Pues nada, se da inicio aquí a una saguilla de relatos escritos por mí durante los últimos años, a ver qué os parecen. Variarán entre lo estúpido, lo cómico y lo melodramático (alguno diría incluso patético). Así que nada, vamos con el primero, protagonizado por un idiota de la jet set con unas particulares circunstancias vitales. Oh. Spoiler. :'(
1. OTRO DÍA, LA MISMA MIERDA
Odio
estas fiestas. No soporto a los novatos. Siempre intentando aparentar
una grandeza y una elegancia de la que carecen. Uno ya está curtido
en estas lides, y aún así, sin alcohol resultan inaguantables. Una
pena que no pueda beber. Ni comer -nada normal al menos-. Pero eso es
problema mío. Ay, cada vez me apetece menos salir de casa. Se me
anquilosan las piernas, y eso que son nuevas. En fin. Veamos, un buen
esmoquin, un par de Farias, pañuelo, mocasines, el poco y ralo pelo
que me queda hacia atrás... quizá debería aplicar un poco de
maquillaje en las cicatrices. Pueden ser algo terroríficas para un
novato. Pero, por otra parte, sus caras aterrorizadas me parecen
encantadoras, a pesar de lo cansinas que llegaron a resultarme hace
unos cuantos años. Supongo que con la efervescencia de la novedad es natural que no obtuviera otras miradas tiempo atrás, pero en
estos tiempos de bonanza y tranquilidad es comprensible que ya poca
gente se asuste de mí.
Debéis
creer que he de ser un tipo tremendamente antipático y desagradable
para que la gente pueda asustarse de mí. Y en cierta manera no vais
desencaminados. Sí, reconozco que tengo un carácter algo difícil,
me he ido convirtiendo en un ermitaño cascarrabias y aún encima
estoy orgulloso de ello. También estoy orgulloso de cosas peores,
así que no es algo que hable mucho en mi favor. Pero no es ese el
motivo del terror momentáneo que parece torcer las expresiones de
aquellos que me conocen por primera vez. Es comprensible. Un zombi
trajeado, repeinado y exhalando más humo que un mercancías del XIX
puede resultar una visión dantesca. Pero qué se le va a hac... Sí,
habéis leído bien. Zombi. ¿Qué pasa?. ¿No puede un no-muerto
disfrutar un poco del viejo crédito de devorador insaciable de carne
humana? Vaya por delante que no es algo de lo que me sienta
orgulloso, todo eso del canibalismo, me refiero, es algo muy feo y
poco edificante. Pero la solución de compromiso alcanzada conmigo me
parece bastante satisfactoria a ese respecto.
Para
poder mantenerme con vida -je-
se me suministra de manera habitual una cantidad adecuada de carne y
sangre humana sobrante de aquellos que desean donar su cadáver a la
ciencia. No recibo buen material, todo hay que decirlo, pero conseguí
contratar a un excelente chef de escasos escrúpulos profesionales
que hace auténticas maravillas para una persona con
mi tipo de apetitos.
El único pero que tiene conmigo es que no puede emplear ingredientes
picantes. Me sientan fatal. No es que me causen dolor, quiero decir,
sino que me dejan el tracto intestinal hecho unos zorros. Es lo malo
de carecer de regeneración celular. Vamos, de carecer de vida en
general. Soy como un coche viejo, si una parte se estropea, hay que
cambiarla. Lo único que no he permitido que me cambien es el rostro
y el cerebro, este último por motivos obvios (la única ventaja de
ser zombi es que el cerebro es lo último en pudrirse, Romero sabe
por qué, y por ahora no he tenido la necesidad de repararlo más
allá de un par de puestas a punto rutinarias).
El
rostro siempre he preferido que me lo reparen, a pesar de los
costurones que me han ido quedando con el tiempo, más que nada
porque el ver algo familiar cada mañana en el espejo al levantarme
consigue que no me olvide por completo de mis orígenes. Nadie más
los recuerda, por lo que, tras meditarlo los últimos años, he
decidido sentarme a escribirlos. Y de paso toda mi vida. Memorias de
un escritor zombi. Menuda gilipollez. Al menos no se me podrá acusar
de no ser original. A ver quien es el guapo que se atreve a decir que
le he plagiado. Si alguien le echa narices, no dudaré en servirme su
hígado acompañado de un buen Chianti (siento cierta debilidad por
Anthony Hopkins, lo admito. Si alguna vez se realiza un largometraje
sobre mi vida, ojalá pudiera protagonizarlo él. Toni Servillo
también sería una buena opción, aunque claro, quizá fuera más
adecuado para mis últimos años que para mis inicios. No le veo
explotando en un ataque de ansia devoradora de materia gris. Bueno,
además de que eso resulta ser algo de todo punto imposible. Lleva
unos ciento y pico años muerto), como buen gourmet caníbal.
En
fin. Hora de salir. Un último tirón a la pajarita, y a arrastrar
esta ruina de cuerpo entre la crème de la crème del
Nuevo Mundo. Supongo que hay vidas peores. Lo último que hay que
perder es el sentido del humor. Y la cabeza.
Dedicado a Sergi Llauger. No fue el primero, pero sí ejecutó la idea magistralmente.