecarga de trabajo. Eso no es un dedazo. Es una falta de atención como un piano, por no llamarlo —analfabetismo virulento— algo peor. Y juro que jamás en mi vida —como sí parece haberle sucedido a algún redactor del citado periódico— he confundido “astrológico” con “astronómico”, o dicho que alguien estaba “detrás suya” o…

Que sí, que vivimos en un mundo enloquecido y las prisas por dar la noticia pueden hacer que se meta la pata hasta la glotis y más allá, pero ¿tanto? ¿En serio? Venga ya… Releer un texto lleva unos pocos minutos, y puede acabar con un montón de errores. Una puñetera revisión, un condenado puñado de minutos, y los lectores no tendrían que verse en la disyuntiva de arrancarse los ojos, o cerrar la página, o bajar todos los santos del (idiota) redactor.

Y conste que estoy intentando dejar mi natural cinismo aparcado, y presuponiendo que esas barbaridades se deben a la falta de revisión, y no a la absoluta falta de alfabetización por parte de gente que —se supone— ha pasado por la universidad. Claro que, por otra parte, sé muy bien que el paso por la universidad no le garantiza a nadie que vaya a dejar de ser un idiota con muy poco amor propio, y todavía menos vergüenza, así que casi dejo aquí esta entrada, antes de que la Liga por los Derechos de los Periodistas Analfabetos me denuncie por injurias, o calumnias, o por haberles robado el bollycao de la merienda…


…O todas las haches que les faltan, y hasta las que les sobran.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Qué vida más perra

Andaba yo estrujándome las meninges a ver qué me salía, hoyga, y de repente se me ha aparecido la Musa de los Blogs en forma de protoescritor sevillano para mostrarme El Camino De Baldosas Amarillas. O, lo que viene a ser lo mismo, para empezar dándome conversación (al principio banal, poco a poco menos casual y más encauzada hacia el tema literario) y acabar dándome una idea para escribir esta entrada (que ya se me estaba resistiendo: desventajas de ser una procrastinadora irredenta, que todo acaba siendo de aquella manera). Es decir, que hoy lo que me ha salido de las meninges es, en realidad, lo que ha salido de una conversación ociosa de mañana tonta. Sirva como aviso, advertencia, amenaza o simple forma de autojustificación por si a alguien le parece que esta vez las meninges se me han ido de excursión dominguera con destino Mordor y origen incierto.

Hablando de literatura, del oficio del escritor y de cómo cada cual enfoca su ‘profesión’ (si es que se le puede llamar así), hay una cuestión que, al menos a mi juicio, tiene mucho más de fábula que de otra cosa. Y, sin embargo, hay escritores-wannabe (o, lo que es lo mismo, personas humanas que quieren ser escritoras) que se lo toman como un Catecismo del Literato, o como el mismísimo Libro Sagrado de Om para Escritores, o como las palabras cinceladas en las Tablas de la Ley por el dedo del Dios de la Literatura. Me refiero a esa leyenda urbana, ese mito, esa hipótesis, esa Gran Verdad Que Todo el Mundo Conoce según la cual el escritor es un ser solitario, amargado, que vive encerrado en su mundo y al que sólo se le aparecen las Musas cuando su vida da más bien bastante asquito. Useasé, el Mito del Escritor Maldito, cuya vida es una mierda (sin perdón) y por ello es capaz de crear nuevas vidas usando un método alternativo (que, por supuesto, no incluye sexo; si no, la vida del escritor no sería tan mala…) consistente en juntar palabras encima de un folio en blanco (o en un documento de word).

De hecho, la idea mental que muchos tienen del escritor-tipo (una idea casi romántica, si lo pensamos bien) es la del tipo solitario, arisco, hosco, quizá alcohólico o drogadicto, incluso un poco sociópata, cuyo trato con la Humanidad se reduce a las bajadas de emergencia al supermercado, que convive con un montón de libracos cubiertos de polvo y millones de papelotes desperdigados por una casa mucho menos que limpia, que vive penando por aquel amor no correspondido/trágico que es el que le mueve a escribir, escribir y escribir. Aquél que, viendo la realidad que lo rodea, prefiere meterse en su propia mente antes que enfrentarse a ella. Y esa idea llega a tal punto que algunos, queriendo dedicarse a este oficio que es el de escribir, se dedican a maltratarse cuerpo y alma, a castigar el hígado con alcohol, las neuronas con todo tipo de estupefacientes y el espíritu con amores imposibles (llegando al extremo de convertirlos en imposibles si veían la posibilidad de que la historia saliera bien) simplemente para ser ese escritor maldito, ese personaje maltratado y olvidado que, renunciando a la sociedad por culpa de un doló muy grande, se encierra para parir obras de arte literarias en la soledad de su retiro y después maravillar al mundo con su prosa. Aún no han llegado a dejarse morir para convertirse en “el escritor reconocido tras su trágico fallecimiento”, pero no descarto verlo en cualquier momento.

Me van vuecencias a perdonar, pero me parece una soberana gilipollez. También sin perdón. Más que una cuestión de necesidad, me parece una cuestión de ‘pose’. Oh, soy infeliz, estoy aislado, mi Dulcinea no me ama. Voy a ser el mejor escritor del mundo. Venga ya, señores: qué tendrá que ver la cría de berberechos con el anacoluto salvaje. Y no sólo es que la ‘pose’ no haga al escritor, igual que el hábito blablabla monje: es que es, o al menos así lo creo según mi experiencia, totalmente contraproducente.

El escritor maldito. El escritor dolorido, dañado, castigado, incomunicado, que pena en soledad y vuelca su corazón sangrante en las páginas de sus escritos. Ven-ga-ya-co-le-ga. Hablando con unos cuantos (bastantes) protoescritores, me he dado cuenta de que no soy la única a la que le pasa exactamente lo contrario. Es decir, que sólo somos capaces de escribir cuando estamos BIEN. Cuando estamos en paz, tranquilos, sin preocupaciones, sin problemas, sin disgustos. Cuando no tenemos en la cabeza veinte mil millones de dilemas, historietas, obligaciones, responsabilidades y dificultades. Cuando no nos pasamos las horas muertas pensando en el dolor de nuestro corazón (sangrante). De hecho, en este último año no sólo yo, sino también varios de esos amigos que también le dan a la pluma/tecla hemos tenido una ‘mala racha’, por llamarlo así, en la que nuestras vueltas, revueltas, comeduras de tarro y demás complicaciones mentales nos han impedido escribir una sola letra. Y, si la escribíamos, estaba mal puesta. ¿Bloqueo? Sí, pero causado precisamente por ese dolor de alma al que algunos intentan acceder porque creen que así van a ser los mejores escritores del mundo universo y parte del extranjero.

Yo sé que cada maestrillo tiene su librillo, que a cada cual le funciona un sistema y que para cada uno hay un método. Sin embargo, aunque sólo sea por estadística (quince bloqueados por problemas, dos asegurando que ése es el método que les funciona) y teniendo en cuenta que esos ‘disidentes’ tampoco están escribiendo nada de nada por muy honda que sea su ‘maldición’… me parece que la conclusión está clara. Dejémonos de poses y de mitos, de leyendas y de hipótesis: cuando mejor se escribe, cuando mejor se hace todo, es cuando uno está bien. Punto.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Autoría de esta frase

Os animamos a pensar en la siguiente frase:

Nunca conserva firmes amistades quien sólo atento va a sus pretensiones.

Y ya puestos a ver si sabeis su procedencia.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Clásicos de Aventuras

El viernes anterior, Ninotchka se confesó enamorada de un personaje de ficción. Mi problema es más grave. Son demasiados aquellos de los que me he enamorado y de los que todavía lo sigo estando. El primero fue, como ya conté en mi entrada anterior,  El Capitán Blood. Pero, aunque siguió y sigue reinando en mi corazón de lectora, pronto se vio acompañado de un montón de personajes salidos de aquellos dos enormes tomazos. No recuerdo a qué velocidad leía entonces, no creo que fuese mucha, teniendo como tenía siete años, pero sí sé que entre ese otoño de 1971 y la primavera de 1973 habían caído los dos tomos, las doce novelas.

En ellos se recogen doce historias que nos ofrecen un amplio muestrario de los diversos géneros en que podríamos dividir las novelas de aventuras: históricas, de  la colonización de norteamérica, de piratas, del lejano oeste, del helado norte, del áfrica misteriosa, de luchas fratricidas, de viajes (por tierra, mar y aire), de búsquedas de tesoros, y de expediciones de exploración, no solo a lugares remotos y reinos perdidos, sino a los rincones extraños de la mente y sus obsesiones. No están todos los que son, es evidente, pero sí son todos los que están. La recopilación es suficiente como para abrir mil mundos nuevos a una mente curiosa y ávida de historias trepidantes bien narradas. En ese aspecto, tras cuarenta años de lectura compulsiva, sigo igual: creo que no me saciaré jamás.

Además de encontrarnos seis estupendas novelas en cada volumen, que dan para muchos amores, encontré algo en el primero de ellos que me llamó la atención. La selección empezaba con el poema de Rudyard Kipling Si… Creo que nunca hubo mejor correspondencia entre la presentación y el contenido de un libro.
También, entre las casi mil páginas de cada volumen, impresas a dos columnas, en una letra diminuta, nos encontramos con dos preciosas ilustraciones a todo color por novela. Son imágenes inspiradas en el contenido de las obras. Las tengo grabadas en mi memoria a fuego y sé que me acompañarán siempre.

Tras el poema, el primer volumen empezaba con una de las grandes historias de aventuras de todos los tiempos: Ivanhoe, de Walter Scott (1820). Esta novela, a caballo entre el género de aventuras y el histórico, nos daba una visión muy bien documentada, como todas las de este autor escocés, de un periodo clave en la historia de Inglaterra, el siglo XII. En una época cuajada de leyendas y de personajes trascendentes que alimentaron la imaginación y el romanticismo de miles de lectores nos encontramos con los principales ingredientes de las novelas llamadas “de caballería”. Tenemos el caballero caído en desgracia, la heredera desposeída, la joven doncella raptada, el rey usurpador, déspotas poderosos y bandidos honrados… Todo esto, que podría dar lugar a un empacho acaramelado,  se narra con la fuerza y la agilidad que caracteriza la novela romántica de finales del siglo XIX y principios del XX, convirtiéndola en una obra en la que la intriga, los torneos, la aventura y la historia se combina para crear una obra eterna. El melancólico Ivanhoe, al que desde mi más tierna infancia puso cara Robert Taylor, fue otro de mis amores de papel.

Si la primera es el paradigma de las novelas de la Inglaterra medieval, la segunda, El último mohicano (1826), lo es sin duda de las llamadas «de frontera». Su autor, James Fenimore Cooper, que se crió en los ambientes que tan bien sabe describir, es considerado el creador de la novela histórica norteamericana. Esta fascinante historia transcurre en la frontera actual entre Canadá y Estados Unidos, durante la colonización previa a la guerra de secesión, cuando los ingleses y los franceses se disputaban unos territorios habitados por tribus enemistadas entre sí. Llena de personajes que se graban a fuego en el recuerdo, aventuras, amores imposibles, odios tribales, despertó mi más viva simpatía por los indios y mi profundo amor por sus dos protagonistas. Con ella me enfrenté por primera vez a la muerte de un personaje, y recuerdo perfectamente el impacto.
En aquella época mi hermana y yo jugábamos mucho con muñecas, como es lógico en dos niñas. Pero nuestros juegos eran auténticas recreaciones de las novelas que leíamos, y los libros eran continuamente consultados ante la más mínima falta de rigor en un detalle u otro. Así no es de extrañar que, cuando con motivo de mi Primera Comunión me regalaron dos muñecas idénticas salvo en el color del pelo, recibieran inmediatamente el nombre de Cora, la morena, y Alicia, la rubia.

La tercera del volumen fue sin duda la que menos me gustó de todas en aquella época. Como es lógico, no se puede pedir a una niña que alcance a disfrutar de la complejidad y de la profundidad de una novela como Las aventuras de Arturo Gordon Pym (1838), de Edgar Allan Poe. Algún tiempo después, con trece o catorce años volví a leerla, tras ver en televisión la película basada en el cuento La máscara de la muerte roja. Como era lo único que en ese momento tenia del autor, la cogí con ganas, y entonces si, la disfruté, aunque nunca ha entrado entre mis lecturas favoritas.

El cuarto capítulo es La vuelta al mundo en ochenta días (1873), de Julio Verne. No entra entre mis favoritas del autor, que son muchas, debido al perfil caricaturesco de los personajes. Ello causó que mi encuentro con el gran autor francés fuera más tardío que con otros del mismo estilo, pues no fue hasta que, cumplidos ya los diez años, hice caso a mi hermana y leí por primera vez La isla misteriosa. Esta lectura convirtió a su protagonista principal, el ingeniero Ciro Smith en uno de mis grandes amores de papel y al escritor en uno de mis favoritos, llegando a devorar toda su obra en un solo año.

En el quinto lugar nos encontramos con Raptado (1886), de Robert Louis Stevenson. Llamada también según ediciones por el nombre de su protagonista, David Balfour, esta novela, aunque no es de las más conocidas de su autor, es una muestra estupenda de las llamadas “novelas de iniciación”. En ella un joven huérfano descubre los orígenes de su familia y a través de un periplo lleno de aventuras que emprende, contra su voluntad, para recuperar su herencia. Crece, madura y pasa de ser un adolescente perdido a un joven intrépido y decidido. Gran autor de personajes, Stevenson logra, aunque el joven David acapara desde el principio todas las miradas, que la figura de su tío, Ebenezer Balfour destaque con fuerza a pesar de las escasa veces que aparece. Es una figura que me impactó también, pero no en el sentido de enamoramiento como si me produjo David. Creo que fue el primer personaje de papel que realmente me dio miedo o por lo menos mucho respeto y una profunda aversión.

La sexta y última novela de este primer volumen es Las minas del rey Salomón (1885), de H. Rider Haggard. Esta novela de aventuras ambientada en el África austral fue la primera de habla inglesa ambientada en el continente negro. Es así mismo considerada el origen del género literario versado en civilizaciones perdidas. El exotismo de los lugares que recorre, las aventuras, los personajes que han dado lugar a clichés explotados hasta la saciedad, hacen de ella la obra modelo en cuanto a los relatos basados en la exploración y colonización de territorios inexplorados. Por supuesto, Allan Quatermain, paradigma del cazador y explorador de estos territorios, es otro de mis grandes amores de papel.

PD: El poema está enlazado en el nombre, por si alguien no lo conoce y quiere leerlo.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Bookcrossing


Nuestro Blog hermano del Club de Lectura Brigantium, que casi todos conoceis ha iniciado una nueva aventura que llama Libros viaxeiros.

Cada semana irán facilitando libros para recoger. Esto nos lleva a interrogar en este otro blog sobre dos cosas:
- ¿Alguien tiene experiencia en el bookcrossing?
- ¿Que os parece la elección del primer libro? (que es el de la imagen; El color de la Magia de Terry Pratchett).

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Otro blog recomendable

Hace un tiempo llegué a un blog que me gustó.
Aunque supongo que todos lo conocereis, imagino que no todos los lectores que vayan llegando por casualidad o error a este otro.
Se llama Desequilibros. Hay que decir que al principio leí desequilibrios y tardé en darme cuenta de la ausencia de una i. Esto me pasa por leer de prisa (¿esto de leer cosas de prisa, es algo que critican mucho los de la Razón?).
Bueno, yo tal como soy me sentía más cómodo leyendo algo de desequilibrio, pero al final es un blog de lectura bastante equilibrado.
Y para mi muy útil por su sección de enlaces que seguramente sea fuente de recomendaciones en el futuro.

ENLACE ----> www.desequilibros.blogspot.com <----ENLACE

No lo pongo en fuente grande y color chillón para que los administradores no se quejen (lo que si pueden hacer ellos es ponerlo cuando tengan a bien en la columna de la izquierda, junto al de la semana pasada)

martes, 20 de septiembre de 2011

¿Escribes, o trabajas?

“Sólo hay un modo de ganar dinero escribiendo, y es casarse con la hija de un editor”. —George Orwell.

Digan lo que digan los estudiantes de teología, cuando Dios Nuestro Señor le dijo a Adán aquello de “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, nos hizo a todos los que vinimos detrás una putada bien gorda. Trabajar cansa. Y si además se trabaja por cuenta ajena, hay muchas probabilidades de que tengamos que soportar al proverbial jefe puñetero. Con este panorama, no es de extrañar que muchos hagan lo posible por no volver a hincarla durante lo que les resta de vida. Algunos se meten a políticos. Otros a tertulianos, o a concursantes de Gran Hermano. Los que pueden se buscan un enchufe en alguna parte. Y unos pocos, quizá los menos listos de todos, intentan ser artistas. Lo de ser (o creerse, o parecer, o intentar llegar a ser) “artista” es, a priori, una opción mucho más atractiva que darle al pico y a la pala. Los horarios son flexibles, ayuda a ligar hasta cierto punto, llena de orgullo a muchas madres y anima una barbaridad la conversación durante las cenas de Nochebuena. Pero tiene un gran inconveniente: no termina de ser fácilmente compatible con la molesta necesidad de pagar facturas.

Mucha gente parece pensar que el Escritor (en mayúscula enfática) es un ser privilegiado con un don, tocado por la Gracia Divina y ojito derecho de las Musas (que, como todo el mundo sabe, son unas titis la mar de macizas vestidas con velos de gasa), cuya única preocupación real consiste en darle forma a su próxima y genial obra. A poco que se indague sobre el particular, uno no tarda en descubrir que, como a todo hijo de vecino, al escritor también le preocupan las letras. No las que llenan de vida a sus personajes después de juntarlas para formar palabras, no. Letras de las que llegan al buzón todos los meses y requieren de dinerito en el banco para no ser expropiado. Cierto es que hay escritores forrados, que se inflan a vender, viven en casoplones de escándalo y además cobran una buena pasta en materia de royalties, pero muchos pasaron verdaderas miserias para alcanzar el éxito. Ellos también sudaron.

Gente como Raymond Chandler, por ejemplo. Con el tiempo llegaría a ser uno de los autores mejor valorados de la novela negra, pero pasó por más de treinta trabajos antes de acabar encontrando su verdadera vocación en la contabilidad, gracias a la cual consiguió una jubilación prematura que le permitió firmar “El sueño eterno”, su primera novela, a los 51 años. Recogió albaricoques por 20 centavos la hora, encordó raquetas de tenis y, cuando quiso ejercer el periodismo, fue despedido sin siquiera pasar el periodo de prueba. Desde luego, los suyos no fueron unos comienzos demasiado esperanzadores. Sin salirnos del mismo género literario, James Ellroy, que nunca acabó sus estudios, recogía pelotas de golf mientras escribía a mano “La dalia negra”. ¿Y qué pasa si ampliamos un poco más el espectro? Jack London robó ostras en la bahía de San Francisco, repartió periódicos, trabajó en una fábrica de conservas, cazó focas en el ártico y buscó oro en Klondike. La lista de “trabajos de mierda” de Charles Bukowski daría para mil palabras de entrada por sí sola. George Orwell, autor de “Rebelión en la granja” o “1984”, vivió como un vagabundo y tuvo tantos trabajos diferentes que llegó a escribir una novela sobre la posibilidad de dedicarse exclusivamente a la literatura, o complementarla con un trabajo más o menos embrutecedor.

Así que, ya lo ves, sufrido aspirante a literato. Si tienes un trabajo que aborreces y eso te quema, te arrebata la vida y te merma la pasión, no desesperes. Ni eres el primero, ni serás el último. Piensa que muchos otros se vieron en una situación como la tuya, o incluso peor, y a pesar de todo triunfaron. Puede que no te consuele, pero deberías darte cuenta de que en este planeta hay cientos de miles de personas que están en tu misma situación, y encima no tienen el amor por la palabra para aliviarles un poco la carga. Trabajar no es una opción. Es una necesidad. Ni tú ni yo tenemos la culpa de eso. Sin embargo, sí la tendremos si dejamos que la cruda realidad nos desanime y nos aleje de las satisfacciones que nos proporciona la escritura. Que son muchas y variadas, sí, pero casi todas intangibles. Mientras no puedas comer del aire, y a menos que heredes una escandalosa cantidad de dinero que te permita vivir a cuerpo de rey el resto de tus días, tendrás que robar horas de tu tiempo libre para darle a la tecla. Esto es una carrera de fondo. Y no se acaba hasta que tú decides que se ha terminado.

Información Adicional: como tantos otros, Israel Sánchez compagina su currele con lo de ser "escribidor" ocasional de cosas. Por eso, agradece enormemente el ejercicio de catarsis que este blog supone para sus neuras. Si tuviera una salud mental que poder conservar, seguro que le sería de gran ayuda.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El antes y el después de internet en la vida de un juntaletras


Bueno pues aquí tenéis mi segunda columna que trata un poco sobre mi andadura “escritoril” y cómo mi paso por Internet influyó en ella. Espero que de aquí se pueda sacar algo bueno.

De salida comentar que aunque siempre tuve interés por la lectura, aunque fuese compartido con otros tantos, mi afición por escribir fue tardía. Por un lado mi ortografía era pésima y tampoco tenía el menor interés en remediarlo. Cosas tales como los acentos y la mayoría de signos de puntuación estaban de más y escribía siempre en mayúscula y con una caligrafía horrible, y esto último no ha cambiado. Supongo que todo esto se vio condicionado porque como no había plazas para estudiar lo que quería me puse a trabajar apenas terminar la EGB, y para lo único que me servía escribir por entonces era para hacer listas de pedidos y poco más.

Otro de los factores que creo me influyó a retrasar el primer paso, es el tipo de lectura que me gusta. Poco antes de empezar, a eso de los veintipocos, mis autores de cabecera solían ser: Dumas, Stevenson, Quevedo, Bécquer, Víctor Hugo, Goethe y algunos más del palo. Por lo que la cosa me infundía muchísimo respeto. Para mí eso era escribir y acercarme me parecía del todo imposible.

Hoy en día quiero pensar que aunque fue debido a un cúmulo de factores, hubo un par de ellos determinantes. El primero fue el reunirme con un grupo de amigos para intentar hacer cortometrajes. Y como ganas había pero no muchas ideas y a mí lo de contar historias no se me daba demasiado mal, pues me convertí en el guionista a falta de alguien mejor. Ya ahí empecé a cogerle el gustillo a la cosa, pero no sería hasta la lectura de Ivanhoe que decidí lanzarme a contar mis historias. La obra de Walter Scott me resultó tremendamente evocadora.

No sé si os pasaría, pero una de las cosas que buscaba era el escribir historias que contuvieran elementos que echaba en falta, aunque con el tiempo descubrí que no era a causa de los libros, sino a mi desconocimiento. Muchas de esas cosas vinieron más tarde de mano de autores que por entonces desconocía.

Al principio emborronaba folios con ideas peregrinas a ratos perdidos, momentos en que uno no sabe muy bien qué hacer. Y al tiempo tomé la determinación de dedicarle la mañana del domingo, o la tarde si ese sábado noche me habían pasado tres pueblos, jejeje. El resto de la semana me limitaba a coger ideas o rumiar sobre qué escribiría. Así estuve durante algunos años, confinándome para crear sin compartir el resultado o mis inquietudes con nadie.

Como alguno ya sabréis empecé con una novela, (algo que no recomiendo) la misma con la que sigo después de un millón de repasos y cambios, (no fue hasta hace relativamente poco que me lancé a escribir relatos). Y salvo por el hecho de que escribir se volvió algo más cotidiano, todo se mantuvo igual hasta que Internet dio pie al cambio y a una considerable mejora.

Al igual que la escritura, Internet llegó bastante tarde a mi vida, y condicionado por el interés de conocer a gente con inquietudes afines (los aparatos eléctricos y yo no nos llevamos bien).

Sin saber cómo empecé a buscar, sin demasiado éxito en los comienzos. Hasta que el 30 de Junio del 2007 me registré en Sedice. Al principio dejé cuatro comentarios y medio y dirigidos mayormente a la búsqueda de sevillanos que escribieran. Días más tarde me enteré de que había una “quedada” en Valencia y sin pensarlo cogí el coche y me encajé allí. Y ciertamente mi concepción en muchos aspectos cambió bastante. Salí de la “quedada” con las pilas nuevas y muchísimas ganas de implicarme más de lleno. La verdad es que todas las tertulias y certámenes a los que fui resultaron muy enriquecedores, aunque también es cierto que en la mayoría de los casos más por los asistentes que por las actividades propuestas. En cualquier caso animo a la gente a que se pase por alguna.

Después de Sedice estuve probando por otros foros, aunque en muchos había poca actividad y en otros, como fueron Ábrete libro y Pasadizo, no llegué a integrarme. Algo más tarde conocí OcioJoven. Un lugar donde no vi demasiados comentarios, pero donde sí se podían encontrar muy buenos textos. Aunque le encontré bastantes pegas. El sitio se me hacía complicado y el hecho de que los textos a mandar tuvieran que ser inéditos y tardaran tanto en salir, unido a que no sabías cuándo te comentaban o si respondían a tus comentarios limitó algo mi paso.

Creo fue por esa época, a raíz de un certamen en Dos Hermanas, que empezó a fraguarse lo de formar un grupo de escritores en Sevilla y se tuvieron los primeros contactos con blog y foros de creación propia.

Desde los comienzos del colectivo aunamos conocimientos sobre páginas de interés literario e intercambiamos textos para corregir. Por entonces descubrí la pagina de Axxon y su taller de escritura, donde mediante buenas explicaciones y ejemplos corregí un buen número de errores, y me familiaricé bastante más con los guiones de dialogo (aunque se siguen teniendo errores, que uno se esmera por tener los textos pulidos y llega el Guybrush de turno y te hace el texto polvo, jeje)

Algún tiempo después varios sevillanos de OcioJoven se unieron al colectivo y la cosa ganó muchos enteros (Era gente que tenía más tablas y de la que se aprendió mucho en poco tiempo). Fue entonces, animado por Canijo y Weiss, cuando empecé con los relatos, algo que me trajo bastantes alegrías, que pienso que me aportó cierta versatilidad y empezó a abrirme los ojos en muchos aspectos.

Mantuve mi paso por Sedice y con algo de orientación por parte de estos compañeros empecé a entrar más asiduamente en OcioJoven, pero aún así seguí buscando sitios. Y como en los comienzos di con muchos portales pequeñitos, donde la participación era escasa o inexistente o había un “buenrollismo” infinito y colgaras lo que colgaras todo era estupendo y fantástico. Lugares estos últimos donde gente que no te conocía de nada te dejaba mensajes del estilo: “Amigo Ángel, tu texto me tocó el alma. Mil abrazos de tu amigo X y que tu pluma te guíe por fértiles senderos”. Y uno se quedaba con la sensación de que se estaba metiendo en una secta o algo por el estilo.

El tiempo pasaba e iba haciendo amistades en los foros, y estas mismas amistades me recomendaban otros foros. Así fue como conocí Fantasía Épica, quizás uno de portales donde mejor cayeron mis textos, y Prosófagos, la única pagina donde la gente entra a corregir por sistema. Una pagina que carece de versatilidad, en el sentido de que más allá de un foro general donde se tocan algunos temas no están más que los textos de los autores, pero donde se aprende muchísimo. El trato es muy agradable y dicho sea de paso sirve de cura de humildad para más de uno (hay dos o tres miembros con una habilidad para encontrar fallos o aconsejar posibles mejoras que te demuestran lo lejos que estás de una posible autosuficiencia correctora). Creo que fue aquí donde me recomendaron la página de “Stilus”, una pagina gratuita que tiene un corrector de textos mucho más completo que el de Word o la de “Wordreference”, que te hace las veces de pagina de la RAE, al tiempo que de diccionario de sinónimos y antónimos y de traductor en varios idiomas.

Con el paso del tiempo el blog de Sevilla Escribe comenzó a asentarse, y por medio de éste y del foro empezamos a conocer escritores de la zona que demostraron interés por participar. Escritores que hoy son compañeros y amigos, y con los que suelo reunirme una vez a la semana. Algo que de seguro no hubiera pasado de no ser Internet.

A los pocos meses de crearse el blog de Sevilla Escribe y algo más suelto con la creación decidí abrirme un blog propio. Como comentaba llevaba años con mi novela y necesitaba saber qué opinión le merecía a la gente. Y por otro lado tenía la convicción de que algo estaba mal y no podía precisar qué. Así que sin terminar, eso sí, registrando lo que tenía, empecé a colgarla por entregas. Y la verdad es que es algo de lo que me alegro, porque me ayudó a darme cuenta de muchas cosas, y por otro lado corroboró varias de las apreciaciones que me hicieron en el colectivo. En especial las de Canijo, que todavía a día de hoy cuando sale el tema me mira con sus ojillos entrecerrados y una sonrisa maliciosa, mientras señalándome con el dedo me dice: “Te lo dije, mamona”.

En resumidas cuentas aprendí que las historias no me las tenía que contar a mí mismo y no dar tantas cosas por sentado. Aprendí que independientemente del estilo los textos tenían que fluir. Aprendí que había que saber mirar al texto de forma global, que este no era una consecución de frases bonitas o biensonantes, y que las frases no eran más hermosas por retorcerlas más. Aunque bien es verdad que a veces la cabra tira al monte y recae en esos errores. Pero por suerte no faltan los que están ahí para aconsejarme, corregirme y animarme. Personas que viven lejos, muchos más allá del charco, pero que gracias a Internet puedo tener cerca. Y todos estos logros y mejoras, y otras tantas que quedan en el tintero, en menos de dos años. Dos años muy intensos, y en los que aprendí mucho más que en todos los anteriores.

Me despido, esperando que al menos las páginas que citó os sean de ayuda, y si recuerdo alguna más ya la añado en mensajes posteriores. Si tenéis algo que opinar o compartir alguna vivencia del estilo creo que es el sitio, y si no tal vez conozcáis alguna pagina de interés que pudierais citar por aquí. Sería una buena manera de echarnos un cable.

No sé vosotros, pero yo creo que eso de que la profesión de escritor es algo solitario pasó a ser cosa del pasado.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Autoría de esta frase

Os animamos a pensar en la siguiente frase:

Los amigos falsos son como las sombras: sólo nos siguen cuando brilla el sol.

Y ya puestos a ver si sabeis su procedencia.

sábado, 17 de septiembre de 2011

El inicio de un clásico

Bueno, bueno.
Llegamos a la tercera entrega de este medio juego de adivinar los inicios.
Parece que hasta ahora solo una persona ha acertado alguno de los propuestos, aunque haya ido a confirmarlo en el google.
El de esta semana es aun más clásico, pero seguramente la mayoría no lo habrá leído.
Lo pongo en homenaje a Ninotchka tras su entrada de ayer (después de rebuscar no encontré el teléfono del Turuting Center que suelo tener a mano para casos similares y asuntos propios).

Una mañana de las de enero, señor Don Lorenzo, que el frío y la pereza me embargaron el cuerpo en mi cama más de lo acostumbrado, consultando un pensamiento amoroso con la almohada (gran maestra de fábricas de viento), me hallé tan lejos de mi como cerca de un desengaño, que se me representó en la idea de la locura de amor. Parecióme oír aquel verso que Virgilio tomó de Teócrito:
Ah, Coridon, Coridon, qua te
dementia caepit
Y sin ver por dónde fui llevado, me hallé en un prado más deleitoso y ameno que lo suelen mentir poetas de primera tonsura, que cursando los primeros años en las flores de los jardines, pasan luego a las Indias por tesoros, con que, según piensan, enriquecen sus pobres papeles. Allí vi dos claros arroyos, uno de amargas, otro de dulces aguas, juntarse con tan sonoro murmullo, que lisonjeaban los oídos de los por la ribera pasaban; y vi que con esta agua templaba amor el oro de sus flechas, según colegí de los oficiales, ministros suyos, que en esto se ocupaban. Por estas señas pensé que estaba en los celebrados jardines de Chipre, y ya quería buscar aquella memorable colmena de donde salió la abeja que se atrevió a picar al señor Cupido, y dio ocasión a Anacreonte a hacer aquella dulcísima oda. Y no pensaba mal, pues las mismas señas da el Poliziano en su Historia:
Sentesi un grato mormorie dell’ende
Che fen duo freachi e lucidi ruscelli
Versando dolce con amar’liquere
Ove arma de l’oro de’suoi streli Amore. 

¿Alguno se atreve?

viernes, 16 de septiembre de 2011

Estoy enamorada de un tío que no existe

Queda ridículo, ¿verdad? Pues más ridículo queda todavía cuando le pongo nombre a ese tío. Los que me conocéis bien (y los que me conocéis menos bien, y los que sólo me conocéis de pasada, e incluso aquellos que sólo me habéis visto de refilón en algún antro internetero de estos mundos de Dios, y me atrevería a decir que hasta los que sólo sabéis de mí lo que dice en la solapa de alguno de esos libros que hay firmados con mi nombre en las librerías, esperando acechantes al despistado comprador para saltarle a la yugular) sabéis de sobra que hace más de un lustro que he reconocido que estoy enamorada de Jon Nieve (Jon Snow ‘en versión original’); de hecho, es motivo de chufla y rechufla, broma de mayor o menor gusto, cachondeo del sano y del hiriente, descojonos varios y variados y miradas intencionadas en todas sus variantes (incredulidad, conmiseración, horror, sorna, etc). Pero yo sigo erre que erre: sí, soy una mujer hecha y derecha, tengo ya mis buenos casi 35 añitos, soy una profesional reconocida en mis dos modalidades (periodista y escritora), y, sin embargo, no me cuesta reconocer que estoy completamente enamorada de Jon Nieve, que es, para el que no esté familiarizado con la obra de George R. R. Martin, un chaval de 17 años, con un ánimo que oscila entre la depresión más emo (hasta viste de negro… aunque sea por ‘exigencias del guión’) y la carencia absoluta de sentido del humor, y que, lo que es más importante, es un personaje de ficción.

O sea, no existe.

Ahora es cuando todos ponéis los ojos en blanco. Así, muy bien. Mirando pal cerebro, que dicen en mi pueblo. Mientras volvéis a direccionar las pupilas hacia el exterior de vuestros cráneos, visualizadme con la barbilla bien alta, los labios apretados y los ojos entrecerrados en el mejor de las poses “sí, qué pasa”, ¿de acuerdo?

Una vez pasado el primer impacto (podéis seguir pensando “esta tía está más loca que que que una cosa muy loca”, o incluso “tiene carencias afectivas”, y hasta podéis llegar al consabido “ésta lo que necesita es un buen…” y lo que sigue (válgame, autocensurándome a estas alturas, a lo que hemos llegado). No me importa, lo tengo superado =) Sí, me enamoro de tipos de papel. ¿Qué pacha? No sólo de Jon Nieve (aunque reconozco que me tiene chifladita): hay otros muchos personajes que me aceleran el pulso. Hace algunas semanas un colega psicólogo me vio hecha polvo, con los ojos hinchados y una carita de viuda reciente que daba lastimica verla (nunca he sido gran cosa, pero aquel día debía estar horrible a juzgar por la cara de susto que puso al verme) y, cuando logró sacarme qué me pasaba, sus palabras fueron: “¿Y por qué tienes que avergonzarte de llorar por lo que le pase a un personaje de ficción? Lo jodido sería que no sintieras nada.” Así que cabeza alta, hombros atrás, y sigo explicando lo que os quería explicar con esta confesión de programa de radio de madrugada.

Lo que a priori puede parecer una lacra, oh, dioses, me enamoro de personajes de ficción, Virginia, joder, cómprate una vida y todas esas cosas, en realidad me sirve, y me sirve bien. Y no sólo es porque mi imaginación sea bastante explícita, que también (no os pongáis mojigatos: en Poniente los chavales de 17 años NO son menores de edad, y además no se puede cometer un delito mentalmente, qué leches), ni tampoco porque total, como una es soltera de pensamiento, obra, palabra y omisión, pues qué mejor que buscarse un churri imaginario en vez de tener sueños curiosones con el vecino del quinto, que está casado y su mujer tiene una mala uva que como me vea lanzándole miradas tiernas al susodicho me mete una leche que me deja la nuca a la altura del esternón.

No, en realidad me sirve de otra forma. Y es que hace tiempo que descubrí una verdad fundamental acerca de mí: soy enamoradiza, qué le voy a hacer. Me encapricho hasta las pencas de uno u otro a mínimo que me haga un poquito de gracia. Y eso también me pasa con los personajes de ficción, aunque enamorarse de un tío que sólo sale en un libro es mucho menos embarazoso que hacerlo de uno con el que te cruzas todos los días en el ascensor. Las probabilidades de éxito vienen a ser las mismas, pero al menos el del libro nunca te hace pupita, ni te da calabazas, ni te hace la cobra, ni te hace ‘un truco de magia’, ni pierde convenientemente tu número de teléfono, ni otras muchas cosas peores que no voy a decir por si acaso me lee alguien con tendencia a la depresión. Al menos, como digo, el del libro siempre está ahí al alcance de tu mano ;)

Y, sin embargo, tampoco es por eso por lo que esta capacidad de enamorarme de tíos inexistentes me resulta útil. Como ya sabéis la mayoría (y los que no, pues por eso lo digo), soy escritora. Llevo siéndolo desde que era niña, pero sólo hace seis o siete años que me he puesto ‘en serio’, y hace menos de dos que me considero profesional. Y cuando comencé a escribir ‘de verdad’, dejándome de escenitas tontas para pasar el rato, relatitos improvisados en foros e historias basadas en las historias de otros autores, descubrí una cosa fascinante: eso mismo que me ocurría al leer los libros de otros me sucedía al escribir los míos. Cuando yo leía una historia y me enamoraba de un personaje, tenía que seguir leyendo, igual que, si me hubiera enamorado del chaval del quiosco de la esquina, habría hecho todo lo posible por pasar al menos dos veces al día a verlo, aunque me dejase el sueldo en revistas que luego no iba a leer. Y, al escribir mis propias historias, sentía esa misma obsesión, esa misma necesidad casi física por ver al ‘chico de mis sueños’ de esa semana. ¿Por qué? Pues porque me enamoraba locamente de mis personajes.

Fue entonces cuando decidí dejar de esconder esa lacra rara mía y dejarme llevar. ¿Me volvía loca por los personajes que se inventaba otro tío? Sí, y por los que me inventaba yo también. Y cuando me enamoraba de ellos, tenía que escribir sobre ellos. Y lo que escribía funcionaba, porque estaba escribiendo con pasión, que es una de las cosas fundamentales a la hora de enfrentarse a un trabajo medianamente creativo/artístico. Y las letras fluían debajo de mis manos, y la novela salía sola, y la historia tenía alma, tenía ese ‘algo’ que no se puede explicar con palabras y que no se puede aprender haciendo cursos ni masters ni machacándose a trabajar para hallarlo. Y he descubierto que, cuando no siento nada, cuando un personaje no me despierta ninguna sensación, ningún sentimiento, no me provoca ninguna reacción, entonces no puedo escribir sobre él. Y entonces vienen los bloqueos, la desesperación, la depresión, el llanto y el crujir de dientes. Cuando todo es tan sencillo como enamorarse.

Así que ya sabéis por qué no me importa reconocerlo, e incluso decir con orgullo “Sí, estoy enamorada de Jon Nieve”. Perdida e irremediablemente. ¿Algún problema…?

jueves, 15 de septiembre de 2011

Ante la Ley

Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un campesino y le ruega que le permita entrar a la Ley. Pero el guardián responde que en ese momento no le puede franquear el acceso. El hombre reflexiona y luego pregunta si es que podrá entrar más tarde. 


—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no. 


Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de 
modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice: 


—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero. 


El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo: 


—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo. 


Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse. 


El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino. 


—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable. 


—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella? 


El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. 


—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré. 

¿Conocíais ya este texto?

martes, 13 de septiembre de 2011

VIVE LE DIFFÉRENCE

Pensaba yo ayer —sí, a veces se me da por esas extravagancias, qué le vamos a hacer— lo diferentes que somos unos humanos de otros. En todo, gracias a los dioses por ello, pero también en esto de juntar letras aunque sólo sea para escribir un puñado de artículos.

En este blog participamos unos cuantos, tampoco muchos, y aun así, cada uno es de su padre y de su madre. Desde el histérico que lo quiere tener todo controlado, saber cuándo le toca, de qué va a tener que hablar, y en qué tono va a tener que hacerlo, hasta el absoluto pasota que dice: “Bah, ya lo pensaré”.

Y es que hay gente para todo: hay gente que escribe y planifica hasta la última coma. Gente que revisa cada palabra hasta que encaja. Gente que necesita tiempo y tiempo…Y hay gente que en diez minutos te saca quinientas palabras que da gloria verlas. Hay gente que madura las ideas, que las saborea, que ata cada posible hilo en una trama… Y hay gente que empieza y sigue adelante, que ya se sabrá.

Del mismo modo que hay gente que sale a la calle sin rumbo fijo, y gente que tiene trazada hasta la ruta más eficiente para llegar a cada punto, con un organigrama con post-it y notas marginales con los tiempos necesarios para cada tarea a realizar.

Y, en este asunto de escribir en el blog, he podido ver como hay gente que más o menos aporta unas ideas, se deja llevar y se lo toma con relativa calma, y gente con menos seguridad que necesita tiempo y orden y estructura y lógica y…

Eso no es malo. En absoluto, no me malinterpretéis. Cada uno es como es, y cuando hay muchos gallos paseándose por un corral, lo lógico es aunar posiciones para que esto no acabe con las gallinas patas arriba con expresión extática y confusa… O desplumadas, que es peor. Así que toca sentarse e intentar programar cosas, algo difícil para los que no gustan de hacerlo. Y también toca improvisar un poco, porque así tienes contentos a los que prefieren tomarse la vida con más calma.

Lo que me lleva a una de mis premisas fundamentales: en la vida, como en la escritura, como en muchas cosas, las reglas no están hechas para todos. Así que de nada vale dar mil consejos, establecer mil normas, que cada uno va a hacer con ellas lo que le salga del conco.

Es por eso que no estoy escribiendo un artículo sobre consejos para escribir bien. O sobre cómo organizarse el trabajo para ser eficiente. Porque no creo que sirvan para nada y que los “consejos para escritores” sólo valen para el que los escribe.

Bueno, por eso, y porque es la una de la madrugada, en unas horas tengo que tener colgada la entrada porque se decidió que me tocaba a mí, y porque, dado que soy una procrastinadora crónica, no tenía ni idea de qué escribir. Pero con esto, en diez minutos y con ninguna idea, he sacado quinientas palabras, aunque quizá no dé gloria verlas.

Sí, yo soy de las pasotas, ¿qué pasa?

lunes, 12 de septiembre de 2011

UNA AGUJA EN UN PAJAR

Hoy vengo a hablar de algo que me parece preocupante. Una amenaza que crece a pasos agigantados y quiero pensar que es pesadilla de más de un lector, entre los cuales me cuento. Se intentará no ser alarmista sin que por ello se le llegue a quitar hierro al asunto. Y tras esta introducción, vamos con ello.

Lectores, el escaso sitio en nuestras estanterías, siempre en peligro de extinción, quizás algo atenuado por la salida del e-book, afronta hoy un nuevo problema.

Quiero aclarar antes que nada, por innecesario que pudiera parecer, que estoy generalizando, y que obviamente, como se suele decir: no son todos los que están, pero están todos los que son.

El que me conozca sabrá que llevo años moviéndome por foros, y aunque no me considere un lector de género ni un protoescritor de género, son este tipo de foros los que suelo frecuentar. En parte por afinidad con los pobladores, en parte porque no conozco muchos foros que no sean del palo que merezcan la pena.

Por otro lado advertir que hablaré de mi experiencia personal de cada día. Estoy lejos de embarcarme en estudios de mercado y demás.

Supongo que a estas alturas os preguntaréis: ¿Pero me va a terminar hablando de algo? Sí, sí, a eso vamos.
No sé si es impresión mía, pero creo que en la literatura de género se da una curiosa peculiaridad: hay tantos lectores como escritores. Todo el que está en el mundillo parece darle a la tecla con mayor o menor fortuna. Algo que creo que se lleva dando desde hace bastante tiempo, pero que de un tiempo a esta parte se ha visto abocado a ciertos cambios.

Antes esta nueva hornada de autores no solían pasar en su mayoría de colgar algún relato en un foro o colar algún texto en alguna antología que solía ser propuesta por los mismos foros. Y de entre ellos siempre había alguno que despuntaba, y era ése el que, con mayor o menor fortuna, terminaba dedicándose a escribir a tiempo parcial y sacando una novela de vez en cuando. Y ése era uno de los elegidos, uno de los que había conseguido traspasar la difícil barrera y publicar. Pero eso era antes...

Es un hecho que a día de hoy, por mucha crisis que tengamos, más allá de la pasión por la literatura o el tratar la edición como un negocio que se conoce y del que se intenta vivir, se cuenta con la ventaja de la impresión digital y un montón de historias que abaratan los costes de publicación y permiten las tiradas mínimas. Y si a esto le sumamos el hecho de que el estado da ayudas por montar editoriales sin otro requisito que el de publicar X libros al año, nos encontramos con un crecimiento desmesurado de pequeñas editoriales. Entre éstas, indudablemente, están las que lo dan todo, las que publican asiduamente y tiene un criterio de calidad aceptable; pero no siempre es el caso.

Esto hace que un porcentaje X de gente no cualificada, o que no busca más que una subvención, se ponga a editar. El problema comienza cuando un aluvión de esta nueva hornada de escritores se pone en contacto con el aluvión de editoriales nuevas y empiezan a salir libros al mercado.
De un tiempo a esta parte, por ridículo que parezca, empieza uno a sentirse raro en unos foros en los que todo el mundo, menos yo, parece tener novela jejejeje.

Recapitulando, nos vemos ante el hecho de que un montón de escritores y editoriales, mejores o peores, confluyen y empiezan a salir libros a porrillo. Obviamente sale de todo, y los foros empiezan a llenarse de noticias de conocidos o amigos diciendo: Tío, tal tal ediciones (una editorial que en el 90% de los casos no sabías ni que existía) me va a sacar una novela. En ocasiones piensas: pues leí varios relatos de este tío y me parece lógico que le publiquen, ya estaban tardando. Pero esto no suele ser lo común.

Luego sigues el hilo y te enteras de lo que va el libro, en el 90 % de los casos alguien tuvo la feliz idea de reescribir Harry Potter, El Señor de los Anillos, Juego de Tronos, Crepúsculo u otra novela de zombis, a veces tan vergonzosamente parecida al original que hay que llamarlo homenaje. Y la diferencia apenas radica en que en lugar de elfos se llaman yuris, y son verdes, o que en lugar de un estúpido niño con gafas, es una niña marginada que descubre que en realidad es un hada. Lo bueno, que al menos en estos casos ya estás a la defensiva y tu bolsillo no se resiente, o no debe resentirse. Porque es cuando llegamos al momento del acoso y derribo.

Llegando a este punto, veintemilmillones de amiguitos de Facebook, que en la mayoría de los casos ni conoces o no te hablan desde hace un siglo, empiezan a mandarte invitaciones a eventos o incluso te llaman por teléfono para "compartir su alegría contigo" e invitarte a la presentación de su novela, de lo cual en muchos casos te alegras, pero en otros no tanto, e incluso en el segundo caso, si te coge en tu ciudad y el tipo es tu amigo o amigo de un amigo pues vas, porque en el fondo es un buen momento para reencontrarse con mucha gente y a uno le van estos saraos.

Una vez allí te encuentras el libro a la mano y le echas un ojo por encima, y en un porcentaje muy alto te sobra media cuartilla para darte cuenta que estás ante un aborto de novela, llena de repeticiones, mal puntuada, con faltas y un largo etc. Y te echas a temblar. Ya no por lo que cueste, sino por el problema de las estanterías y la sensación de estafa. Te podías gastar el mismo dinero tomándote unas cañas con los colegas pero luego, ¿qué haces con el libro? Yo no sé vosotros, pero soy incapaz de tirar un libro por malo que sea, y uno no tiene tantos conocidos lectores a los que aprecie tan poco como para hacerle regalos de ese tipo. Aparte uno se siente mal, como en el cuento de Stevenson del diablo en la botella, pasando la maldición a otros. Por lo que, si al final te ves en el compromiso de comprarlo, pasa a criar polvo en tus estanterías hasta que puedes darle largas o acabes por donarlo a una biblioteca.

Una de las cosas que más me sorprende, más allá de que el autor no parezca tener consciencia de su aborto, es que éste te llegue pavoneándose, en ese día en el que es el niño del bautizo (estoy firmemente convencido de que la tontería del autor es inversamente proporcional a la calidad de lo que escribe), y te diga algo del tipo: la escribí en dos meses. Y es cuando tú te muerdes la lengua para no decirle: se nota.
En lo que va de año he recibido varias invitaciones, y conseguí librarme de alguna que otra muy chunga. También me salva el ser muy sincero, y el decirle a más de uno: mira, no lo compro porque no sabría qué hacer con tu libro, o no tiene mucho sentido que me compre un libro que no voy a leer. Sé que puede resultar cruel o molestar, y lo duro que es o debería de ser para un autor escribir un libro (siempre y cuando no sea una parida escrita a vuelapluma) yo mismo lo intento hace años y a día de hoy no fui capaz, pero no concibo el comprarme un libro por amiguismo.

No obstante, ya fui a varias presentaciones este año, y compré algún que otro libro más o menos legible y alguno que otro interesante, pero hubo uno en especial que estaba lejos de ser de una editorial pequeña con el que me la metieron doblada. Por respeto al autor no daré nombres, pero tras leer el primer capítulo con mucho trabajo uno queda con la sensación de haber sido estafado, y se pregunta cómo alguien se dignó a publicar semejante truño.

No sé vosotros, pero yo he llegado a un punto en el que más allá de mirar por mis pobres estanterías, apenas me fío del criterio de unos cuantos, y según el caso. Ya que si el autor en cuestión es amigo del preguntado, en el peor de los casos te suele decir, de haberlo leído: está bien o entretenido. Algo que también me pasó. Y luego cuando te vuelves a encontrar con el recomendador, y te acuerdas junto con el libro, de algún familiar cercano, y aludes a su condición de macho de la cabra te suele confesar: bueno, sí, es malillo.

Pero como ya dije al principio estoy generalizando. No dudo de la existencia de autores, conocidos o no, o editoriales, pequeñas o no, que sepan muy bien lo que se hacen. Aunque lo cierto y verdad, al menos a mi parecer, es que encontrarlos cada vez se parece más a buscar una aguja en un pajar.

Ángel Vela (palabras)

domingo, 11 de septiembre de 2011

Autoría de esta frase

Os animamos a pensar en la siguiente frase:

Un amigo es la persona que nos muestra el rumbo y recorre con nosotros una parte del camino.

Y ya puestos a ver si sabeis su procedencia.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El inicio de un clásico

Este inicio me ha sorprendido y he de decir que no lo recordaba. Bueno, seamos realistas, tampoco recuerdo haber leído precisamente este libro. Aunque ya se sabe que a los que nos gusta los libros nos encanta decir que hemos leído todos aquellos que salgan en una conversación, película o cualquier situación.

Lo que tengo claro es que acabaré usándolo en el futuro, quizás hasta en un libro. Total si yo no me acuerdo y me ha parecido bueno, malo será que otros se den cuenta de que plagio. Y si por eso no me publican un libro, pues siempre tendré la oportunidad de dedicarme a esa profesión tan adecuada para los que copian de otros. Creo que escribiendo columnas en semanarios o periódicos no pagan mal.

Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas, poco susceptibles de análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas sabemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen sus músculos en acción, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar.

No me digais que algunos de los que frecuentan estos blogs no se sienten identificados. ¿Alguno sabe sin recurrer al buscador que libro empieza con este fragmento?

viernes, 9 de septiembre de 2011

Soy lectora


Es lo que mejor se hacer y lo que llevo haciendo desde hace 40 años. Ese va a ser mi papel en este blog. Unas veces comentaré cosas desde el punto de vista del lector puro, y otras como hoy, vendré a hablar de libros.

Como es el inicio de mi andadura en esta bitácora, quiero contaros como fue mi inicio en un mundo tan apasionante como es el de los libros. (No temáis, no es mi intención convertir esta sección en las batallitas de la yaya. Con una ya es suficiente.)

Yo tenía siete años y una hermana de doce. Leía con bastante corrección desde hacía cuatro años, pero hasta entonces me había limitado a cuentos, tebeos y libros infantiles, como era lo normal. Ese invierno habían emitido en TVE la serie de producción propia Los tres mosqueteros. Mis padres, apasionados devoradores de películas y novelas de aventuras de todo pelaje y condición, desoyeron las voces que la tachaban de no apta para niños, y nos dejaron, una noche por semana, quedarnos pegadas a aquella caja cuadrada en blanco y negro. Recuerdo que cada episodio venía comparado con la película de Gene Kelly, de quien mi madre era ferviente admiradora y con la novela, una de las favoritas de mi padre. Aquellos comentarios, silenciados en cuanto acababan los anuncios, acompañados del hecho de ser la única de la clase que la veía, magnificaban la sensación de estar disfrutando de un privilegio inigualable.

Un día del verano siguiente, que pasábamos en el pueblo como todos los años, mi hermana y yo, aburridas, empezamos a caminar sin rumbo por la única calle que lo formaba. Le pedí que me contara una historia, como era habitual, pero en este caso quería una novela de las que ella leía, no un cuento para niños, una como la de la tele que tanto me había impactado. Y ella empezó a contarme la última que había leído, una de piratas: El capitán Blood, de Rafael Sabatini.


Conforme iba desgranando su historia, llevadas de forma mecánica por nuestros pies, salimos del pueblo al rebasar la última casa, y seguimos caminando por la carretera, recién asfaltada por primera vez. Tuvimos suerte de que a seis kilómetros del pueblo nos encontrara el único coche que pasó por allí en varios días. Tan embebidas íbamos en nuestras aventuras, que las horas se habían convertido en minutos, y los kilómetros en metros.

Fue un auténtico flechazo. En cuanto volvimos del veraneo, le pedí que me dejara el libro. Yo quería leer esa novela. Sentía que un mundo nuevo de aventuras, como las que veía en las películas que ponían en la tele los sábados por la tarde y que me fascinaban por completo, estaba esperándome. Los cuentos infantiles no satisfacían esa curiosidad que había despertado en mí la serie de televisión y que mi hermana, al hablarme de sus lecturas, había avivado. Me costó varios meses, hasta navidades, lo recuerdo bien. Pero fueron intensos, vividos con deleite cada segundo que pasaba con la nariz pegada a las páginas y la espalda doblada sobre la mesa. 

Tengo ahora mismo el libraco ante mí, aunque muy deteriorado por el tiempo y las muchas vicisitudes sufridas. Aún recuerdo con emoción la sensación de sumergirme por primera vez en sus páginas. Me pareció enorme, pero pensé, (y fue la primera vez, pero no la última) que a mayor tamaño, más horas de distracción. Es el segundo de los dos volúmenes que componen las Obras selectas de la literatura juvenil, y la verdad, jamás vi un título mejor puesto. En cada tomo, de kilo y medio de peso, encuadernado en tapa dura, muy dura, forrado de tela roja impresa en negro con letras doradas, hay seis maravillosas novelas. En este volumen, en concreto, tenemos El mundo perdido, Hasta el último hombre, El lobo de mar, El honor del desierto blanco y Beau geste, acompañando a la que os presento.

Todas ellas fascinantes, pero para mí, la primera fue y será siempre El capitán Blood.

Esta novela, publicada en 1922, narra las aventuras de Peter Blood, médico inglés que, falsamente acusado de traición, es vendido como esclavo en las islas Barbados. Comprado por el brutal propietario de una plantación, consigue huir de ella a bordo de un barco español que, junto a compañeros de esclavitud, captura durante una incursión a la isla. Considerados proscritos tanto en el Caribe como en Inglaterra, solo tienen como salida la piratería, y a ella se dedican casi en contra de su voluntad.

Maravillosamente ambientada y documentada, es, a mi entender, la mejor de piratas que se ha escrito jamás. Con un estilo culto y elaborado, a veces poético, y a la vez directo y ágil, nos traslada sin casi darnos cuenta al caribe del siglo XVII. Con increíble soltura nos presenta unos personajes vívidos y creíbles, naturales, sencillos y muy reales. En especial el protagonista, que destaca con fuerza inusitada tanto por su personalidad como por su evolución. Las batallas navales están narradas con una elegancia, y una maestría visual que nos hace ser capaces de recrearlas en nuestra imaginación como si las estuviéramos viviendo. Incide, pese a ser una novela de aventuras o quizá por ello mismo, en la forma en que el protagonista asume su situación, y la forma en que intenta mantenerse lo más limpio posible en un mundo sucio y degradado como es el de la piratería. Hay citas impactantes y frases magistrales que nos van sorprendiendo en cada rincón de sus páginas. Y el humor, ácido y mordaz, del protagonista, da lugar a diálogos inteligentes, verdaderos duelos verbales que domina con maestría.

Esta novela, de lectura agradable e innegable calidad literaria, es perfecta para leer en cualquier momento y lugar en el que se quiera disfrutar de un libro que nos traslade a un mundo de emociones y aventuras.

jueves, 8 de septiembre de 2011

La decadencia del ingenio

Ese es el título de uno de esos blogs que ha conseguido mantenerse desde hace muchos años. Y es que los blogs permiten una lectura sosegada y con "más chicha" que si tienes el número de letritas limitado.
El autor pone una entrada sencilla para describirse:

Ocho palabras y dos números
Jaime Rubio Hancock. Barcelona, 16 de julio de 1977. Periodista.


Un blog para leer con calma y disfrutar de la ironía de su autor en buena parte de las entradas.

Échale un vistazo

martes, 6 de septiembre de 2011

La medida del éxito

Podrán decir muchas cosas de nosotros en el futuro, pero no creo que nadie pueda llamarnos oportunos. Este blog nace en una época en que la blogosfera está ya muerta y enterrada. Pretender triunfar con este medio a estas alturas viene a ser como querer hacer fortuna abriendo un videoclub o vendiendo chaquetas de color salmón con hombreras. Tradicionalmente, a esto se le llama “nacer desfasados”. Los blogs tuvieron su momento de popularidad, llegaron al cénit y decayeron de puro éxito. Todo el mundo tenía una bitácora, hasta que se llegó a un punto en que la Red estaba saturada de sitios en los que la gente contaba su vida, colgaba fotos de sus mascotas y, en otro orden de cosas, aprovechaba para poner a parir al prójimo a través de los comentarios. La saturación provocó, sobre todo, hartazgo. También dio como resultado un montón de blogs aburridísimos y capaces de licuar córneas, para qué vamos a engañarnos a estas alturas de la vida. Todo eso, unido a la necesidad de trabajo que requerían las actualizaciones, terminó por desanimar a los usuarios. Y entonces llegaron las redes sociales. Esas… cosas.

Puede que algún día escriba una entrada que trate más a fondo sobre el particular, pero hoy me basta con dejar clara una idea: no, no creo que vayamos a alcanzar las más altas cotas de éxito en el índice de popularidad con esta nueva aventura, singladura o, si me apuran, chaladura. Y sin embargo… Sospecho que de aquí puede acabar saliendo “algo”. Más allá de lo económico, de ganar suficiente pasta como para comprarse varias mansiones, tres o cuatro ferraris y uno o dos títulos nobiliarios sólo por fardar, hay una medida del éxito que funciona a nivel íntimo. En ese sentido, tengo la sensación de que este blog puede tener muy buenos resultados.

No vamos a reinventar la rueda. Tampoco vamos a sentar cátedra sobre nada. Pero prometemos tratar los temas que vayan surgiendo con sensatez, una mirada lúcida y sentido del humor. O al menos prometemos intentarlo. Ya se sabe lo perfectas que son siempre las intenciones y lo diferentes que suelen ser después los resultados. También prometemos divertirnos todo lo que podamos en el proceso, por lo que es de suponer que parte de esa diversión acabará redundando en beneficio de todos. Al menos, esa es nuestra intención más saludable y nos abrazaremos a ella con orgullo.

¿Qué encontrará aquel que decida pasarse por aquí? Estoy por asegurar que todo tipo de cosas lisérgicas, pero sobre todo textos relacionados con la escritura en cualquiera de sus vertientes imaginables. Habrá puntos de vista de personas que escriben con intención de publicar. También de personas que ya han publicado y lo seguirán haciendo. Sin olvidarse de aquellos otros que simplemente gozan de la palabra escrita tanto como la aman, respetan y procuran honrarla dentro de sus capacidades. Encontrarán, en suma, un blog pensado por y para la palabra. Tan maltratada como la tenemos en los tiempos que corren, bien saben los dioses que toda iniciativa que surja para protegerla y mimarla un poco es más que necesaria.

Cada uno de los autores de los textos tratará el tema que le venga en gana, según su forma, manera y estilo de hacer las cosas. Por tanto, que a nadie le extrañe si esto acaba pareciendo una jaula de grillos. Creemos que así puede ser mucho más memorable. Puede que hayamos llegado un poco tarde. Puede que no alcancemos la más mínima resonancia. Pero eso no nos importa en absoluto. Nosotros vamos a disfrutar todos y cada uno de los minutos que nos dure la tontería. Por eso, para nosotros esto es, desde ya, un puñetero éxito.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Autoría de esta frase

Os animamos a pensar en la siguiente frase:

En la prosperidad, nuestros amigos nos conocen; en la adversidad, nosotros conocemos a nuestros amigos.

Y ya puestos a ver si sabeis su procedencia.