lunes, 20 de enero de 2014

Fragmento de El príncipe de los perros

KATE ELLIOTT
EL PRÍNCIPE DE LOS PERROS

Todas las primaveras conseguían sobrevivir escondidos en el barrio abandonado de la curtiduría, de donde salían solo por la noche para conseguir comida. Después de unas cuantas noches escapando de los perros, escondiéndose en los fosos, se acostumbraron a tener un olor nauseabundo. Matthias le dijo a su hermana que era mejor apestar, como los curtidores, que ser despedazado por los perros.

Anna se quedó en silencio pensando en esto. Estaba contenta en cierta medida al saber que en el caso de que los salvajes eikas los cogieran, si les dieran caza los perros y les desgarraran los brazos de los hombros, las piernas de las caderas, al menos olerían tan mal a estiércol de pollo que probablemente ni siquiera esos espantosos perros se los comerían. O incluso si se los comieran los perros, quizá al haber estado su carne sumergida tantas veces en taninos de corteza de roble, la piel habría empezado a desarrollar una corteza dura que envenenaría a aquellas criaturas. Después, desde la Cámara de la Luz, en la que su espíritu descansaría después de la muerte en paz bendita, ella podría verles cuando murieran desesperada y estremecedoramente.

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