jueves, 28 de febrero de 2019

¿Conoces la procedencia de este fragmento?

Nellie se detuvo al pie de la escalera para echar una rápida ojeada al espejo fijado a la pared. Los cabellos castaños le caían en desorden sobre el cuello, había una mancha de chocolate en la comisura de los labios y otra verde -probablemente espinaca- en el cuello. No deseaba examinar su viejo vestido de algodón pardo, pues sabía que el ruedo estaba sucio y que había un lamparón indeleble en la falda. Terel siempre le decía que necesitaba prendas nuevas, e incluso había ofrecido ayudarla a elegir; pero nunca disponía de tiempo para comprar ropas. Tenía mucha tarea cocinando y limpiando lo que Anna descuidaba, y ayudando a Terel a organizar su intensa vida social; por eso, Nellie parecía no poder ocuparse de nada tan frívolo como la compra de prendas nuevas.

miércoles, 27 de febrero de 2019

Argumento de SOMBRAS FLUCTUANTES

GLEN COOK
SOMBRAS FLUCTUANTES

ARGUMENTO
La Compañía Negra, soldados mercenarios al servicio de la Dama, se enfrenta a los Rebeldes de la Rosa Blanca. Son hombres duros, orgullosos de honrar sus contratos. La Dama es malvada, pero también lo son quienes profesan falsamente seguir a la Rosa Blanca, reencarnación de una heroína muerta hace siglos. Sin embargo, ahora algunos de los miembros de la Compañía han descubierto que la muchacha muda a la que rescataron y dieron refugio hace años es realmente la Rosa Blanca renacida. Ahora puede que haya un sendero hacia la luz, incluso para gente como ellos. Si pueden sobrevivir el tiempo suficiente.

martes, 26 de febrero de 2019

Inicio de LOS SIETE CANTARES DE MERLIN

LOS SIETE CANTARES DE MERLIN
T. A. Barron

A veces, durante las largas horas que preceden al alba, permanezco despierto en la cama escuchando el murmullo de las ramas de los chopos que se agitan con el viento. La gran lechuza crestada que ulula pausadamente. Y, en raras ocasiones, la voz de Merlín en susurros. Antes de que yo empezara siquiera a oír la voz de Merlín —y mucho menos oírla con la suficiente claridad como para narrar la historia de su juventud perdida—, necesitaba aprender un poco. Y desaprender mucho. Por encima de todo, debía escuchar con atención, utilizando algo más que las orejas. Porque este mago está lleno de sorpresas.
Los años perdidos de Merlín, el primer volumen de esta serie, revelaba los extraños sucesos que marcaron el inicio de sus años perdidos en el tiempo. ¿Por qué habían desaparecido de la tradición popular, sólo para salir a la luz ahora, siglos más tarde? La respuesta quizá tenga algo que ver con los profundos cambios —y el terrible dolor— que el propio Merlín experimentó en ese período. No obstante, esos años resultaron ser excepcionalmente importantes para la persona que un día se convertiría en mentor del rey Arturo.

lunes, 25 de febrero de 2019

Inicio de Los seres fulgentes

David Eddings
Los seres fulgentes

Una compilación como ésta es el trabajo de numerosos eruditos y por tanto, de forma inevitable, refleja puntos de vista diferentes. Mientras que el autor de esta parte del trabajo, que tenemos ahora delante, siente un enorme respeto por su eminente colega, que redactó el capítulo precedente, debemos advertirle al lector, con toda franqueza, que este escritor difiere de su colega en la interpretación de algunos de los recientes acontecimientos. Principalmente, no está de acuerdo en que la intervención de los agentes de la iglesia de Chyrellos en El asunto Cyrga estuviera completamente libre de interés personal por parte de los mismos.
Sin embargo, me uno a mi colega para expresar admiración y respeto por Zalasta de Estiricum. Los inestimables servicios que rindió al imperio este sabio y fiel hombre de estado no pueden ser elogiados en exceso. Así pues, cuando la verdadera importancia del Asunto Cyrga se reveló ante los ojos del gobierno de su majestad, fue natural que nuestros ministros se volvieran hacia Zalasta en busca de consejo. No obstante, a pesar de nuestra admiración por este preeminente ciudadano de Estiricum, debemos admitir que la mente de Zalasta es tan noble que a veces no percibe cualidades menos admirables en otras personas. Surgieron graves dudas en algunos sectores del Gobierno de su majestad cuando Zalasta los instó a centrar la atención fuera de las fronteras de Tamuli en su búsqueda de soluciones para un problema que estaba adquiriendo rápidamente las dimensiones de una crisis. Su sugerencia de que el caballero pandion, Sparhawk, era el más adecuado para enfrentarse con la situación, inquietó a los miembros más conservadores del Consejo Imperial.

domingo, 24 de febrero de 2019

INICIO DE LOS RENEGADOS

LOS RENEGADOS
Rychard Lee Byers

Vladawen había esperado acceder a la ciudad con cierta majestuosidad ya que, aunque hacia tiempo que había dejado de preocuparse por las apariencias, sabía bien que muchos otros lo hacían. Sus agotados compañeros de viaje probablemente sólo deseaban entrar a toda prisa al lugar, antes que el rojizo crepúsculo abandonase el cielo. El otoño había acogido en su abrazo al continente de Ghelspad, e incluso aquí, en las cercanías de los abrasadores páramos que eran conocidos como el Desierto de Ukrudan, las noches se hacían cada vez más frías. Sin embargo, caballos y mulas frustraron todos aquellos deseos al frenarse frente a la imponente puerta de la ciudadela.
Delgada y con los cabellos negros como el azabache, tan hermosa como podía considerarse acompañada de una espada sin adornos pero de bella factura, Lillatu maldijo a los animales y espoleó a su negra yegua. Vladawen encontró algo tranquilizadora esa demostración de mal humor, sobre todo al comprobar como los guardias en lo alto del majestuoso muro sonreían al presenciar la escena. El elfo sospechaba que debía ser habitual que los viajeros tuvieran dificultades al convencer a sus bestias para entrar en Hollowfaust, y los guerreros por lo general encontrarían divertida la situación.
Vladawen lo encontraba bastante comprensible. Tiempo atrás había ostentado la poderosa magia de un sumo sacerdote. Ya apenas le quedaba nada de aquello, pero aún era capaz de percibir lo que los caballos estaban sintiendo, la memoria concentrada y condensada de la muerte, y algo aún peor que eso, encerrado en el interior de aquellas murallas. El elfo se recordaba con inquietud que era parte esencial de lo que había ido a buscar.

sábado, 23 de febrero de 2019

ARGUMENTO DE LOS JARDINES DE LA LUNA

STEVEN ERIKSON
LOS JARDINES DE LA LUNA

La política expansiva de la Emperatriz de Malaz ha llevado a sus soldados a vagar por más de un continente. Ahora, tras enfrentarse a Anomander Rake, caudillo de los tiste andii, se perfila en el horizonte lo que promete ser el siguiente objetivo: Darujhistan, última de las Ciudades Libres.
Aprovechando un momento de reposo, el sargento Whiskeyjack y su pelotón de Arrasapuentes se disponen a llorar a los muertos. Sin embargo, fuerzas siniestras conspiran dentro y fuera de las sendas mágicas. La ambición de la Emperatriz no conoce límites y los dioses observan cuanto sucede con ánimo de intervenir.

viernes, 22 de febrero de 2019

Inicio de EL EMPERADOR PÚRPURA

EL EMPERADOR PÚRPURA
Herbie Brennan

Al final de una calle sin salida se alzaba la casa del señor Fogarty. Las ventanas delanteras, parcialmente cubiertas con tablones, le conferían aspecto de abandono y ruina. Sin embargo, Henry recordaba que cuando el anciano vivía allí ya estaban medio tapiadas, así que los vecinos no notarían la diferencia. Y nadie con un mínimo sentido común iría a visitar al señor Fogarty, ya que éste le había roto el brazo a su último visitante con un bate de criquet.
Henry tenía un juego completo de llaves, pero prefirió no abrir la puerta principal y se dirigió a la trasera, que siempre estaba en penumbra, pues el anciano había levantado una valla altísima para que los vecinos no lo espiaran; tampoco había mucho que ver: una franja de césped gris y musgoso y el cobertizo del jardín al lado de la budleya, donde Henry había encontrado a Pyrgus. El chico pasó junto al arbusto, uno de los sitios favoritos de Hodge, y gritó:
-¡Hodge! ¡Vamos Hodge, es hora de cenar!

jueves, 21 de febrero de 2019

Inicio de El anteojo asombroso

El anteojo asombroso
Tony DiTerlizzi y Holly Black

Tony y yo somos amigos desde hace años, y siempre hemos compartido cierta fascinación por la literatura fantástica. No siempre habíamos sido conscientes de la importancia de esa afinidad ni sabíamos que sería puesta a prueba.
Un día, Tony y yo —junto con varios otros autores— estábamos firmando ejemplares en una librería grande. Cuando terminamos, nos quedamos para ayudar a apilar libros y charlar, hasta que se nos acercó un dependiente y nos dijo que alguien había dejado una carta para nosotros. Cuando le pregunté exactamente a quién iba destinada, su respuesta nos sorprendió.
—A vosotros dos —señaló.
La carta aparece transcrita íntegramente en la siguiente página. Tony se pasó un buen rato contemplando la fotocopia que la acompañaba. Luego, en voz muy baja, se preguntó dónde estaría el resto del manuscrito. Escribimos una nota a toda prisa, la metimos en el sobre y le pedimos al dependiente que se la entregase a los hermanos Grace.
No mucho después alguien dejó un paquete atado con una cinta roja delante de mi puerta. Al cabo de pocos días, tres niños llamaron al timbre y me contaron esta historia.
Lo que ha ocurrido desde entonces es difícil de describir. Tony y yo nos hemos visto inmersos en un mundo en el que nunca creímos realmente. Ahora sabemos que los cuentos de hadas son algo más que relatos para niños. Nos rodea un mundo invisible, y queremos desvelarlo ante tus ojos, querido lector.

Holly Black

miércoles, 20 de febrero de 2019

Inicio de AMADOS DE LOS MUERTOS

AMADOS DE LOS MUERTOS
Richard E. Dansky

El hombre muerto se incorporó en la losa sobre la que había estado tendido y buscó a tientas algo puntiagudo para poder introducírselo en el ojo derecho.
Apenas debía de haber pasado una hora desde el anochecer y desde entonces hasta los más jóvenes aprendices y los más diligentes artesanos de la ciudad de Sijan habían regresado a sus tristes moradas. La cámara de embalsamado en la que descasaba el cadáver del hombre era una de las principales, y media docena de cuerpos más, en diferentes estados de preparación, yacían tendidos a su alrededor en otras tantas losas. Su cuerpo había sido el último que habían traído aquel día y, aparte de un examen preliminar a manos de un oficial embalsamador, había escapado a la atención de los hombres píos de Sijan. Hasta los más comunes ensalmos realizados para impedir que un espíritu maligno se introdujera en el cadáver habían sido olvidados en la precipitación de los aprendices, que corrían de un lado a otro llevando jarros canopios, sierras de hueso y hierbas fragantes a sus exigentes maestros.
Y así, después de que la última de las lámparas de aceite se hubiera extinguido y las grandes puertas de la cámara hubieran sido cerradas y atrancadas, el hombre muerto se incorporó. Una luz tenue se filtraba por debajo de la puerta, la suficiente para permitirle ver. Se volvió lentamente y contempló los alrededores, mientras su mano izquierda seguía agitándose, presa de un temblor frenético.

martes, 19 de febrero de 2019

Inicio de EL DIOS DE LA MUERTE

EL DIOS DE LA MUERTE
Douglas Niles

El llano de Gehenna era un reino desolado y opresivo, hostil a la vida mortal. Era un mundo construido sobre una vasta e interminable ladera de montaña, siempre escarpada y que no llegaba nunca a un fondo o a una cima. Chorros de vapor surgían de la vertiente y ríos de lava la recorrían, chisporroteando en grandes cataratas, y se depositaban en burbujeantes charcas.
Tales eran los dominios de Bhaal, terrible dios de la Muerte. Bhaal era un dios agitado y colérico, a quien le encantaban los actos sangrientos y violentos. A medida que sus devotos se desparramaban por el mundo, matando en su horrible nombre, él se hacía mas fuerte.
Bhaal buscaba venganza.
Un secuaz del dios había sido asesinado hacía casi un año del mundo mortal, apenas un instante para el dios. Kazgoroth no era el siervo mas poderoso de Bhaal, ni su predilecto. Pero lo había matado un mortal, y el hombre que se atrevía a atacar a un siervo de Bhaal podía atacar igualmente al mismo dios.
La sed de sangre del dios empezó como un sencillo odio, un deseo de ver muertos a aquel mortal y a los que lo habían ayudado. Bhaal preveía sus muertes con lúgubre placer.
Pero aquel hombre era un principe. Y era amado por una druida. Esta mujer tenía un poder propio y servía a una diosa que era extranjera y, por ende, odiosa para Bhaal.
Y así su necesidad de venganza evolucionó y se convirtió en algo mucho mas terrible que un complot de asesinato. El príncipe era un líder de su tierra, y la druida protegía a aquella tierra. Bhaal creía que no sólo los mortales, sino también su tierra misma tenían que morir.
El dios tenía un poderoso instrumento para llevar a cabo su venganza. El secuaz de Bhaal, Kazgoroth, aunque muerto, no había desaparecido del todo. Un fragmento de la Bestia -su corazón- estaba en poder de uno de sus antiguos servidores, que lo retenía desesperadamente. Bhaal tomó buena nota del Corazón de Kazgoroth. Pronto lo utilizaría.
Sí, decidió. La tierra de aquellos mortales se convertiría en una tierra de muerte, en una nación en que los muertos serían gobernados por los muertos. Ningún ser viviente haría fracasar su empeño.
Así fue concebida la venganza de Bhaal.

lunes, 18 de febrero de 2019

Argumento de LA TORMENTA DE LA BRUJA

JAMES CLEMENS
LA TORMENTA DE LA BRUJA

Elena luce la marca de la bruja en la mano, una mancha de color carmesí que implica la posesión de un poder sobrecogedor. Y sólo una mujer que controle la magia de la sangre será capaz de  enfrentarse a los secuaces del Señor de las Tinieblas.
Pero Elena todavía no domina por completo sus poderes. Protegida por un guerrero sin edad y una
banda de renegados, parte en busca de una ciudad perdida en la que, según las profecías, se encuentra un libro que contiene la clave para derrotar al Señor de las Tinieblas.
Sy-wen, una joven perteneciente a un clan que habita en el océano y que está en contacto con los terribles dragones marinos, posee otra clase de poder.


domingo, 17 de febrero de 2019

Inicio de LAS DORADAS MANZANAS DEL SOL

LAS DORADAS MANZANAS DEL SOL 

— Al sur —dijo el capitán.
— Pero —dijo la tripulación— no hay direcciones aquí en el espacio.
— Cuando uno viaja hacia el sol —replicó el capitán—, y todo se hace amarillo y ardiente y perezoso, entonces uno va en una única dirección.
Cerró los ojos y pensó en las tierras lejanas, cálidas y humeantes, y el aliento se le movió suavemente en la boca.
— Al sur. —Asintió levemente con un movimiento de cabeza—. Al sur.
El cohete era el Copa de Oro1, llamado también el Prometeo y el Ícaro, y su destino era el deslumbrante sol del mediodía. Había cargado dos mil limonadas y mil botellas de cerveza para este viaje al vasto Sahara. Y ahora que el sol hervía ante ellos recordaron una serie de citas.
— ¿Las doradas manzanas del sol?
— Yeats.
— ¿No temas más el calor del sol?
— ¡Shakespeare, por supuesto!
— ¿La taza de oro? Steinbeck. ¿La olla de oro? Stephens. ¿Y el pote de oro al pie del arco iris? ¡Un nombre para nuestra trayectoria! ¡Arco iris!
— ¿Temperatura?
— ¡Mil grados centígrados!
El capitán miró por la ancha y oscura ventanilla, y allí ciertamente estaba el sol, e ir hacia él y tocarlo y robarle una parte para siempre era su única y tranquila idea.
...

sábado, 16 de febrero de 2019

Fragmento

El afectuoso y errabundo filósofo había desaparecido y en su lugar había un individuo severo, de nariz puntiaguda, armado de un neuroinyector como si supiera todo lo que había que saber sobre neuroinyectores.

—¡Camina! —le dijo.
      
Cramer miró el arma: estaba puesta al máximo: un rayo angosto. Haría mucho más que dormirlo: lo sacudiría por dentro como una bolsa de papas. Cramer avanzó. Ya vería qué podía hacer. Ese falso vejete lo había tomado por sorpresa: había un tanto, pues, a favor de los falsos vejetes. Pero despertar a Cramer significaba ponerlo en guardia. Esperó.
      
El hombre del neuroinyector caminaba detrás de él, cerca de su brazo izquierdo, dándole órdenes. Se estaban alejando del centro de la ciudad.

—¿Cómo me encontraste, amigo? —preguntó Cramer.
      
—Hasta un niño podría haberlo hecho.
      
—Siempre que fuera muy listo, supongo.
      
—O un mono tuerto.
      
—Conque sí, ¿eh?
     
 —Así es. Tienes tu buena fama, Capitán.
     
—Ah, ¿sí? Así que al fin soy famoso .

...

viernes, 15 de febrero de 2019

¿Conoces la obra de este fragmento?

Linda, con sus diez años de edad, era la única de la familia que parecía disfrutar mientras estaba despierta.
Norman Muller la oía ahora, pese a su sueño comatoso y enfermizo. (Por fin había conseguido dormirse una hora antes, pero incluso así era más por agotamiento que por sueño.)
— ¡Papá! ¡Papá, despierta! ¡Despierta! -estaba al lado de la cama y le sacudía.
— Está bien, Linda -murmuró reprimiendo un gemido.
— Pero, papá, hay más policías por aquí que otras veces. Hay coches de Policía también, y de todo.
Norman Muller claudicó y se incorporó penosamente sobre los codos. Amanecía. Fuera se iniciaba débilmente el alba, un principio de día gris tristón que parecía tan gris y tan tristón como él mismo. Oía a Sarah, su mujer, atarearse en la cocina con los trajines del desayuno. Su suegro, Matthew, escupía sin parar ruidosamente en el cuarto de baño. Sin duda el agente Handley estaba dispuesto y esperándole.
Al principio, había sido como cualquier otro año. Quizás un poco peor, porque era un año de votaciones presidenciales, pero pensándolo bien, no peor que otros años de votaciones.
Los políticos hablaban del gran electorado y de la enorme inteligencia electrónica que le servía. La Prensa analizaba la situación con computadoras industriales (el New York Times y el Post Dispatch de San Luis tenían sus propias computadoras), llena de pequeñas insinuaciones sobre lo que iba a ocurrir. Los comentaristas y columnistas señalaban lo crucial de los Estados y de las regiones, en feliz contradicción unos y otros.
...

jueves, 14 de febrero de 2019

¿Conoces la obra de este fragmento?

—¿Así que piensas que deberíamos dejar pasar las provisiones? —preguntó Jasperodus.
—Desde un punto de vista humanitario parece razonable —afirmó el otro.
—¿Por qué alimentar al enemigo? —objetó Arcturus sin demasiada convicción—. Hace días que tendríamos que haber aplastado esas zonas.
Estaban dentro de la basílica. En la semana anterior Jasperodus y sus cómplices se habían adueñado nuevamente de la ciudad, pero habían dejado libres ciertas áreas opulentas cuyos residentes habían formado una defensa común. Por alguna razón imprecisa Jasperodus no sentía entusiasmo por dominarlas.
—Que tengan sus provisiones —dijo con aire distraído—. Eso suavizará su actitud para con nosotros.
El tercer interlocutor era la réplica de Jasperodus. Los robots de palacio se habían integrado sin inconvenientes al nuevo régimen, con la excepción de los pocos que eran controlados por códigos verbales secretos y se negaban a obedecer, por lo que hubo que encerrarlos en las mazmorras con los otros prisioneros. Los criados humanos eran menos voluntariosos, desde luego, pero comprendían la situación y colaboraban tanto como se podía esperar de ellos.
Jasperodus II inclinó la cabeza en señal de afirmación y se marchó para hacer los arreglos necesarios.
...

miércoles, 13 de febrero de 2019

¿Conoces la obra de este fragmento?

Que me sobrepusiera al miedo demuestra el profundo arraigo de mi extraño sentido compulsivo. Ningún motivo racional me hubiera obligado a proseguir después de ver aquella horrenda sugerencia de huellas y sentir la evocación de pesadillas agobiantes que éstas despertaban. No obstante, mi mano derecha, aunque continuara temblando de miedo, seguía contrayéndose al compás rítmico en su ansiedad por manipular la cerradura que yo esperaba encontrar. Antes casi de darme cuenta, había dejado atrás el montón de cajas últimamente caídas y corría de puntillas por los pasillos cubiertos de polvo virgen hacia un punto que parecía conocer mórbida y terriblemente bien.

Mi mente se hacía preguntas sobre cuyo origen e importancia comenzaba a tener una vaga noción. ¿Llegaría un cuerpo humano a alcanzar la estantería? ¿Podría una mano humana repetir los antiquísimos movimientos necesarios para abrir la cerradura? ¿Estaría la cerradura en condiciones de funcionamiento? ¿Y qué haría, qué me atravería a hacer, con lo que, como ahora comenzaba a comprender, a la vez esperaba y temía encontrar? ¿Demostraría la impresionante y demencial verdad de una pasada concepción extranormal, o probaría sólo que yo estaba soñando?
...

martes, 12 de febrero de 2019

¿Conoces la obra de este fragmento?

El señor Nobusuke Tagomi consultaba el divino Libro Quinto de la sabiduría de Confucio, el oráculo taoísta llamado durante siglos el I Ching o Libro de los Cambios. Al mediodía había empezado a esperar aprensivamente su cita con el señor Childan, para la que faltaban sólo dos horas.

Las oficinas del señor Tagomi ocupaban el piso vigésimo del edificio del Times nipón, que dominaba la bahía. La pared de vidrio permitía ver los barcos que entraban y pasaban bajo la Puerta de Oro. 

En este momento había un carguero más allá de Alcatraz, pero al señor Tagomi no le interesaba el espectáculo. Fue hasta la pared, desanudó la cuerda y dejó caer las cortinas de bambú. La vasta oficina se oscureció. El señor Tagomi ya no tenía necesidad de - entornar los ojos a causa de la luz, y podía pensar con más claridad.

No dependía de él, decidió, complacer al cliente. No importaba lo que le trajese el señor Childan. El cliente no se impresionaría. Enfrentemos el hecho, se dijo. Pero, por lo menos, podemos evitar que se sienta desagradado, Podemos evitar insultarlo con un regalo, mohoso.
...

domingo, 10 de febrero de 2019

Inicio de EL TERRON DISOLVENTE

EL TERRON DISOLVENTE
Elvio E. Gandolfo

Yo casi me había olvidado de Fiambretta. Pobre tipo, con un apellido así. Pero Rodríguez estaba hablando de los viajes que hace por el interior, cuando en medio de los datos sobre restaurantes de la ruta, sobre aventuras totalmente inverosímiles con mujeres "casadas" (como solía agregar, con un dejo reverenciar inútil a esta altura del partido), de los pueblos y pequeñas ciudades que recorría, a lo largo de la ruta 9, mencionó a Fiambretta. Lo corté en seco:
- ¿Fiambretta, dijiste?
- Sí, él. ¿Te acordás? Ahora vive en las afueras de Cañada de Gómez.
Cómo no me iba a acordar. Siempre consideré que cargar con el apellido había impedido que él, Fiambretta, llegara a la fama, a la consagración que tanto se merecía. Habíamos hecho Biología juntos, y aun después de que yo abandoné para dedicarme al curro de los rulemanes, nos seguíamos viendo. Uno de nuestros entretenimientos favoritos era ir a ver una película a un cine de Corrientes (detestábamos Lavalle) y después quedarnos charlando hasta la madrugada en un boliche de Callao, lleno de mesas de billar, hasta que salían los diarios.
De lo que más hablábamos era del cosmos, de la vida aquí y en otros mundos, de los misterios de la célula. O sea que el que hablaba era Fiambretta, no yo. Para darles una idea del talento del hombre: una noche (y recuerdo como si fuera hoy que era en 1952), Fiambretta, en medio de un delirio sobre el efecto de las enzimas, me dice, como al pasar:
-... porque en el código está todo, ¿entendés?, todo, en una doble hélice. Fijate - y me la dibujó en una servilleta.
Años después dos giles (o tres, nunca recuerdo bien) iban a sacarse el Nobel con lo que él había descubierto de taquito, desinteresado, con el pucho colgando de la boca como cortada a cuchillo, y las manos caídas entre las piernas, en el pequeño laboratorio que había instalado en el altillo de la casa de la tía, en Caballito. Eso para que tengan una idea de lo que valía Fiambretta. Un crack, realmente un crack.
...

Inicio de EL ELEGIDO

EL ELEGIDO
Eduardo Goligorsky

Fermín Sosa no podía conciliar el sueño. Era extraño. Tenía los ojos cerrados y estaba realmente cansado, pero no podía conciliar el sueño. Cambiaba de posición en la cama, pensando que quizás le incomodaba el brazo mal doblado, o la pierna encogida, o la posición forzada del cuello. Pero no ganaba nada con esas vueltas.
El calor era agobiante, como si las paredes hubiesen aprisionado y solidificado todo el bochorno del día, y Fermín Sosa se sentía como una de esas figuritas encerradas en un bloque plástico y trasparente que últimamente se veían en las vidrieras.
Junto a él dormía la Rufina, respirando serenamente, y a ratos hacía sonar la lengua contra el paladar con esos chasquidos húmedos que según ella eran producto de la imaginación de Fermín.
- ¡Dejate de embromar! - se reía la Rufina cada vez que él mencionaba el tema 
- Qué voy a hacer con esos ruidos mientras duermo. Vos sí que roncaste anoche. No pude pegar un ojo.
Pero claro que la Rufina chasqueaba la lengua en sueños, como ahora mismo, mientras él se volvía otra vez en la cama pensando que su hombro entumecido era la causa del insomnio.
Ese día había sido como todos los otros de trabajo agotador en el molino harinero. Las bolsas parecían haberle pesado más sobre las espaldas, como si una columna de aire denso y caliente se hubiera añadido a la carga habitual. Y no había ocurrido nada que pudiese preocuparle. A la tarde pasó por el café, antes de volver a la casa, y discutió con los muchachos, pero sin ponerse nervioso ni entusiasmarse demasiado. Que cómo formaría San Lorenzo el domingo; que si la última carta del Hombre era auténtica, que si había noticias de Roque, que estaba preso por la pateadura que le pegó a su mujer cuando la encontró en el centro, muy agarrada del brazo de otro tipo. Bah, macanas.
Pero ahora no podía dormir.
La transpiración le chorreaba por todo el cuerpo. Un mosquito pasó zumbando. 
Fermín esperó listo para pegarle un manotazo apenas sintiese el cosquilleo de las patas sobre su piel. El mosquito se fue y a él ni siquiera le quedó ese desahogo. Alguien tenía encendida la radio, y Fermín se entretuvo un momento tratando de descifrar lo que cantaba esa voz gangosa. Se puso más nervioso cuando no entendió nada. El cachorro de don Pedro empezó a ladrar. Al rato todos los perros del barrio estaban aullando.
...

sábado, 9 de febrero de 2019

Inicio de LOS DÍAS DEL PERRO

LOS DÍAS DEL PERRO
Kit Reed

La especialidad de la excelente autora estadounidense Kit Reed consiste en poner en evidencia las contradicciones de nuestra sociedad planteando situaciones límite y aparentemente absurdas, pero que resultan altamente desazonadoras por su indudable conexión con la realidad actual.
  
Aquella tarde, cuando Norton Enfield volvía a casa por el parque, estaba contento y pesaroso por no tener consigo a «Dirk». Mientras lo tuviese escondido en su casa, «Dirk» estaba a salvo, igual que todo lo del apartamento. Además, Enfield nunca se sentía cómodo con el; «Dirk» se movía con gracia aterciopelada, sin que apenas bastase la mano de Enfield para sujetar su correa. El joven tenía que reconocer que se sentía más a gusto enfrentado a fotógrafos, desviados y otros diversos peligros, que bajo la vigilante mirada amarillenta del perro. 
Siempre se había sentido inquieto ante el aura de poder comprimido del Doberman, sus colmillos rutilantes, y los músculos tensos y acerados bajo el reluciente pelaje. «Dirk» cuando él y Myrna hablaban, les contemplaba paseando la mirada del uno al otro, y Enfield, más de una vez, había llevado a su esposa a la cocina, a fin de poder conversar con ella a solas. No podía ahuyentar la sensación de que el perro comprendía y desaprobaba cuanto él decía. Sin embargo, con «Dirk» a su lado, Enfield no habría perdido su cartera, ningún canalla se habría atrevido a atacarle y, ciertamente, nadie le habría vapuleado; al contrario, Enfield habría experimentado el placer de ver cómo «Dirk» desgarraba las gargantas de sus agresores antes de que pudieran gritar pidiendo auxilio.
Había dejado a «Dirk» en casa porque Myrna insistió en ello: las brigadas de contaminación empezaban a ampliar sus búsquedas y sus misiones de destrucción, y emboscados detrás de cada arbusto había vigilantes civiles con redes y automáticas bien cargadas. Al salir del apartamento, le pasó por la mente que, si perdía a «Dirk», él y Myrna estarían ya completamente solos, pero Myrna había dicho simplemente:
—No te llevarás a «Dirk», no; al menos, tal como están las cosas.
...

viernes, 8 de febrero de 2019

Inicio de EL HOMBRE MECANICO

EL HOMBRE MECANICO
F. Valverde Torné

El doctor Krul se disponía a abandonar su consulta cuando oyó el zumbido del aparato de intervisión. Pulsó el botón de respuesta y en la pantalla apareció el rostro femenino, orlado de una cabellera rubia, de su ayudante.
- Doctor, acaba de llegar un nuevo paciente.
- Iba a marcharme ya...
- Se lo he dicho, pero ha insistido mucho en verle.
Por lo común los pacientes del doctor Krul no acostumbraban insistir si llegaban tarde a la consulta, aunque esto no solía ocurrir. Se les asignaba previamente una hora, y jamás se había dado el caso de que acudiera uno sólo sin haber sido citado con anterioridad.
- ¿Tenía hora fijada? - preguntó a su ayudante. 
- Creo que no.
- ¿No está segura?
- Es que no ha querido darme su nombre. Sin embargo, estoy segura de que han venido todos los que tenía anotados para hoy. Creo que debería verle, doctor, a pesar de todo.
El doctor Krul guardó silencio, aunque estaba intrigado. Su trabajo se reducía exclusivamente a una rutina, en la cual casi todos los casos apenas se diferenciaban de los demás: trastornos cerebrales más o menos agudos, pero que se solucionaban satisfactoriamente en un par de sesiones. La insistencia de su ayudante, pues, no podía ser caprichosa.
- Está bien - accedió -. Haré una excepción. Dígale que pase.
Volvió a abotonarse la bata blanca y esperó de pie en medio del despacho. Sus ojos, acostumbrados a penetrar en el interior de su pacientes, tropezaron con un muro infranqueable cuando se encontraron frente a la fría mirada del desconocido. Era un hombre alto, de movimientos algo torpes, con el pelo extrañamente negro, de reflejos metálicos azulados. Su tez aceitunada parecía una máscara animada de una vida absurda, aunque su expresión era tan enigmática como su mirada.
...

jueves, 7 de febrero de 2019

¿Conoces la procedencia de este fragmento?

Anoche soñé que insultabas a Damiana en la calle, y muy aceradamente. Un hombre fuerte surgió, agresivo, en defensa de la mujer, y otro, como impelido de la curiosidad, se sumó al lance. Dijiste al agresor: «Deténgase usted y sepa la historia que voy a contar». Fue, sin duda, una actitud ingenua y llena de ansias de comunicarte con la tribu, empeño que ocurre constante en ti. En seguida contaste el caso de Damiana, Lucía y tú mismo. Exclamó el segundo hombre: «Este Daniel tiene razón: mucho mal hizo su toronjita». Entonces oímos una voz como del cielo, que hablaba así: «Es mi hija». Sentenció el primer hombre: «Damianita no necesita de padre alguno, pues sabe romper por el mundo y la vida, bien segura y solita». 
¿Habré padecido este sueño a causa de afirmar, con Amparito Pastor, que Damiana no es hija de Dios? Me hallo perturbada, pero voy a concluir la carta, que estoy resumiendo, de Amparito. 
Cuenta nuestra amiga que Damiana se lamentó de la mala costumbre, que tiene Lucía, de hablar en plural cuando informa, a las gentes, de sus intenciones y proyectos, incluyendo en ellos la espiguita. Dice, en efecto, Lucía, frases de esta especie: «Nosotros marchamos»... «Nosotros no pensamos así». 
«Ese nosotros-comentó Damiana-; quiere expresar la existencia de una unicidad semejante a la del matrimonio que llamamos burgués, ocasión donde los componentes han perdido la individualidad. No resisto que cualquier tipo de personas vinculadas manifiesten su ajuntamiento a través de la palabra nosotros, símbolo de una comunidad de comportamiento, pues en toda ligazón han de conservar los individuos el decoro de la personalidad y soledad diferenciadas». 
Y concluyó: «He llamado severamente la atención a Lucía sobre esa mala costumbre, y ella me escuchado sumisa y sin rechistar». 
...

miércoles, 6 de febrero de 2019

Inicio de UNA ESTATUA PARA PAPÁ

UNA ESTATUA PARA PAPÁ

¿La primera vez? ¿De veras? Pero por supuesto que ha oído usted hablar de ello. Sí, estoy seguro.
Si le interesa el descubrimiento, créame que será para mí un placer contárselo. Es una historia que siempre me ha gustado narrar, pero pocas personas me brindan la oportunidad de hacerlo. Incluso me han aconsejado que la mantuviera en secreto, porque atenta contra las leyendas que proliferan en torno a mi padre.Pero yo creo que la verdad es valiosa. Tiene su moraleja. Un hombre se pasa la vida consagrando sus energías a satisfacer su curiosidad y de pronto, por accidente, sin habérselo propuesto, termina por ser un benefactor de la humanidad.
Papá era sólo un físico teórico que se dedicaba a investigar el viaje por el tiempo. Creo que nunca pensó en lo que el viaje por el tiempo podría significar para el Homo sapiens. Sentía curiosidad únicamente por las relaciones matemáticas que regían el universo.
¿Tiene hambre? Mejor así. Supongo que tardará cerca de media hora. Lo prepararán adecuadamente para un dignatario como usted. Es una cuestión de orgullo. Ante todo, papá era pobre como sólo puede serlo un profesor universitario. Pero con el tiempo se fue haciendo rico. En sus últimos años era fabulosamente rico, y en cuanto a mí, mis hijos y mis nietos..., bueno, ya lo ve con sus propios ojos.
También le han dedicado estatuas. La más antigua está en la ladera donde se realizó el descubrimiento. Puede verla por la ventana. Sí. ¿No distingue la inscripción? Claro, el ángulo es desfavorable. No importa.
Cuando papá se puso a investigar el viaje por el tiempo, la mayoría de los físicos estaban desilusionados, a pesar del entusiasmo que provocaron inicialmente los cronoembudos.
...

martes, 5 de febrero de 2019

Inicio de POST BOMBUM

POST BOMBUM
Alberto Vanasco

Ahora las aguas, las olas furiosas venían de pronto y arrasaban la tierra. Entre las palmeras despedazadas, entre restos del gran incendio, sobre el carbón y el hielo, algunos pocos hombres habían encontrado refugio. Muy pocos, apenas tres o cuatro, según podía verse cuando salían de sus escondrijos para atrapar alguna alimaña y volvían a ocultarse casi enseguida. El sol asomaba de nuevo, a veces, entre las brumas, pero la lluvia proseguía cayendo inconteniblemente, desde el primer momento, como si ya nunca fuera a dejar de caer. Entre espirales de humo y de tierra, la vida, desorientada, pugnaba por seguir adelante: animales monstruosos, vegetales estrafalarios aparecían sobre el humus calcinado. Uno de los hombres, que había perdido un zapato, se arrastró fuera de la caverna y espió. Los otros dos andaban por ahí, detrás de un reptil informe, discutiendo a gritos, porfiando por la presa y tirándose piedras. Eran el que había perdido un ojo y el que había perdido el pelo. Alguien había encendido un fuego que cubría de humo la colina. El que había perdido un zapato se detuvo para matar una nueva especie de ciempiés que dormía sobre una roca y se lo comió. Después estiró el cuello para mirar a lo lejos:
- ¡Eh! Vengan - gritó -. Nadie les va a hacer nada. Vengan a calentarse un poco. 
- Y se paró junto a la fogata.
El calvo se acercó, masticando todavía un pedazo del reptil que había cazado y se agachó al lado del fuego, y así se quedó, en cuclillas, balanceándose torpemente. El tercero, el tuerto, también se fue arrimando y por fin se detuvo pegado a las llamas.
- Ya estamos los tres juntos - dijo ufano el del zapato.
Los otros dos gruñeron. Pasó más de media hora sin que volvieran a hablar. Sus hijos también habían empezado a rondar el lugar. Había uno que parecía un sapo, con el cuerpo hinchado y aplastado contra el suelo. El otro parecía una chica y hacía pensar en un árbol, con el tallo muy fino y crecido, y los dos brazos como ramas quebradas a los costados. El tercero daba la impresión de ser todavía un feto.
...

lunes, 4 de febrero de 2019

¿Conoces la obra completa de este fragmento?

Julia dijo:

—Lárgate, Paul.
      
El caminó de un extremo a otro de la habitación, se sentó en el sillón.

—Pensé en pasar para decir buenas noches. No hemos tenido mucha oportunidad de conversar hoy.
      
—Nada tengo que decirte. Te lo dije esta mañana: he terminado contigo para siempre. Estoy feliz ahora.
     
—Así dices. Eso no es lo que John Eliot dice de ti.

Una trucha muerde el cebo sin saber qué es: Julia lo reconoció y no pudo resistirlo.
      
—¿Qué quieres decir?
     
—Piensa que estás demasiado fatigada. Que has estado proyectando demasiado tiempo. Quiere que te tomes una licencia prolongada.
      
—Paul, estás mintiendo —cerró los ojos y volvió el rostro—. ¡Vete, por Dios!

...

domingo, 3 de febrero de 2019

¿Sabes de dónde es este fragmento?

—Media hora más y estaremos en un nuevo siglo —dijo Steve Kulozik, pateando el helado pavimento—. Ayer escuché a un bromista en la televisión que trataba de explicar por qué el nuevo siglo no empezaría hasta el año próximo, pero debe de estar chiflado. Medianoche, año dos mil, siglo nuevo. Esto tiene sentido. Mira eso...   

Señaló la gran pantalla de televisión instalada en lo alto del antiguo Edificio Times. Los titulares, en letras de tres metros de altura, se perseguían el uno al otro a través de la pantalla.

OLA DE FRIO EN EL MIDWEST. SE LLEVAN REGISTRADAS NUMEROSAS VICTIMAS

—Registradas... —gruñó Steve—. Apuesto a que no llevan ningún registro para no enterarse de cuántos son los muertos.

...

sábado, 2 de febrero de 2019

El Problema

El Problema
      
La Esperanza estaba en órbita, cuando Rinda señaló la pantalla del visor y exclamó:
—¡Ahí vienen!
Naves gigantescas descendían sobre Marte.
—Deben venir del hiperespacio —dijo Jeff—. Debe de haber gran cantidad de esos Grandifeos.
—¿Grandifeos?
 —Norby les puso este nombre. Yo me niego a llamarles Señores. ¿Puedes llevar ahora a La Esperanza al hiperespacio, Norby?
—Como acabas de indicar, los Grandifeos tendrán probablemente sus naves por todas partes y son capaces de volar por el hiperespacio. Tengo que retroceder en el tiempo antes de que los Grandifeos aparecieran en nuestro sistema solar.
—Jeff —dijo Rinda—, si, como has dicho, los Grandifeos alardean de haberlo conquistado todo, ¿significa que mi planeta Izz también tiene un Señor?
—Eso me temo —contestó Jeff—. Date prisa, Norby.
—Quisiera que esas naves no se acercaran tan de prisa —replicó Norby—. Tengo problemas para actuar con rapidez. Mis circuitos están más confusos que de costumbre.
Cuando La Esperanza salió del espacio normal, Jeff vio por el visor que las ciudades de edificios semiesféricos de Marte hacían explosión.
—Todas esas personas muertas... por mi culpa —dijo Jeff.
...

viernes, 1 de febrero de 2019

Inicio de LAS RUINAS CIRCULARES

LAS RUINAS CIRCULARES
Jorge Luis Borges

Nadie lo vio desembarcar en la anónima noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los
hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
...