EL EMPERADOR PÚRPURA
Herbie Brennan
Al final de una calle sin salida se alzaba la casa del señor Fogarty. Las ventanas delanteras, parcialmente cubiertas con tablones, le conferían aspecto de abandono y ruina. Sin embargo, Henry recordaba que cuando el anciano vivía allí ya estaban medio tapiadas, así que los vecinos no notarían la diferencia. Y nadie con un mínimo sentido común iría a visitar al señor Fogarty, ya que éste le había roto el brazo a su último visitante con un bate de criquet.
Henry tenía un juego completo de llaves, pero prefirió no abrir la puerta principal y se dirigió a la trasera, que siempre estaba en penumbra, pues el anciano había levantado una valla altísima para que los vecinos no lo espiaran; tampoco había mucho que ver: una franja de césped gris y musgoso y el cobertizo del jardín al lado de la budleya, donde Henry había encontrado a Pyrgus. El chico pasó junto al arbusto, uno de los sitios favoritos de Hodge, y gritó:
-¡Hodge! ¡Vamos Hodge, es hora de cenar!
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