viernes, 15 de febrero de 2019

¿Conoces la obra de este fragmento?

Linda, con sus diez años de edad, era la única de la familia que parecía disfrutar mientras estaba despierta.
Norman Muller la oía ahora, pese a su sueño comatoso y enfermizo. (Por fin había conseguido dormirse una hora antes, pero incluso así era más por agotamiento que por sueño.)
— ¡Papá! ¡Papá, despierta! ¡Despierta! -estaba al lado de la cama y le sacudía.
— Está bien, Linda -murmuró reprimiendo un gemido.
— Pero, papá, hay más policías por aquí que otras veces. Hay coches de Policía también, y de todo.
Norman Muller claudicó y se incorporó penosamente sobre los codos. Amanecía. Fuera se iniciaba débilmente el alba, un principio de día gris tristón que parecía tan gris y tan tristón como él mismo. Oía a Sarah, su mujer, atarearse en la cocina con los trajines del desayuno. Su suegro, Matthew, escupía sin parar ruidosamente en el cuarto de baño. Sin duda el agente Handley estaba dispuesto y esperándole.
Al principio, había sido como cualquier otro año. Quizás un poco peor, porque era un año de votaciones presidenciales, pero pensándolo bien, no peor que otros años de votaciones.
Los políticos hablaban del gran electorado y de la enorme inteligencia electrónica que le servía. La Prensa analizaba la situación con computadoras industriales (el New York Times y el Post Dispatch de San Luis tenían sus propias computadoras), llena de pequeñas insinuaciones sobre lo que iba a ocurrir. Los comentaristas y columnistas señalaban lo crucial de los Estados y de las regiones, en feliz contradicción unos y otros.
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