sábado, 16 de febrero de 2019

Fragmento

El afectuoso y errabundo filósofo había desaparecido y en su lugar había un individuo severo, de nariz puntiaguda, armado de un neuroinyector como si supiera todo lo que había que saber sobre neuroinyectores.

—¡Camina! —le dijo.
      
Cramer miró el arma: estaba puesta al máximo: un rayo angosto. Haría mucho más que dormirlo: lo sacudiría por dentro como una bolsa de papas. Cramer avanzó. Ya vería qué podía hacer. Ese falso vejete lo había tomado por sorpresa: había un tanto, pues, a favor de los falsos vejetes. Pero despertar a Cramer significaba ponerlo en guardia. Esperó.
      
El hombre del neuroinyector caminaba detrás de él, cerca de su brazo izquierdo, dándole órdenes. Se estaban alejando del centro de la ciudad.

—¿Cómo me encontraste, amigo? —preguntó Cramer.
      
—Hasta un niño podría haberlo hecho.
      
—Siempre que fuera muy listo, supongo.
      
—O un mono tuerto.
      
—Conque sí, ¿eh?
     
 —Así es. Tienes tu buena fama, Capitán.
     
—Ah, ¿sí? Así que al fin soy famoso .

...

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