sábado, 31 de agosto de 2013

Acabó la actividad de verano

Con el final de agosto acabamos las entregas diarias. A partir de mañana 1 de septiembre empieza una nueva temporada, en la que cumpliremos 25 años como asociación y en la que esperamos mantener este espacio y ampliar las actividades.
Un saludo y gracias por visitar nuestra página.

viernes, 30 de agosto de 2013

Desconexión semanal

Un ingeniero paleolítico había llegado a imaginar un carro, y quería construirlo. Pero no tenía ruedas. Entonces primero construyó un prototipo de rueda cuadrada, y cuando las puso en el carro y lo probó se dio cuenta de que el carro iba dando botes y resultaba incómodo. Empezó a pensar en la forma de resolver el problema, y llegó a la conclusión de que la causa eran las esquinas de las ruedas, así que la primera solución que se le ocurrió fue la de eliminar las esquinas, pero no sabía como. Así que la siguiente idea fue:
"Ya que no se como eliminar las esquinas, al menos podría hacer que su efecto fuese menor".
Entonces intentó minimizar el numero de esquinas y el siguiente prototipo de rueda fue triangular.

jueves, 29 de agosto de 2013

Las Habichuelas Mágicas

Las Habichuelas Mágicas

Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.

-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan,te las daré a cambio de la vaca.

Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar. Cuando se levantó Periquín al día siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las habichuelas habían crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdían de vista. Se puso Periquín a trepar por la planta, y sube que sube, llegó a un país desconocido. Entró en un castillo y vio a un malvado gigante que tenía una gallina que ponía un huevo de oro cada vez que él se lo mandaba.

Esperó el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la gallina, escapó con ella. Llegó a las ramas de las habichuelas, y descolgándose, tocó el suelo y entró en la cabaña. La madre se puso muy contenta. Y así fueron vendiendo los huevos de oro, y con su producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murió y Periquín tuvo que trepar por la planta otra vez, dirigiéndose al castillo del gigante. Se escondió tras una cortina y pudo observar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolsón de cuero. En cuanto se durmió el gigante, salió Periquín y, recogiéndo el talego de oro, echo a correr hacia la planta gigantesca y bajó a su casa. Así la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo.

Sin embargo, llegó un día en que el bolsón de cuero del dinero quedó completamente vacío. Se cogió Periquín por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalándolas hasta llegar a la cima. Entonces vió al ogro guardar en un cajón una cajita que, cada vez que se levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salió de la estancia, cogió el niño la cajita prodigiosa y se la guardó. Desde su escondite vió Periquín que el gigante se tumbaba en un sofá, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sóla, sin que mano alguna pulsara sus cuerdas, una delicada música. El gigante, mientras escuchaba aquella melodía, fue cayendo en el sueño poco a poco. Apenas le vió asi Periquín, cogió el arpa y echó a correr. Pero el arpa estaba encantada y, al ser tomada por Periquín, empezó a gritar:

-Eh, señor amo, despierte usted, que me roban!

Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde la calle los gritos acusadores:

-Señor amo, que me roban!

Viendo lo que ocurria, el gigante salió en persecusión de Periquín. Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que también el gigante descendía hacia él. No había tiempo que perder, y así que gritó Periquín a su madre, que estaba en casa preparando la comida:

-Madre, traigame el hacha en seguida, que me persigue el gigante!

Acudió la madre con el hacha, y Periquín, de un certero golpe, cortó el tronco de la trágica habichuela. Al caer, el gigante se estrelló, pagando así sus fechorías, y Periquín y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una moneda de oro.

FIN

miércoles, 28 de agosto de 2013

Una Perra cara, de Anton Chejov (y II)

(Iniciado ayer)

—Perdóneme, Mijail Ivanovich, pero me toma usted sencillamente por tonto. ¡Hasta me ofende! 

—Bueno, bueno... Pues nada, entonces... No lo compre si no quiere... ¡A usted es imposible hacerle comprender nada! ¡Pronto empezará usted a decir. que en vez de rabo tiene una pata!... Pero nada ... ¡A usted es a quien quería yo hacer el favor! ¡Vajrameev! ... ¡Trae coñac! El ordenanza trajo más coñac. Los dos amigos llenaron sus vasos y quedaron pensativos. Transcurrió media hora en silencio. —¡Y después de todo..., vamos a suponer que fuera perra!... —interrumpió el silencio el teniente mirando sombrío la botella—. ¿Qué importancia tendría eso?... ¡Mejor para usted!... Le daría cachorros, cada cachorro no valdría menos de veinticinco rublos. ¡Se los compraría cualquiera, encantado! ¡No sé por qué le gustan tanto los perros! ¡Son mil veces mejor las perras! El género femenino es más adicto y más agradecido... Pero bueno, en fin..., si tanto miedo tiene usted al género femenino, ¡quédese con ella en veinticinco rublos! 

—No, querido. No le pienso dar ni una kopeka. En primer lugar, no necesito perro, y, en segundo, no tengo dinero. 

—Eso podía usted haberlo dicho antes... ¡Milka! ¡Largo de aquí! 

El ordenanza sirvió una tortilla. Los amigos se pusieron a comerla y la terminaron en silencio. 

—¡Es usted un buen muchacho, Knaps! ¡Un muchacho cabal! —dijo el teniente, limpiándose los labios—. ¡Qué diablos! ¡Me da lástima dejarle así! ¿Sabe usted una cosa?... ¡Llévese la perra gratis! 

—Pero ¿para qué la quiero yo, querido? —dijo Knaps con un suspiro—. Y además, ¿quién me la iba a cuidar? 

—¡Bueno, pues nada, entonces!..., ¡nada!.... ¡qué diablos! ¿Que no la quiere usted?... ¡Pues no se la lleva! Pero ¿adónde va usted?... ¡Quédese un ratito más! 

Knaps se levantó desperezándose y cogió su gorro. 

—Ya es hora de marchar. Adiós —dijo, bostezando. 

—Espere, entonces. Le acompañaré. 

Dubov y Knaps se pusieron los abrigos y salieron a la calle. Anduvieron en silencio los cien primeros pasos. 

—¿No se le ocurre a quién podría yo dar la perra? ¿No tiene usted a nadie entre sus conocidos...? La perra, como ha visto usted, es bonísima..., y de raza..., pero yo no la necesito para nada. 

—No se me ocurre, querido. En realidad, ¿qué conocimientos tengo yo aquí?... 

Hasta llegar a la misma casa de Knaps, caminaron los amigos sin pronunciar palabra. Sólo cuando al abrir la puerta de la verja Knaps estrechó la mano a Dubov, éste tosió y con alguna vacilación dijo: 

—¿Sabe usted si los perreros de la localidad aceptan perros? 

—Es posible que los acepten, pero con seguridad no se lo puedo decir. 

—Mañana la mandaré allá con Vajrameev. ¡Al diablo con la perra! Por mí, que la desuellen..., ¡maldita, asquerosa perra! ¡Por si fuera poco que ensucie las habitaciones, ayer en la cocina se zampó toda la carne!... ¡Canalla! ¡Y si siquiera fuera de buena raza!... ¡Pero no es más que una mezcla de perro callejero y de cerdo! ¡Buenas noches! 

—Adiós —dijo Knaps. La puerta de la verja se cerró y el teniente quedó solo.

martes, 27 de agosto de 2013

Una Perra cara, de Anton Chejov (I)

El maduro oficial de infantería Dubov y el voluntario Knaps, sentados uno junto a otro, bebían unas copas. 

—¡Magnífico perro!... —decía Dubov mostrando a Knaps a su perro Milka—. ¡Un perro extraordinario!... ¡Fíjese, fíjese bien en el morro que tiene!... ¡Lo que valdrá sólo el morro!... Si lo viera un aficionado, tan sólo por el morro pagaría doscientos rublos. ¿No lo cree usted?... Si es así, es que no entiende nada de esto. 

—Sí que entiendo, pero... 

—Es setter. ¡Setter inglés de pura raza! Para el acecho es asombroso, y como olfato... ¡Dios mío!... ¡Qué olfato el suyo! ¿ Sabe cuánto pagué por mi Milka cuando no era más que un cachorro?... ¡Cien rublos! ¡Soberbio perro! ¡Ven acá..., Milka bribón, Milka bonito!... ¡Ven acá, perrito..., chuchito mío... ! 

Dubov atrajo a Milka hacia sí y le besó entre las orejas. A sus ojos asomaban lágrimas. 

—¡No te entregaré a nadie..., hermoso mío..., tunante! ¿Verdad que me quieres, Milka? Me quieres..., ¿no? Bueno, ¡márchate ya! —exclamó de pronto el teniente—. ¡Me has puesto las patas sucias en el uniforme! ¡Pues sí, Knaps!... ¡Ciento cincuenta rublos pagué por el cachorro! ¡Desde luego ya se ve que los vale! ¡Lo único que siento es no tener tiempo para ir de caza! ¡Y un perro sin hacer nada se muere!... ¡Le falta... sobre qué utilizar la inteligencia!... ¡Cómpremelo, Knaps! ¡Me lo agradecerá usted toda la vida! Si no dispone de mucho dinero, se lo dejaré por la mitad de su precio... ¡Lléveselo por cincuenta rublos!... ¡Róbeme ... ! 

—No, querido —suspiró Knaps—. Si su Milka hubiera sido macho—, quizá lo comprara, pero... 

—¿Que Milka no es macho? —se asombró el teniente—. Pero ¿qué está usted diciendo, Knaps?... ¿Que Milka no es macho? ¡Ja, ja!... Entonces, ¿qué es según usted? ¿Perra? ¡Ja, ja!... ¡Qué chiquillo! Todavía no sabe distinguir un perro de una perra! 

—Me está usted hablando como si yo fuera ciego o una criatura —se ofendió Knaps—. ¡Claro que es perra! 

—¡A lo mejor también le parece a usted que yo soy una señora!... ¡Vaya,vaya.... Knaps! —¡Y decir que ha cursado usted estudios técnicos!... No, alma mía. Este es un auténtico perro de pura casta. ¡Es capaz de dar ciento y raya a cualquier otro perro, y usted me sale con que no es perro! ¡Ja, ja... ! 

(Continua mañana)

lunes, 26 de agosto de 2013

Vocabulario

Soluciones a la semana anterior.


abstruso
De difícil comprensión.

absurdo
Carente de lógica.

abubilla
Nombre común de un pájaro insectívoro de plumaje pardo rosado.

abusivo
Que se realiza abusando.

domingo, 25 de agosto de 2013

¿Sabes de donde es este fragmento?

Ellos tienen razón
esa felicidad
al menos con mayúscula
                        no existe
ah, pero si existiera con minúscula
sería semejante a nuestra breve
                                presoledad
después de la alegría la presoledad
después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad
ya sé que es una pobre deformación
pero lo cierto es que en ese durable minuto
uno se siente
             solo en el mundo
sin asideros
sin pretextos
sin abrazos
sin rencores

sábado, 24 de agosto de 2013

¿Sabes de donde es este fragmento?

El arrogante y poderoso señor tenía razón y ella lo sabía. Esa noche cada vez que vomitaba en el tazón del cuarto veía el rostro de Damien reprochándole: 

-Te lo dije, jovenzuela. villana, pilluela. Te dije que tu consumido estómago no iba a tolerar más que pis de oveja por un tiempo. Me gusta, maldita. ¡Ja, ja, ja!

Por supuesto que en realidad esas no habían sido las palabras de Damien. Tanto él como esa ramera pelirroja prácticamente se asfixiaron con sus besuqueos antes de marcharse abrazados de la habitación.
Colgando de la cama, con la cabeza hacia abajo, vomitaba una y otra vez. "Y bien, esta vez sí que me muero", pensó. Aquí yace Bonnie Eden, una huérfana, hallada muerta en su cama por un empacho con asquerosas arvejas. Que descanse en maldita paz."

Bonnie se recostó sobre las mantas, se limpió la boca y la nariz con la manga del camisón y esperó a que pasara el espasmo. Cuando estuvo seguro de que ya no le quedaba qué vomitar, tomó el tazón de porcelana fina, decorado con una guarda de flores rosas y caminó hacia la ventana.

Levantó el tazón hasta la altura de sus ojos y admiró la delicada curvatura del recipiente de porcelana. Las rosas eran muy bonitas. A su madre le habían encantado, pues tenía una gran debilidad por las rosas. 

Alrededor de toda la casa, tenían un enrejado cubierto de rosas. Pero su madre nunca había tenido nada tan extravagante como eso. De haber sido así, no lo habría desperdiciado así. Por el contrario, lo habría usado como fuente para servir guisados y luego lo habría apoyado sobre algún aparador, a modo decorativo, para dar más vida a aquel sombrío sitio. El único tazón de cuarto que tenía era un balde de hojalata tan grande que cualquier persona habría podido caer dentro si tropezaba. Recordó que una vez le preguntó a su madre por qué necesitaban un tazón de leche tan grande y ella le respondió: -Porque tu Pa bebe demasiado en la taberna.

Bonnie nunca había hallado la relación entre una cosa y la otra.

viernes, 23 de agosto de 2013

Desconexión semanal

Estaba en la sala de espera para la primera cita con un odontólogo nuevo en la ciudad. Leí su nombre completo en el diploma y recordé un chico alto, apuesto, de pelo oscuro, compañero de clase en
bachillerato hace poco más de 40 años.

- ¿Sería el mismo muchacho que me gustaba en ese entonces?

Al verlo descarté la idea rápido, este hombre canoso, casi calvo y tan arrugado estaba muy viejo para ser mi compañero. ¿¿¿o sería???

Al terminar el examen le pregunté si había asistido a la preparatoria Morgan Park.

-Si, si! -contestó orgulloso-.

-¿Cuándo te graduaste? -pregunté-.

-En 1959, ¿por que preguntas?

-ESTABAS EN MI CLASE ! -exclamé-.

Me miró de cerca y luego este feo, viejo y arrugado triple hijueputa me preguntó:

-¿QUE CLASE DABAS ?

jueves, 22 de agosto de 2013

La vida de CHARLES BAUDELAIRE

RESEÑA BIOGRAFICA DE CHARLES BAUDELAIRE

Charles-Pierre Baudelaire, nace en París el 9 de abril de 1821.

Tiene 6 años cuando su padre sexagenario, un sacerdote que había colgado los hábitos convertido en funcionario, muere. Su madre se vuelve a casar poco después con Aupick, un oficial que llegará a ser general comandante de la plaza fuerte de París. Él siempre sintió aversión por este padrastro.

Después de su bachillerato, rechaza entrar en la carrera diplomática con el apoyo de su padrastro. No quiere ser sino escritor. En gran perjuicio de su familia burguesa, frecuenta la juventud literaria del Barrio Latino. Un consejo de familia, bajo la presión del general Aupick, lo envía a las Indias, en 1841, a bordo de un navío mercante.

Pero Charles Baudelaire no desea más que la gloria literaria y durante una escala en la Isla de la Reunión, deserta y vuelve a París a tomar, puesto que ha alcanzado su mayoría de edad, posesión de la herencia paterna. Se une a Jeanne Duval, una actriz mulata de la cual, a pesar de frecuentes desavenencias y numerosas aventuras, seguirá siendo toda su vida el amante y el sostén.

Participa en el movimiento romántico, juega a ser dandy, y contrae deudas. Sus excentricidades son tales que su madre y el general Aupick obtienen en 1844 del Tribunal que sea sometido a un consejo judicial.

Baudelaire, herido, no se repondrá de esta humillación. Privado de recursos, no cesará desde entonces de evitar los acreedores, mudándose, escondiéndose en casa de sus amantes, trabajando sin descanso sus poemas intentando mientras tanto ganarse la vida publicando artículos. Una primera obra marca sus comienzos como crítico de arte.

Loa a su amigo Delacroix, critica a los pintores oficiales. Ese mismo año, una tentativa de suicidio le reconcilia provisionalmente con su madre. En 1846, descubre la obra de Edgar Poe, ese maldito de Ultramar, allende el Atlántico, ese otro incomprendido que se le asemeja, y, durante diecisiete años, va a traducirla y revelarla. Su salud comienza a deteriorarse. Se ahoga, sufre crisis gástricas y una sífilis contraida diez años antes reaparece. Para combatir el dolor, fuma opio, toma éter. Físicamente, es una ruina.

En la soledad orgullosa donde él se ha encerrado, dos luces: los escritos admirados de dos escritores todavía desconocidos, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine, sobre su obra que se resume en una única recopilación. Las Flores del Mal, a lo que hay que añadir los poemas en prosa del Spleen de París, ensayos, (Los Paraísos Artificiales, estudio sobre los efectos del opio y del hachís), sus artículos de crítica y su correspondencia.

En 1866, durante una estancia en Bélgica, un ataque lo paraliza y lo deja casi mudo. Agoniza durante un año; amigos, para ayudarle a sobrellevar el dolor, acuden junto a su lecho a interpretarle Wagner. Se apaga a los 46 años, el 31 de agosto de 1867, en los brazos de su madre.

miércoles, 21 de agosto de 2013

LA MARCHA DE AFRODITA, de Clark Ashton Smith (y II)

(Iniciado ayer)

Apenas habían terminado de hablar, cuando a través del desierto llegó Afrodita, y su llegada provocó una luz sobre las colinas, y por donde caminaba disminuían las sombras, y las arenas grises producían amapolas granates y el profundo verdor del césped que luciera cuando las reinas eran jóvenes, antes de que pasaran a formar parte de una oscura leyenda y los siglos las convirtieran en momias polvorientas. Llegó hasta la orilla y quedó en pie ante Phaniol, mientras la puesta del sol se extendía, llenando el cielo y el mar con un color aterciopelado de capullo recién abierto, y lo más profundo de la concha que en tiempos remotos le fuera consagrada se elevaba para recibirla. 

No llevaba ropajes, ni coronas, ni guirnaldas, arropada y coronada únicamente por el crepúsculo solar, tan hermosa como los sueños de un mortal, pero mucho más hermosa que todos los sueños. La diosa aguardaba, sonriente y tranquila, símbolo de la vida y de la muerte, de la desesperación y de la pasión, ensueño de carne y hueso para dioses y poetas y galaxias jamás conocidas. Pero también reflejaba el asombro del amor, de algo mucho más que el amor, y cuyo sentido no podía entender el poeta. 

—¡Hasta siempre, oh Phaniol! —exclamó, y su voz recordaba el suspiro de aguas lejanas, el murmullo de aguas de plenilunio, arrullando no sin tristeza una orgullosa isla coronada de altas palmeras—. Me has conocido y adorado durante toda tu vida hasta este momento, pero ha llegado la hora de mi partida; me voy, y cuando me haya marchado me seguirás adorando, pero ya no me conocerás. Así es el destino, y estaba dispuesto que ningún hombre, ni ningún mundo, ni ningún dios me poseyera completamente hasta la eternidad. Cuando yo ya no exista regresarán el otoño y la primavera, el primero cuajado de hojas amarillas, y la segunda de violetas igualmente amarillas; los pájaros se refugiarán en las zarzamoras renovadas, y conocerás nuevos y fugaces amores. Jamás volverán a tus ojos o a los de cualquier otro mortal la perfecta imagen y el perfecto cuerpo de la diosa. 

Finalizando así su despedida, saltó del muelle ceniciento a la oscura proa de la barca; y de la misma manera en que había llegado, sin necesidad del viento ni de los remos, la barca se hizo a la mar cuajada de los descoloridos pétalos del anochecer. Desapareció inmediatamente de la vista, mientras el desierto perdía las antiguas amapolas y el rico verdor que luciera de nuevo por unos instantes. La oscuridad se adueñó de Illarión, siguiendo furtivamente el camino trazado por Afrodita; las sombras retornaron a las colinas, y el corazón del poeta Phaniol seguía siendo una urna de negro jade fraguada por el amor con cenizas apagadas.   

martes, 20 de agosto de 2013

LA MARCHA DE AFRODITA, de Clark Ashton Smith (I)

LA MARCHA DE AFRODITA
CLARK ASHTON SMITH

Por todas las tierras de Illarión, desde los valles y montañas coronadas con nieves perpetuas, hasta las poderosas colinas cuyo reflejo oscurece un mar tranquilo y tibio, estaban encendidos los antiguos fuegos verdes y amatistas del verano. Se aspiraban especias en el viento que azotaba el rostro de los montañeros al escalar los altos glaciares, y el más antiguo bosque de cipreses, que se deslizaba ceñudamente sobre una bahía de límpido cielo, estaba iluminado por las orquídeas de color escarlata... 

Pero el corazón del poeta Phaniol era una urna de negro jade fraguada por el amor con cenizas apagadas. Deseoso de olvidar por algún tiempo la socarronería de las zarzamoras, Phaniol caminaba solitario por el desierto que rodeaba a Illarión; era un lugar ennegrecido tiempo atrás por grandes hogueras, y que nunca había conocido los pinos, las violetas, los cipreses o las zarzamoras. Al caer la tarde llegó a un océano virgen, de aguas oscuras y estáticas bajo el sol poniente, exento del murmullo inmemorial propio de otros mares. Phaniol se paró y anduvo distraído por la costa cenicienta, soñando de cuando en cuando con ese mar llamado Oblivion. 

Entonces, bajo el sol yacente cuya cegadora luz iluminaba su frente, apareció una barca que suavemente se deslizó hasta tierra; pero no había viento y los remos colgaban inertes sobre olas sin cresta espumosa. Phaniol advirtió que la barca estaba construida con madera de ébano, decorada con extraños anaglifos y lujosamente tallada con imágenes de dioses y bestias, sátiros, diosas y mujeres, siendo la figura principal la de un Eros negro, de serios labios carnosos y llenos, e implacables ojos de zafiro de mirada extraviada, como si estuviesen contemplando intensamente cosas innombrables o desconocidas. A bordo venían dos mujeres, una de ellas pálida como la luna polar, y la otra tan negra como una noche ecuatoriana. 

Ambas llevaban vestidos imperiales, y su talante era el propio de las diosas, o de quienes habitan con ellas. Sin pronunciar una sola palabra y sin un solo gesto, contemplaron a Phaniol, quien a pesar de su asombro preguntó: 

—¿Qué buscáis? 

Entonces, con una voz que más parecía la voz del jardín de las Hespérides entre las palmeras, durante un anochecer en las islas Afortunadas, respondieron: 

—Esperamos a la diosa Afrodita, quien presa de tristeza y desolación abandona Illarión, así como todos los países de este mundo de amores fugaces y mortales efímeros. Vos, puesto que sois poeta y habéis conocido la gran tiranía del amor, contemplaréis su marcha. Pero ellos, los cortesanos, mercaderes y sacerdotes no recibirán ningún mensaje, ninguna señal de su partida, y en modo alguno podrán imaginarse que se ha marchado... Ahora, oh Phaniol, están próximos el tiempo, la diosa y la despedida. 

(Continua mañana)

lunes, 19 de agosto de 2013

Vocabulario

De entre las siguientes definiciones.
¿Cual crees que corresponde a abstruso?


- De difícil comprensión.

- Carente de lógica.

-Nombre común de un pájaro insectívoro de plumaje pardo rosado.

- Que se realiza abusando.


Y lo más difícil. Con las definiciones que rechaces encuentra un término que corresponda con las mismas, empezando por AB

domingo, 18 de agosto de 2013

¿Sabes de dónde es este texto?

Kitiara, de todos los tiempos, éstos son
los que agitan la noche, la espera, el lamento.
Las nubes ensombrecen la ciudad mientras escribo,
congelando el pensamiento y la luz, haciendo que las calles
se suspendan entre el día y la negrura. He esperado
más allá de decisiones, más allá del corazón en penumbra,
para hablarte como ahora lo hago.

En la ausencia creciste
más hermosa, más ponzoñosa. Eras
esencia de orquídeas en la ondulante noche
en que la pasión, cual tiburón arrastrado por un río de sangre,
mata los cuatro sentidos, sólo el paladar preservando
para, doblado sobre sí mismo, hallar su propia savia
en una liviana herida, y yo, al igual que el tiburón, degusto
unas entrañas desgarradas en el largo túnel de mi garganta;
más, aun sabiéndolo, siento que la noche conserva su riqueza,
convertida en una manopla de deseos que me llevan a una paz
donde me confundo en un vano embrujo, y estrecho en mis brazos
la tiniebla consagrada por el placer.

Pero la luz,
la luz, Kitiara mía, cuando el sol
las lluviosas callejas ilumina y el aceite
de los empañados faroles reverbera en el agua por el astro azotada,
difuminando la claridad en mil arco iris... La luz que me levante
y, aunque vuelva la tormenta a enseñorearse,
pienso en Sturm, Laurana y los otros,
pero más que nadie en Sturm, que puede ver el sol
a través de la bruma y el manto de nubes. ¿Cómo abandonarlos?

Y así, en la sombra,
no tu sombra sino la agitada y gris penumbra,
ansioso de luz, ahuyento la tormenta.

sábado, 17 de agosto de 2013

¿Sabes de dónde es este texto?

Usted Martín Santomé no sabe
cómo querría tener yo ahora
todo el tiempo del mundo para quererlo
pero no voy a convocarlo junto a mí
ya que aún en el caso de que no estuviera
toda muriéndome
entonces moriría
sólo de aproximarme a su tristeza.
Usted Martín Santomé no sabe
cuánto he luchado por seguir viviendo
cómo he querido vivir para vivirlo
porque me estoy muriendo, Santomé.
Usted, claro, no sabe
ya que nunca se lo he dicho
ni siquiera
en esas noches en que usted me descubre
con sus manos incrédulas y libres
usted no sabe cómo yo valoro
su sencillo coraje de quererme.
Usted Martín Santomé no sabe
y sé que no lo sabe
porque he visto sus ojos
despejando
la incógnita del miedo.

viernes, 16 de agosto de 2013

Desconexión semanal

Durante una clase de moral y buenos modales, la profesora dice a sus alumnos:

- Miguel, si fueras a cortejar a una joven de buena familia, muy bien educada y, durante una cena en la que te presentan a su familia tuvieras necesidad de ir al servicio, ¿qué le dirías?

- "Espérenme un rato, necesito ir al baño".

- No Miguel!, eso sería muy grosero; de mal gusto por tu parte.

- Juan: ¿Y cómo lo  dirías tú?

- Hmmm, ..."Perdón, debo ir al toilette. Vuelvo enseguida".

- Eso está mejor... pero resulta algo desagradable decir "toilette" durante una comida.

- Y tú, Jaimito, ¿serías capaz de usar tu intelecto, al menos por una vez, para intentar mostrarnos tus buenas maneras? ¿Cómo pedirías tú permiso para este tema?

- Seño, Yo le diría: "Estimados señores, perdonen que me ausente un momento, pero voy a darle una mano a un conocido que espero poder presentarle a su hija después de la cena"

jueves, 15 de agosto de 2013

Fragmento de El verano del cohete

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.

miércoles, 14 de agosto de 2013

El Reloj, de Pío Baroja (y II)

(Iniciado ayer)

«¡Ah! Soy feliz -me repetía a mí mismo-. Ya no oigo la odiosa voz humana, nunca, nunca.» 

Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico. La vida estaba dominada; había encontrado el reposo. Mi espíritu gozaba con el horror de la noche, mejor que con las claridades blancas de la aurora. 

¡Oh! Me encontraba tranquilo, nada turbaba mi calma; allí podía pasar mi vida solo, siempre solo, rumiando en silencio el amargo pasto de mis ideas, sin locas esperanzas, sin necias ilusiones, con el espíritu lleno de serenidades grises, como un paisaje de otoño. 

Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico. En las noches calladas una nota melancólica, el canto de un sapo me acompañaba. 

--Tú también --le decía al cantor de la noche-- vives en la soledad. En el fondo de tu escondrijo no tienes quien te responda más que el eco de los latidos de tu corazón. 

Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico. Una noche, una noche callada, sentí el terror de algo vago que se cernía sobre mi alma; algo tan vago como la sombra de un sueño en el mar agitado de las ideas. Me asomé a la ventana. Allá en el negro cielo se estremecían y palpitaban los astros, en la inmensidad de sus existencias solitarias; ni un grito, ni un estremecimiento de vida en la tierra negra. 

Y el reloj sombrío medía indiferente las horas tristes con su tictac metálico. Escuché atentamente; nada se oía. ¡El silencio, el silencio por todas partes! Sobrecogido, delirante, supliqué a los árboles que suspiraban en la noche que me acompañaran con suspiros; supliqué al viento que murmurase entre el follaje, y a la lluvia que resonara en las hojas secas del camino; e imploré de las cosas y de los hombres que no me abandonasen, y pedí a la luna que rompiera su negro manto de ébano y acariciara mis ojos, mis pobres ojos, turbios por la angustia de la muerte, con su mirada argentada y casta. Y los árboles, y la luna, y la lluvia, y el viento permanecieron sordos. 

Y el reloj sombrío que mide indiferente las horas tristes se había parado para siempre.

martes, 13 de agosto de 2013

El Reloj, de Pío Baroja (I)

Pío Baroja - El Reloj 

Porque todos sus días, dolores, y sus ocupaciones, molestias, aún de noche su corazón no reposa. 
(Eclesiastés.) 

Hay en los dominios de la fantasía bellas comarcas en donde los árboles suspiran y los arroyos cristalinos se deslizan cantando por entre orillas esmaltadas de flores a perderse en el azul mar. Lejos de estas comarcas, muy lejos de ellas, hay una región terrible y misteriosa en donde los árboles elevan al cielo sus descarnados brazos de espectro y en donde el silencio y la oscuridad proyectan sobre el alma rayos intensos de sombría desolación y de muerte. 

Y en lo más siniestro de esa región de sombras, hay un castillo, un castillo negro y grande, con torreones almenados, con su galería ojival ya derruida y un foso lleno de aguas muertas y malsanas. Yo la conozco, conozco esa región terrible. Una noche, emborrachado por mis tristezas y por el alcohol, iba por el camino tambaleándome como un barco viejo al compás de las notas de una vieja canción marinera. 

Era una canción la mía en tono menor, canción de pueblo salvaje y primitivo, triste como un canto luterano, canción serena de una amargura grande y sombría, de la amargura de la montaña y del bosque. Y era de noche. 

De repente, sentí un gran terror. Me encontré junto al castillo, y entré en una sala desierta; un alcotán, con un ala rota, se arrastraba por el suelo. Desde la ventana se veía la luna, que ilumina a con su luz espectral el campo yerto y desnudo; en los fosos se estremecía el agua intranquila y llena de emanaciones. Arriba, en el cielo, el brillante Arturus resplandecía y titilaba con un parpadeo misterioso y confidencial. En la lejanía las llamas de una hoguera se agitaban con el viento. En el ancho salón, adornado con negras colgaduras, puse mi cama de helechos secos. El salón estaba abandonado; un braserillo, donde ardía un montón de teas, lo iluminaba. Junto a una pared del salón había un reloj gigantesco, alto y estrecho como un ataúd, un reloj de caja negra que en las noches llenas de silencio lanzaba su tictac metálico con la energía de una amenaza.

(Continua mañana)

lunes, 12 de agosto de 2013

Vocabulario


Soluciones a la semana anterior

absolver
Confirmar un tribunal la inocencia del acusado.

absorber
Captar un cuerpo las moléculas líquidas o gaseosas de otro con el que se
encuentra en contacto y retenerlas entre las propias.

absterger
Desinfectar, purificar.

abstraer
Independizar las cualidades o características generales de un objeto, sin hacer
referencia a sus manifestaciones externas.

domingo, 11 de agosto de 2013

¿Sabes de dónde es este texto?

La cabalgata por Hyde Park fue agradable, aunque Royce no se sintió precisamente complacido cuando los amigos del conde de St. Audries, Rufe Stafford y Martin Wetherly, se invitaron al paseo. Se sintió todavía menos complacido cuando los dos hombres se pegaron al grupo y, por buena educación, se vio obligado a invitarlos a su casa para la comida ligera que Ivy Chambers había preparado, anticipando la llegada de varios de los caballeros que acompañaron a Royce y a Zachary de vuelta a casa.

El grupo estaba compuesto por unos quince caballeros, incluyendo a George Ponteby, Alían Newell, Francis Atwater, Stafford y Wetherly, así como varios amigos de Zachary. Leland y Jeremy naturalmente eran parte del grupo, pero Royce se maravilló al ver que también habían incluido al joven Julian Devlin. Mientras los demás estaban ocupados en servirse del profuso buffet preparado en el comedor, Royce enarcó una ceja en dirección a Julian, y con gesto interrogante, miró a Zachary.

sábado, 10 de agosto de 2013

¿Sabes de dónde es este texto?

CANCIÓN DE LOS NUEVE HÉROES

Del norte venía el peligro, tal como ya sabíamos.
En los albores del invierno, la danza de un dragón
asolaba las tierras, hasta que de los bosques,
de las praderas, surgiendo de la materna tierra,
el cielo se abrió ante ellos.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz de un atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

Uno surgió de un jardín de roca,
de los paraninfos de los enanos, del tiempo y la sabiduría,
donde el corazón y la mente se unen
en la azulada vena de la mano.
En sus paternales brazos, se concentraba el espíritu.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz de un atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban hacia
el corazón de la historia.

Uno de un cielo de chorreantes brisas,
ligero como el viento,
de los ondeantes prados, del país de los kenders,
donde el grano surge de la pequeñez
para crecer verde y dorado, y verde otra vez.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz de un atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

Una provenía de las praderas, la armonía de las extensas
tierras,
nutridas en la distancia de horizontes vacíos.
Llegó portando una vara, y los rayos
de luz y de misericordia iluminaron su mano.
Sobrellevando las heridas del mundo, llegó ella.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz de un atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

Uno más de las praderas, a la luz de las lunas,
con sus hábitos, sus rituales, siguiendo a la luna
en sus fases, su cera y su mengua, que controlaban
la marea de su sangre, y su mano de guerrero
ascendió hacia las jerarquías del espacio hasta la luz

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz del atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

Una en el interior de las ausencias, conocidas por las partidas,
la oscura espadachina en el corazón del fuego.
Su gloria el espacio entre las palabras,
la canción de cuna recordada con la edad,
recordaba al límite del despertar y del pensamiento.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz del atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

Uno en el corazón del honor, formado por la espada,
por los siglos de vuelo del martín pescador sobre las
tierras,
por Solamnia arruinada y ascendente, surgiendo de nuevo
cuando el corazón se alza hacia el deber.
Mientras danza, la espada es una herencia eterna.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz del atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

Otro en una simple luz que su hermano oscurecía,
dejando que la mano de la espada intentara todas las
sutilezas,
hasta las intrincadas tramas del corazón. Sus
pensamientos, estanques rotos por el cambiante viento...
El no puede ver su fondo.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz del atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

El siguiente era el jefe, semielfo, traicionado
mientras las sangres gemelas dividen la tierra,
los bosques, el mundo de elfos y hombres.
Llamado para la valentía, pero temeroso en el amor,
y temiendo que, llamado a ambos, no llegue a realizar
ninguno.

Eran nueve, nueve bajo las tres lunas,
bajo la luz del atardecer de otoño.
Mientras el mundo caía, ellos se alzaban
hacia el corazón de la historia.

viernes, 9 de agosto de 2013

Desconexión semanal

Durante una visita a un instituto psiquiátrico, un visitante le preguntó al Director qué criterio usaban para decidir si un paciente debería o no ser internado.
 
- Bueno... -dijo el Director-, llenamos una bañera, luego ofrecemos al paciente una cucharita, una taza y un balde y le pedimos que vacíe la bañera.

- Ah, entiendo- dijo la visita-, una persona normal usaría el balde porque es más grande que la cucharita y la taza, en tanto que un frágil mental optaría por alguna de las otras dos opciones, ambas ilógicas e inadecuadas.

- No -dijo el Director-, una persona normal sacaría el tapón de la bañera. ¿Quiere una habitación con o sin vista al jardín?

jueves, 8 de agosto de 2013

Discurso provenzal. ¿Sabes de quien es?

Durante el reinado de Luis XIV, como es bien sabido, se presentó en Francia un embajador persa; este príncipe deseaba atraer a su corte a extranjeros de todas las naciones para que pudieran admirar su grandeza y transmitieran a sus respectivos países algún que otro destello de la deslumbrante gloria con que resplandecía hasta los confines de la tierra. 

A su paso por Marsella, el embajador fue magníficamente recibido. Ante esto, los señores magistrados del parlamento de Aix decidieron, para cuando llegara allí, no quedarse a la zaga de una ciudad por encima de la cual colocan a la suya con tan escasa justificación. Por consiguiente, de todos los proyectos el primero fue el de cumplimentar al persa; leerle un discurso en provenzal no habría sido difícil, pero el embajador no habría entendido ni una palabra; este inconveniente les paralizó durante mucho tiempo. El tribunal se reunió para deliberar: para eso no necesitan demasiado, el juicio de unos campesinos, un alboroto en el teatro o algún asunto de prostitutas sobre todo; tales son los temas importantes para esos ociosos magistrados desde que ya no pueden arrasar la provincia a sangre y fuego y anegarla, como en el reinado de Francisco I, con los torrentes de sangre de las desdichadas poblaciones que la habitan. 

Así, pues, se reunieron a deliberar, pero ¿cómo lograr traducir el discurso? Por más que deliberaron no hallaron ninguna solución. ¿Era acaso posible que en una comunidad de comerciantes de atún, ataviados con una casaca negra por pura casualidad y en la que ni uno sabia ni siquiera francés, pudieran encontrar a un colega que hablara persa? Con todo, el discurso estaba ya redactado; tres eminentes abogados habían trabajado en él durante seis semanas. Al fin descubrieron, no se sabe si en el monte o en la ciudad, a un. marinero que había pasado mucho tiempo en el Levante y que hablaba un persa casi tan fluido como su jerga dialectal. Se lo proponen y él acepta. Se aprende el discurso y lo traduce con facilidad; cuando llega el día le visten con una vieja casaca de presidente primero, le colocan la peluca más voluminosa que había en la magistratura y seguido por toda la banda de magistrados se adelanta hacia el embajador. Unos y otros se habían puesto de acuerdo sobre sus respectivos papeles y el orador había advertido con especial énfasis a los que le seguían que no le perdieran de vista un solo momento y que repitieran punto par punto todo lo que vieran hacer. 

El embajador se detiene en el centro del patio que había sido señalado para el encuentro, el marinero le hace una reverencia y, poco habituado a llevar sobre el cráneo una peluca tan hermosa, lanza la pelambrera a los pies de Su Excelencia; los señores magistrados, que habían prometido imitarle, se quitan al punto sus pelucas e inclinan sus pelados y un tanto sarnosos cráneos en dirección al persa; el marinero, sin alterarse, recoge sus cabellos, se los arregla y empieza a declamar la salutación; tan bien se expresa que el embajador cree que es de su mismo país. La idea le hace montar en cólera. 

- ¡Infame! - exclama llevando su mano al sable -. No hablarías así mi idioma si no fueras un renegado de Mahoma; debo castigarte por tu crimen, ahora mismo vas a pagarlo con tu cabeza. 

Por más que el marinero se defiende no le hace ningún caso; gesticulaba, juraba, y ni uno solo de sus movimientos pasaba inadvertido, todos eran repetidos al instante y con energía por la turba areopagítica que venia tras él. Al fin, no sabiendo cómo salir del apuro, pensó en una prueba incontestable: desabotonó su calzón y puso a la vista del embajador la prueba palpable de que nunca en su vida había sido circuncidado. 

Este nuevo gesto es imitado enseguida y he aquí, de golpe, a cuarenta o cincuenta magistrados provenzales con la bragueta bajada y el prepucio en ristra, para demostrar como el marinero que no había uno solo que no fuera tan cristiano como el propio San Cristóbal. 

Es fácil de imaginar cómo se divirtieron con semejante pantomima las damas que presenciaban la ceremonia desde sus ventanas. Al fin, el ministro, convencido por razones tan poco equívocas de que el orador no era culpable y viendo por lo demás que había ido a parar a una ciudad de "pantalones", se fue sin más ceremonias encogiéndose de hombros y sin duda diciendo para si: "No me extraña que esta gente tenga siempre un patíbulo alzado, el rigorismo que siempre acompaña a la ineptitud debe de ser el único atributo de estos animales." 

 Existió el propósito de hacer un cuadro sobre esta manera de recitar el catecismo y un joven pintor había tomado con ese fin unos apuntes del natural, pero el tribunal desterró al artista de la provincia y condenó el boceto a la hoguera, sin sospechar que se arrojaban al fuego ellos mismos, pues su retrato aparecía en el dibujo. 

- Tenemos a mucha honra ser unos cretinos -explicaron los graves magistrados - ; aunque no nos hubiera gustado, como nos gusta hace ya mucho tiempo que se lo demostramos a toda Francia, pero no queremos que ningún cuadro lo transmita a la posteridad; ella pasará por alto toda esta simpleza y no se acordará más que de Merindol y de Cabrieres, y para el honor del gremio, más vale que seamos unos asesinos que unos asnos.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Inicio de El Aristocrata Solteron, de Arthur Conan Doyle

«Según su brillante razonamiento, Lestrade, el cadáver de cualquier persona ha de ser encontrado cerca de su armario ropero.»
Sherlock Holmes

Hace ya largo tiempo que el matrimonio de lord Saint Simon y su curioso desenlace han cesado de ser tema de interés en aquellos círculos encumbrados en los que se mueve el infortunado novio. Lo han eclipsado escándalos recientes, y los detalles más picantes de éstos últimos han tapado las habladurías sobre ese drama que ya cuenta sus cuatro años. No obstante, ya que tengo razones para creer que nunca se le han revelado al público en general los hechos concretos, y puesto que mi amigo Sherlock Holmes tuvo una participación considerable en aclarar el asunto, pienso que sus «memorias» no se podrían considerar completas sin un breve esbozo de tan notable episodio.

Unas semanas antes de mi propio casamiento, en aquellos días en que todavía compartía con Sherlock Holmes unas habitaciones en Baker Street, éste llegó a casa una tarde. después de dar un paseo y encontró una carta sobre la mesa, esperándole. Yo no había salido en todo el día, pues el tiempo se había vuelto repentinamente lluvioso, con fuertes vientos otoñales, y la bala de los indígenas que yo me había traído alojada en una pierna, como reliquia de mi campaña en Afganistán, palpitaba dolorosamente y con sorda persistencia. Sentado en un sillón y con las piernas reposando en una silla, me había rodeado de una nube de periódicos hasta que, finalmente, saturado de las noticias del día, los arrojé todos a un lado y me quedé inmóvil, contemplando el enorme escudo y las iniciales en el sobre que había sobre la mesa, y preguntándome negligentemente quién podía ser el aristocrático corresponsal de mi amigo.

–Tiene aquí una misiva muy elegante –observé apenas entró. Si mal no recuerdo, las cartas de su correo matinal procedían de un pescadero y de un funcionario de aduanas.

–Si, debo admitir que mi correspondencia posee el encanto de la variedad –contestó, sonriendo–, y cuanto más humilde, más interesante suele ser. Esta tiene el aspecto de una de aquellas indeseables invitaciones sociales que a uno le obligan a aburrirse o bien a mentir.
Rompió el sello de lacre y examinó el contenido.

–Bien, después de todo, esto puede proporcionar algo de interés.

–¿Nada social, pues?

–No, claramente profesional.

–¿Procedente de un cliente encumbrado?

–Uno de los más altos de Inglaterra.

–Le felicito, mi querido amigo.

–Le aseguro, Watson, sin ninguna clase de afectación, que para mí el linaje de mi cliente es una cuestión de menos peso que el interés de su caso. Cabe la posibilidad, sin embargo, de que éste no falte tampocoen esta nueva investigación. Usted lee los periódicos con suma atención, ¿no es así?

–Así me lo parece –contesté, sonriendo y señalando hacia el gran montón de papeles en el rincón–. No tengo nada más qué hacer.

...

martes, 6 de agosto de 2013

Inicio de "ABUELITO", de James H. Schmitz

ABUELITO de James H. Schmitz


Un ser de alas verdes, velludo, del tamaño de una gallina, revoloteaba en la falda de la colina hasta llegar a un punto situado directamente por encima de la cabeza de Cord, a algo así como seis metros de altura. Cord, un ser humano de quince años de edad, se apoyaba en su vehículo, detenido en el ecuador de un mundo que albergaba a seres terrestres desde hacía solamente cuatro años, medidos en tiempo de la Tierra, y contempló especulativamente a la criatura. Esta se denominaba, en la libre y simple terminología del Equipo de Colonias Sutang, una chinche de pantano. Oculto en la vellosa parte de atrás de la cabeza de la tal chinche se hallaba otro animalejo, semiparasitario del anterior, conocido como el parásito de la chinche.


Este parecía pertenecer a una nueva especie, de acuerdo a Cord. Su parásito también podía ser o no desconocido. Cord era, naturalmente, un investigador. Su primer vistazo al extraño par de criaturas había despertado en el una enorme curiosidad. ¿Cómo funcionaría ese fenómeno? ¿Qué cantidad de cosas fascinantes podrían lograrse una vez que se supiera más?


Normalmente tales investigaciones solían estar limitadas por las circunstancias. El Equipo de las Colonias era un grupo de gente práctica y de gran capacidad de trabajo; dos mil personas a quienes se les había encomendado la tarea de transformar y domar este planeta, en un lapso de veinte años, a fin de que cien mil colonos pudieran establecerse con una comodidad y seguridad razonables. Aun los más jóvenes del equipo, como Cord, debían limitar su curiosidad a las pautas de investigación dictadas por la central. Ya había sucedido previamente que las inclinaciones de Cord a realizar investigaciones por su cuenta le habían acarreado la censura de los superiores inmediatos.


Miró, casi por casualidad, en dirección a la Estación de Colonias de la bahía Yoger. No pudo distinguir signos de actividad humana en el voluminoso campamento de la colina, tan similar a una fortaleza. Su parte central estaba cerrada. En quince minutos se abriría para dejar salir a la Regente Planetaria, que hoy estaba inspeccionando la Estación y sus principales actividades.


Cord decidió que quince minutos era tiempo suficiente como para tratar de descubrir algo sobre la chinche.


Pero antes tendría que capturarla.

lunes, 5 de agosto de 2013

Vocabulario


De entre las siguientes definiciones.
¿Cual crees que corresponde a absterger?


- Confirmar un tribunal la inocencia del acusado.

- Captar un cuerpo las moléculas líquidas o gaseosas de otro.

- Desinfectar, purificar.

- Independizar las cualidades o características generales de un objeto, sin hacer referencia a sus manifestaciones externas.


Y lo más difícil. Con las definiciones que rechaces encuentra un término que corresponda con las mismas, empezando por AB

domingo, 4 de agosto de 2013

¿Sabes de donde es este fragmento?

Bonnie contempló el recipiente de caldo durante diez segundos y luego lo revoleó por el aire. No fue por despecho que lo arrojó sino por frustración y desesperación. Sabía perfectamente bien que el arrogante y poderoso conde, junto con sus amigotes, estaba disfrutando de un festín de carne asada allí abajo y no había dudas de que había sido el arrogante y poderoso conde quien había ordenado que se le subiera ese insípido caldo de cordero. Obviamente para él, esa comida era para alimentar cerdos. ¡Dios, cómo detestaba la aristocracia!

Dirigiendo su mirada furiosa a Jewel, quien en ese momento corría hacia la puerta sosteniéndose la falda con las manos y con la cofia casi caída sobre su cabeza, Bonnie gritó: -¡Comida! ¡Estoy muerta de hambre y ustedes me traen pis de oveja!

-Pero el señor...

-Por mí el señor se puede ir a... O me sirven ya mismo la comida o el señor... -Ni se molestó en terminar la frase. Se recostó.-Parece que entendió -farfulló, sonriendo satisfecha cuando Jewel abandonó la habitación. Ya era una norma establecida que si alguien debía comunicarse en forma efectiva con la aristocracia debía hacerlo en voz bien alta para que no se lo ignorase.

sábado, 3 de agosto de 2013

¿Sabes de donde es este fragmento?

Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo
y eso en verdad no es nada extraordinario
vos lo sabés tan objetivamente como yo
sin embargo hay algo que quisiera aclararte
cuando digo todas las parcelas
no me refiero sólo a esto de ahora
a esto de esperarte y aleluya encontrarte
y carajo perderte
y volver a encontrar
y ojalá nada más

viernes, 2 de agosto de 2013

Desconexión semanal

Un vieja solterona llama a la oficina de un abogado y le dice a la recepcionista que quiere hablar con un abogado acerca de preparar un testamento. La recepcionista le sugiere hacer una cita para que acuda a la oficina a ver al abogado. Afligida, la mujer explica:

- "Tiene que entender, señorita, que yo he vivido sola casi toda mi vida; raramente le veo la cara a alguien y no me gusta salir de mi hogar. ¿Hay alguna posibilidad que el abogado venga a mi casa?"

La chica de la recepción habla con el abogado y éste acepta entrevistarse en la casa de la solterona. Cuando el abogado llega a la casa de la mujer, su primer pregunta fue:

- "¿Cuáles son sus propiedades y cómo desea distribuirlas en el testamento?"

- "Aparte de los muebles y los artefactos eléctricos que usted ve aquí, tengo una cuenta de ahorros de 50.000 Euros.

- "¿Y qué piensa hacer con el dinero?", le consulta el abogado.

- "Bueno, como ya les expliqué, yo he vivido una vida muy recluida. La gente del barrio no saben ni quién soy yo. Me gustaría apartar 45 mil euros para el funeral".

- "Con un funeral así de grande de seguro que hasta en las noticias la van a dar a conocer. Pero, dígame, y que piensa hacer con los otros 5.000 Euros ?"

- "Pues, como nunca he sido casada y nunca me he acostado con un hombre. Yo quiero usar el resto del dinero para hacer arreglos con algún caballero honorable que acepte acostarse conmigo para tener esta experiencia. ¿Usted me puede ayudar a conseguir a alguien?"

Tomando el compromiso de ayudarla en su caso, el abogado se retira. Esa noche, cuando le cuenta a su esposa la petición tan rara que había hecho su nueva clienta, la esposa le insinuó lo mucho que podrían hacer con los 5.000 Euros extras.

Pese a su sorpresa y oposición inicial, la mujer insistió bastante y finalmente acepta ganarse ese dinero haciendo el favor a la solterona. Para no tener problemas el abogado le pide a su señora que lo lleve y lo espere en el auto mientras él cumple tan extraño -pero bien remunerado- encargo. Al día siguiente, casi al anochecer, la mujer lo llevó a la casa de la solterona y lo esperó según lo convenido.

Media hora... una hora... dos horas !!!

La mujer, más asustada que otra cosa, empieza a ponerse nerviosa y comienza a tocar la bocina del vehículo tratando de llamar la atención de su esposo. De repente, el abogado, todo despeinado y con la voz agitada, asoma su torso desnudo por la ventana del dormitorio en el primer piso y poniendo sus manos en bocina sobre el rostro, le grita a su mujer:

- "Ven a recogerme mañana; hemos estado analizando que en la Alcaldía la pueden enterrar gratis y quiere invertir todo el    dinero en el otro tema !!".

jueves, 1 de agosto de 2013

Inicio de ESPANTOS DE AGOSTO

De Gabriel García Marquez

Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horasbuscando el castillo renacencista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campina toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.
– Menos mal – dijo ella – porque en esa casa espantan.
...