jueves, 31 de julio de 2014

Inicio de A la memoria desgraciada del joven literato Don Mariano Jose de Larra

José Zorrilla

Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana: vano remedo del postrer lamento de un cadáver sombrío y macilento que en sucio polvo dormirá mañana. Acabó su misión sobre la tierra, y dejó su existencia carcomida, como una virgen al placer perdida cuelga el profano velo en el altar.

Miró en el tiempo el porvenir vacío, vacío ya de ensueños y de gloria, y se entregó a ese sueño sin memoria, ¡que nos lleva a otro mundo a despertar! Era una flor que marchitó el estío, era una fuente que agotó el verano; ya no se siente su murmullo vano, ya está quemado el tallo de la flor. Todavía su aroma se percibe, y ese verde color de la llanura, ese manto de yerba y de frescura hijos son del arroyo creador.

...

miércoles, 30 de julio de 2014

Inicio de LA FRONTERA DEL NORTE

Feliks W. Kres
LA FRONTERA DEL NORTE

Su excelencia:
Me enorgullece la confianza que deposita en mi sabiduría. Sin embargo, señor, he de decir que estoy sumamente sorprendido, e incluso asustado, por la ignorancia de quien, desde hace años, según tengo entendido, permanece en la frontera entre dos fuerzas. En un primer momento, señor, tomé su carta como una broma extraña y de mal gusto, pues no podía concebir que unos hechos tan claros para mí resulten para otros inexplicables y enigmáticos. No me malinterprete, su excelencia, no le culpo a usted en absoluto. Más bien me culpo a mí mismo y a todos aquéllos a los que se conoce habitualmente como Sabios Consejeros. La carta de su excelencia me hizo comenzar a entender la situación. Es una vergüenza y una infamia, comandante, que se permita que los soldados de su excelencia luchen y mueran en nombre de algo que no comprenden. Pero, ¿acaso aquéllos cuyo oficio es la guerra han de comprender cualquier cosa, mientras que los tontos, que ellos llaman sabios, se encuentran a mil millas y no se dignan hacerles partícipes ni siquiera de las migajas de su sabiduría? Inicio por lo tanto esta carta con una sincera petición de disculpas. Señor, tiene derecho a exigirme información al igual que yo puedo exigirle que me defienda. Estoy dispuesto a corregir mis errores cuanto antes. Sin embargo, tenga en cuenta su excelencia que la carta, aunque bastante extensa, no abarca todo lo que se podría decir sobre los temas que le interesan. Así pues, las explicaciones serán necesariamente muy generales, aunque puede que por ello más clarificadoras.
...

martes, 29 de julio de 2014

Inicio de Arresto de un conspirador

ARRESTO DE UN CONSPIRADOR 

«Barrio de la levadura» no era el nombre oficial de ningún sector de la ciudad de Nueva York. Lo que en lenguaje popular se conocía como el barrio de la levadura, para la Oficina de Correos no eran más que las zonas comprendidas entre Newark, Nuevo Brunswick y Trenton. Tratábase de una faja muy amplia de lo que otrora fue la medieval Nueva Jersey, moteada con sitios residenciales, especialmente en Newark Central y Trenton Central; pero dedicada con especialidad a granjas de muchísimos surcos en las que crecían y se multiplicaban miles de variedades de levaduras. Sin la levadura, seis mil de los ocho mil millones de seres humanos que habitaban la Tierra se morirían de hambre en un año. Baley estacionó el vehículo en un espacio para descarga de mercancías. Enfilaron por un corredor a cuyos lados se extendían dos filas de oficinas.
...

lunes, 28 de julio de 2014

¿Sabes quien es el autor?

LA HUIDA

Baley aprisionó con fuerza el mango del tenedor.
—¿Estás seguro? —preguntó automáticamente.
—¡Completamente! —repuso R. Daneel.
—¿Están cerca de nosotros?
—No mucho. Están dispersos.
 —Muy bien, entonces.
La mente de Baley trabajaba con frenesí... «Supongamos que el incidente de anoche fuese organizado por fanáticos antirrobotistas; que no fuese el tumulto espontáneo que parecía. Entre el grupo de agitadores podría haber hombres que hubiesen estudiado a los robots, y alguien identificaría a R. Daneel por lo que era, como el comisionado había sugerido.
Todo se concatenaba con lógica. Concediendo que no hubieran podido actuar de modo coherente, quedaba aún la posibilidad de un proyecto futuro. Si podía identificar a un robot como R. Daneel, advertiría también que el mismo Baley pertenecía al cuerpo de policía. Un funcionario de policía en compañía inusitada con un robot humanoide, con seguridad significaba un hombre de gran importancia en la organización.
De ello se deducía que cualquier observador apostado en el palacio municipal (o hasta agentes dentro del palacio municipal) descubriría a Baley, a R. Daneel, o a ambos, antes de que transcurriese mucho tiempo. 
Tampoco resultaba sorprendente que lo hubiesen hecho en el curso de veinticuatro horas».
...

domingo, 27 de julio de 2014

Inicio de EVEREST

EVEREST
En 1952 estaban casi dispuestos a abandonar las tentativas de escalar el Everest. Pero las fotografías les mantuvieron en marcha.
Aunque como tales, las fotografías no eran gran cosa: borrosas, rayadas y sin otro detalle de interés que una especie de ampollas oscuras sobre el fondo blanco. Pero aquellas ampollas oscuras eran criaturas vivientes. Los hombres lo juraban.
— ¡Qué diablos! -dije yo-. Hace cuarenta años que hablan de criaturas vivientes resbalando por los glaciares del Everest. Ya sería hora de que nos ocupáramos del caso.
Jimmy Robbons (perdonen, James Abraham Robbons) era quien me había empujado a esta actitud. El montañismo era su pasión. El sabía bien por qué los tibetanos no querían acercarse al Everest por considerarlo la montaña de los dioses. Era capaz de hablarme hasta de la última misteriosa huella de un pie más o menos humano de que hubiera habido noticia sobre el hielo a siete mil quinientos metros de altura; se sabía de memoria todos los cuentos fantásticos sobre las alargadas y blancas criaturas, corriendo veloces por las grietas de encima del último campamento que los alpinistas habían conseguido plantar en un paraje que encogía el corazón.
Es muy saludable tener a un tipo entusiasta como él en el cuartel general de Inspección Planetaria.
...

sábado, 26 de julio de 2014

CARTAGENA DE INDIAS

CARTAGENA DE INDIAS
GEORG WEGENER

Comentario de este geórgrafo alemán sobre la ciudad colombiana.

La mañana de Pascua volvimos a emprender la navegación por un mar tórrido y una atmósfera cargada
de humedad, alejándonos de la costa no explorada suficientemente. Esa misma tarde surgió de las olas ante mí una imagen maravillosa: la ciudad de Cartagena con sus muros blancos, tan chata y próxima al mar que, a semejanza de Cádiz, daba la impresión de flotar en medio de las aguas. ¡Cartagena!

Bajo este epígrafe hay muchas páginas de ni¡ diario llenas de expresiones de mucho interés y momentos
de gozo. Algo que había echado de menos entonces.

Por fin una ciudad con monumentalidad y carácter en este continente; por fin un soplo de antigua grandeza; por fin un testimonio arquitectónico del poderoso espíritu de aquellos españoles, creadores del imperio universal “donde el sol jamás se ponía”.

Cartagena de Indias es la ciudad europea más antigua de América del Sur. Los españoles la fundaron en 1533 en la vecindad de un brazo del río Magdalena, actualmente arramblado y se vincula a ella una historia gloriosa. Después de la transitoria conquista de Francis Drake en 1585, fue defendida con poderosas obras de fortificación que aún hoy despiertan admiración. Con la ciudad de Bogotá, Cartagena mereció ser a intervalos la capital del Virreinato de Nueva Granada, del cual surgió la actual nación colombiana. Su puerto estratégico reunía famosas flotas españolas cargadas de plata antes de emprender la travesía de regreso a su patria y por esta razón la riqueza estableció allí su sede. A principios de este siglo se convirtió luego en uno de los puntos de partida de la gran lucha de liberación contra el dominio de los españoles. Allí inició Bolívar su primera carrera victoriosa hasta la toma de Caracas; allí se replegó después que hubo fracasado su campaña en Venezuela. Aún hoy se muestra a los extranjeros la casa que ocupaba en una de las calles de Cartagena, y en la plaza principal de la ciudad, cubierta de acacias de flores rojas, se le ha erigido una estatua ecuestre, hermosa y libre desde el punto de vista artístico.

En 1815 la ciudad fue conquistada por la prepotencia del general español Morillo, quien más tarde cobró fama por sus terribles represalias, pero sólo lo consiguió mediante el hambre. No pudo tomar los viejos bastiones de viva fuerza. Algunos años más tarde, Cartagena volvió a ser liberada y elegida capital del estado federal de Bolívar. Hoy en día, a raíz del arramblamiento de su puerto y del canal de navegación tendido hacia la desembocadura del Magdalena, ha sido sobrepujada por su vecina Barranquilla. El comercio sufre una recesión cada vez más acentuada, el número de habitantes ha descendido a 10.000, la mitad de los de su joven rival, más afortunada y no resulta del todo claro cuál es el medio de vida de la masa de población.

Debido a este arramblamiento de la antigua rada se debe realizar un desvío hacia el sur para llegar a través de la llamada Boca chica a la grande y hermosa laguna interior de Cartagena formada por un cordón de islas. Por esta razón, el viajero procedente de Barranquilla goza dos veces de la vista de la ciudad desde el mar, las dos diferentes y ambas grandiosas.

Al principio, la ciudad oscila lentamente hacia oriente ante nosotros en la lejanía algo brumosa cual una blanca masa uniforme y vuelve a desaparecer, una aparición borrosa pero que mantiene latente la expectativa. Luego nos acercamos de nuevo a ella por el sur y echamos anclas muy cerca de su imagen de contornos claros y nítidos, sobre la cual arde el brillante sol de la tarde. ¡Una vista espléndida y maravillosa! La luminosa superficie del puerto, flanqueada a derecha e izquierda por tupidos mangles, parecía en partes un espejo centelleante, en otras los soplos de viento la encrespaban con franjas verde esmeralda. Ante nosotros y dominando el puerto, se alzaba en semicírculo la vieja ciudad con sus poderosos bastiones flotantes de sillares grises, oscuros jardines verdean sobre ellos, imponentes cúpulas de iglesias y enormes conventos y colegios se alzan hacia el cielo. En el fondo, a la derecha, nos daba la bienvenida el majestuoso cerro llamado la Popa, coronado por un pintoresco monasterio que mira hacia el interior.

Durante dos días paseé por Cartagena, orientado por el amable cónsul alemán, y cada vez con renovado
entusiasmo. El antiguo fuerte construido con ese orgulloso sentido de señorío que cree en la eternidad de su posesión, es imponente. Los muros no son muy altos, pero enormemente anchos, construidos con gigantescos bloques de coral gris plata. El mortero es tan resistente que la brisa húmeda del mar sólo pudo corroer los sillares del costado de barlovento. El viejo mortero de las uniones, se conserva en cambio sobre los muros formando un precioso enrejado. En las altas plataformas la cimentación es tan sólida aún que allí no pudo echar raíces vegetación alguna.

Aquí y allá se puede mirar a través de aberturas hacia el fondo de enormes y oscuras cisternas, destinadas a recolectar el agua llovida, para no carecer del líquido elemento durante los asedios. En otras partes, el interior de los muros aloja una larga sucesión de mazmorras. Estremecidos, miramos los oscuros y húmedos corredores, sin poder dejar de pensar en los gritos de los desesperados que habrán sofocado esas paredes levantadas por los esclavos para la raza fuerte que creó allí una prisión. Con ella deben estar relacionadas muchas cosas siniestras.

En la actualidad, en cambio, es maravilloso pasar por allí en el fresco atardecer, cuando los niños juegan en derredor de los viejos cañones y las doncellas con sus vestidos de colores charlan sentadas en los bajos parapetos. Afuera, el sol se hunde en el océano ilimitado y las olas plateadas avanzan sin cesar desde la lejanía hacia el pie de la fortaleza como lo hacen desde todos los siglos en eterno ritmo.

La ciudad se ve también muy hermosa dentro de su cinturón de piedras. La herencia de su antigua
grandeza es aún poderosa y le imparte una pátina de incomparable y mayor distinción que la que posee
Barranquilla. Las calles son estrechas, pero pintorescas, flanqueadas en muchos casos por antiguas
mansiones palaciegas, de grandes portones y viejas puertas de considerable peso. Como en España, es
agradable echar un vistazo a esos espaciosos patios, cerrados por rejas primorosas, rodeados de galerías donde rumorean las fuentes entre bananos de enormes hojas. Los frentes ostentan ventanas protegidas por rejas y pequeños balcones, cubiertas por largos cortinados, muy al estilo de Sevilla y Granada.

Por encima de los pardos techos de ladrillos sobresalen las grandiosas catedrales con sus recintos
abovedados y en penumbras, maravillosos y frescos refugios contra los ardores del sol. Aun cuando hoy en día sus tesoros en adornos, imágenes de mártires y crucifijos, retablos y monumentos funerarios es pobre, el efecto que causan las inmensas naves flanqueadas de pilares es de una imponente grandeza.

El viejo y largo claustro que descubrí en medio de la ciudad me impresionó como un poema, con sus
cruceros sombreados y el silencio absoluto bajo la verde soledad de sus acacias y las copas de los mangos.
A la vista de una pesada parrilla de hierro con púas de treinta centímetros de longitud, de forma de puñal, hoy empleada como reja en una pared de la iglesia, otrora un instrumento de tortura, se nos antoja oír como un alarido de la siniestra época de la inquisición española.

También escalé el cerro de la Popa, bajo una ardiente canícula que me obligó a detenerme cada diez minutos para calmar mi agitado corazón. La vista de Cartagena desde aquel mirador es magnífica. Se advierte que la ciudad se levanta en una gran isla y en su blancura semeja una fantástica y enorme flor suspendida entre la laguna y el mar.

viernes, 25 de julio de 2014

jueves, 24 de julio de 2014

Inicio de DIA DE PENITENCIA EN MODERAN

DIA DE PENITENCIA EN MODERAN 
David R. Bunch 

Y el anuncio, en hojas impresas, salió de Central ese día de principios de estación: SERVICIOS ANUALES DE PENITENCIA SE RUEGA TRAER LÁGRIMAS Se acercaba abril cuando atravesamos los Muros de las Fortalezas y salimos a la plaza de armas de plástico verde: todos los grandes amos de Fortalezas ordenados en solemne procesión. El escudo de vapor era blanco ese día, con estrechas franjas rojas enhebradas en el cielo, franjas (nos recordaron) del antiguo color de la sangre. Y algunos si lo recordamos, aunque nuestra sangre es ahora de color verde pálido, y la martillan corazones eternos haciéndola circular por las tiras de carne para alimentar no sólo a las tiras de carne sino también para lubricar los repuestos de aleación de metal nuevo y las coyunturas donde se articulan el metal y la carne.

Éramos una extraña banda bajo un extraño escudo de vapor ese día; los pájaros de hojalata que subían de Central colmaban el cielo sintético, y por los agujeros del suelo en los patios salían árboles de los que brotaban, a nuestro paso, hojas de lata de un verde brillante. Cojeamos en imperfecto orden hacia el este, plop-plip-plap-plop sobre el plástico reluciente, dispuestos a veces en parejas, pues se suponía que estábamos en una procesión, pero más veces aún en tropeles y montones y nudos de grandes amos que se movían con torpeza al pisar el suelo descubierto, pues no éramos buenos para caminar. A veces me preguntaba si Central no nos hacía eso todos los años para humillarnos, y también para que renováramos la fe en nuestras Fortalezas, pues fuera de nuestras Fortalezas nosotros, los grancies, no somos nada.
...

miércoles, 23 de julio de 2014

Inicio de LA ESPADA SIN HONOR

LA ESPADA SIN HONOR
D.J. HEINRICH

Flinn el Caído! ¡Flinn el Bobo! Los insultos se oían claramente a través del frío aire invernal. Los niños corrieron junto al hombre montado en el grifo y prosiguieron su letanía, con improperios cada vez más osados y crueles al ver que los adultos que había por allí no los castigaban. Un hombre -un panadero a juzgar por el delantal cubierto de harina- incluso aplaudió la saña de su hijo. Hizo un gesto ofensivo con ambas manos, y luego se volvió hacia sus compañeros y rió.
--¡Flinn el Bobo! ¡Ha dejado de ser Flinn el Poderoso! -gritó con menosprecio el panadero.
Una joven se aproximó, cimbreando su alta y desgarbada figura entre los mirones. Una ráfaga de viento le empujó el cabello trenzado sobre la cara, y ella apartó de un manotazo la rojiza trenza sobre los hombros. Sus manos limpias y encallecidas agarraron el cinto de cuero, con el que ceñía a su delgada cintura un amuleto para trasladarse en el espacio. Johauna Menhir aún no había cumplido los veinte años, pero sus ojos grises y transparentes poseían sabiduría; sabiduría que había acumulado en los trece años que había andado huérfana por las calles de Specularum. Jo había vivido en la ciudad portuaria del sur hasta hacía muy poco, desde la cual había tomado rumbo al norte hasta llegar a la pequeña aldea de Bywater.
...

martes, 22 de julio de 2014

Inicio de Mi primera clase de spinning, de Jaime Bayly

Jaime Bayly
Mi primera clase de spinning 

Estaba estirándome en la cama el domingo en la mañana cuando Sandra me preguntó: ¿por qué no vienes al spinning conmigo? Había dormido bien y me provocaba sudar un poco, así que decidí acompañarla. Ella me advirtió que la clase sería fuerte para un principante como yo, pero me reí en su cara y le dije que sería un paseíllo para mí. 
-Tu clasecita de spinning me va a servir de calistenia antes de hacer mi rutina en el gimnasio -le dije, y ella apenas sonrió. 
Confiado en mi buena condición física, me puse ropa deportiva y anteojos oscuros y, cargando una botella grande de agua, me dirigí al gimnasio dispuesto a estrenarme en la moda universal del spinning, un ejercicio que miles de mujeres y algunos hombres, subidos en sus bicicletas estáticas y pedaleando frenéticamente al ritmo de una música demencial, practican con una especie de devoción religiosa y celo fanático. Esto lo tenía muy claro antes de subirme a la bicicleta: el spinning no es un ejercicio más, es una secta peligrosa a la que no cualquiera puede pertenecer.
...

lunes, 21 de julio de 2014

Jaime Bayly - Inicio de Talk show

Jaime Bayly
Talk show

3,2,1...¡en el aire! Tan pronto como se encienden los reflectores, el público estalla en aplausos y, acompañada de una alegre cortina musical, aparece la presentadora, quien sonríe extasiada y recibe una ovación.     

Laura: ¡Bienvenidos a Laura en América! El tema de hoy: "ERES UNA RATA, POR QUÉ ME TRAICIONASTE". Recibamos con un fuerte aplauso al presidente Fujimori.
     
Rodeado de diez matones armados hasta los dientes, el presidente del Perú y comisario de Chaclacayo, Alberto Fujimori, ingresa al estudio. Se oyen aplausos y silbatinas en el público. Laura le da la mano. Fujimori toma asiento.
     
Laura: Señor presidente, es un honor tenerlo en el programa. Sabemos que se siente traicionado. Cuéntenos su caso por favor.
     
Fujimori (dejando un rifle semi automático en el piso, acomodándose el chaleco antibalas): Mire, doctora, la verdad que me he quedado solo. La única que me apoya es mi hija Keiko. Todos los demás me han traicionado. Cuando el barco se hunde, ¡saltan las ratas!

...

domingo, 20 de julio de 2014

SOLAMENTE UN ECO (y II)

SOLAMENTE UN ECO
POR ALAN BARCLAY

- Yo digo (y esto es una opinión enteramente particular) que ellos han venido a través del espacio desde otro sistema. Creo que ellos, o tal vez los abuelos de la presente generación de Jackoes, se han visto obligados a abandonar el planeta donde vivían. Creo que toda su raza ha estado cruzando el espacio, desde la estrella en que vivieron, durante decenas o centenas de años, buscando otra residencia donde establecer su hogar. Estoy por apostar que si usted llegase a descubrir su guarida (cosa que nadie ha hecho hasta ahora) encontraría una flota completa a varios millones de millas. Muchas y grandes naves, montañas de ellas, infinidad de Jackoes de todas formas y tamaños sentados sobre todo lo que pueda ser útil para sentarse, mirando para acá y pensando si al fin habrán llegado a su tierra de promisión. No, Lingard, sea lo que sea lo que les hagamos, nada los hará retroceder. El quedarse es su única esperanza.
- Entonces, ¿cuándo terminará?
- No lo sé - respondió el comandante en jefe -. Puede ser que dure para siempre.
Dos días después Lingard y Stinson se encontraban de nuevo patrullando. Los dos estaban observando el sector que les correspondía. En el borde de la esfera del localizador, próximamente en la vertical, por encima de ellos, una pequeña burbuja era perseguida por otras tres mayores.
- Esto es un Jacko que se ha metido en nuestras líneas. Ha venido a dar un vistazo y quizá ha llegado hasta la Tierra y ahora está tratando de salir otra vez. Las tres burbujas grandes son nuestras naves de caza que lo van persiguiendo. Al pobre lo van a atrapar en cinco minutos. ¡Fíjese!
Las cuatro burbujas navegaron suavemente por el interior luminoso de la esfera. De los tres perseguidores, uno estaba algo por encima del Jacko y sus otros dos compañeros se encontraban por debajo, pero todos ellos marchaban en sentido convergente.
- Estos son los nuevos destructores de cazas tipo Pluto - dijo Stinson -. Van pilotados por ocho hombres armados con proyectores de onda-D. Ahora será en cualquier momento.
- Nunca pude comprender cómo se las componen para montar aparatos de onda-D en naves tan pequeñas como estas. ¿Cómo puede la tripulación aguantar el retroceso y el fogonazo de tan fuerte radiación?
- Bueno, por supuesto, las naves son bastante mayores que esta lata de sardinas y llevan el proyector montado en las mismísimas narices. Lo manejan por medio de control a distancia con una gran cantidad de material aislante entre él y la tripulación.
- Pensándolo bien - reflexionó Lingard -, los exploradores Jackoes montan tubos de onda-D.
- Así es - dijo Stinson -, ¿eso lo ha discurrido usted solo?
- Pero...
- Hay dos contestaciones a esta pregunta. La respuesta más fácil es que los Jackoes aguantan muy bien esta radiación tan fuerte. Yo sé que el personal de nuestro Cuartel General está a favor de esta teoría; de hecho hablan como si a los Jackoes nada les gustara tanto como bañarse en fuertes radiaciones dos o tres veces al día.
- Usted no está muy conforme con eso, al parecer.
- Yo... Ciertamente que no. Le diré lo que pienso. Creo que cualquier Jacko que lanza la onda-D, desde un recinto cerrado, como una de sus naves, muere unas seis semanas después, lo mismo que nos ocurriría a nosotros. Es más, sé que los pilotos de combate de los Jackoes lo saben y por eso siempre se baten hasta el final y cuando se ven derrotados vuelan sus naves. Mire el aspecto de este individuo, dijo señalando la pantalla de observación. Está tratando de atacar a nuestras naves antes de que lo abatan, aunque debe reconocer que no tiene ninguna probabilidad de escape... Mire, ahí va.
Según miraban, la pequeña burbuja que había empezado a balancearse en un estrecho arco, comenzó a hincharse de un modo desmesurado y, por fin, reventó. Ya no estaba allí.
- ¡Pobre! - exclamó Stinson.
- Algunas veces pienso que usted ama a estas criaturas - le dijo Lingard mirándole un poco irritado.
- No las odio tanto como usted - fue la respuesta -. Aun cuando parecieran cocodrilos, pulpos o tuvieran dos cabezas y las bocas en sus estómagos, todavía pensaría que son bastante buenos chicos. Antes que sus naves se pongan en marcha, deben saber que no tienen ninguna probabilidad de sobrevivir. Si disparan el proyector, se asan, y aunque no se asasen, la posibilidad que tienen de atravesar nuestras líneas y poder volver a su base es mínima. Y a pesar de todo, vienen.
- Entonces, ¿por qué continúan viniendo?
- Es fácil de explicar. Por ahí, en alguna parte, tienen grandes naves llenas de municiones, de papás, de pequeños hermanos y hermanas, y quizá de novias y madres, si sus leyes biológicas son iguales a las nuestras. Y si están tratando de encontrar un hogar para todos estos seres, ¿no haría usted lo mismo, aunque cualquiera otra criatura, cualquiera otra clase de animal, persistiera en cruzarse en su camino?
- Sí, lo supongo - dijo Lingard, y tras pensar un momento sobre ello, preguntó -: ¿Cómo es que cualquiera que vuelve a su casa, en la Tierra o en Marte, no habla de esa manera?
- Porque vuelven asustados de los Monstruos del Espacio.
-¿Y cómo va a acabar esto?
- Se lo diré - dijo Stinson inesperadamente -. ¿Usted sabe lo que sucede cuando dos chicos mayores se encuentran por primera vez? Se suelen hacer muecas el uno al otro, se pelean, se sacan la lengua y se dan buenos coscorrones; pero el resultado es que se hacen buenos amigos. Cada uno mide las fuerzas del otro,
descubren que son los dos humanos y decentes, normales e interesados en las mismas cosas. En seguida intiman y se dedican a cambiarse las canicas y las navajas. Bien, hay que reconocer que este es el actual estado de cosas entre nosotros y los Jackoes. Nos estamos dando puñetazos en las narices unos a otros,
corre la sangre (lo malo es cuando se trata de la nuestra) y, al final, cada bando decidirá que el otro pertenece a una raza decente y normal y merecedora de respeto, y que, después de todo, hay sitio para ambos en este pequeño sistema.
Cuando se empieza a creer que todo es un juego, cuando se han hecho por lo menos ocho o diez raids y parece que los Jackoes son un mito, por encuentras uno, que probablemente se le ve a no más de quinientas yardas por la banda de estribor.
De hecho, en el noveno raid de Lingard apareció uno. Stinson fue el primero en señalarlo.
- Esto debe despertar tu alma heroica - dijo a Lingard -. Me parece que, por fin, vamos a tropezar con algo en nuestro camino.
Lingard se desplazó para mirar mejor el localízador.
-¿Dónde está?
-¿Ves esa mole, la que se está moviendo?
- Es otro bloque de roca - protestó Lingard.
- Conforme, es un bloque de roca, pero si lo miras con atención verás que cambia de forma... ¡Allí! Observa esas dos manchitas que hay detrás. Algunas veces se funden con el bloque principal, pero frecuentemente parece que se desprenden. Deben de ser un par de Jackoes tratando de hacer alguna jugarreta. Han cogido un trozo de asteroide moviéndose en una ruta inferior aceptable y lo están
abrazando con la esperanza de poder atravesar nuestra pantalla, aún no descubierta por ellos.
Lingard miró con atención. Ahora podía ver claramente que aunque las dos pequeñas manchas parecían casi siempre formar parte de la masa principal, con mucha frecuencia se separaban por un instante. Calculó la ruta que seguían y vio que iban a pasar muy cerca de ellos.
- Van a pasar muy cerca de nosotros - dijo -. ¿Daremos la señal?
- Todavía no - respondió Stinson-. Lo primero de todo, coloquémonos lo más cerca posible del paso de ese trozo de material de construcción.
Apretó unos botones y puso en marcha la nave, deslizándose hacia la parte baja de la órbita del asteroide. La burbuja movediza que había en el centro de la masa luminosa se columpió hacia atrás y hacia adelante, hasta que, al cabo de diez minutos, empezó a moverse directamente hacia el centro. El trozo de roca que parecía tener unos 200 pies de diámetro, venía ahora en línea recta hacia la nave.
- Desconectaremos el localizador por un momento - dijo Stinson-. La roca está ahora entre nosotros y ellos pero queda una probabilidad de que la punta de una de sus antenas asome por encima del techo. Dentro de media hora podremos verla directamente con el telescopio.
Efectivamente, media hora después pudieron localizar la roca con el telescopio, y veinte minutos más tarde, pudieron verla a simple vista. Un monstruo espeluznante, girando suave y continuamente, con grandes placas metálicas y cristalinas que brillaban intensamente cuando les daba el sol.
Stinson hizo que su nave se emparejase rápidamente con la roca y al mismo tiempo, trató de entorpecer la marcha de la nave más próxima.
- Bueno, hijo, por detrás de esa roca hay dos naves Jackoes. Voy a rodearla un poco para ponerme en posición de hacer un disparo que no falle al que tengamos más cerca de los dos. No puede haber discusión ni titubeo, lo tiene que aniquilar con el primer disparo, y a continuación le pondré en línea con el segundo para que se lo cargue también. Tiene que ser rápido, limpio y no fallar ningún disparo. Nada de fantasías.
-¡De acuerdo, capitán! - exclamó Lingard con entusiasmo, dirigiéndose hacia adelante a la posición del apuntador y tomando los mandos de los cañones.
-¿Tiene el traje de salto bien ajustado? - dijo la voz de Stinson en la radio interior.
- Seguro - contestó Lingard.
- Recuerde que podemos ser tocados. No olvide lo que le dije sobre el lanzamiento en caso de emergencia.
- No habrá que lanzarse - gritó Lingard -. Póngame usted exactamente medio segundo en línea con cada uno de esos monos los haré papilla.
- Es lo que tiene que hacer - graznó el otro -. Allá vamos.
Los motores zumbaron brevemente y la pequeña nave se deslizó a lo largo de la roca. Una explosión de los motores los lanzó fuera de la sombra. Otra explosión de los tubos laterales les imprimió una sacudida y les hizo dar la vuelta...
Allí estaban los Jackoes. A una distancia no mayor de 100 yardas se encontraba una masa bulbosa y rojiza, otra más allá, por encima, y otra por debajo.
- ¡Diablo! - exclamó Lingard-. Ahí hay tres.
- Ya no podemos volvernos atrás - gritó Stinson-. Ahí tienes al más cercano. Cárgatelo.
La nave dio una sacudida cuando Lingard la colocó en línea. Tomó el control del cañón con manos sudorosas v enfocó la cruz amarilla del visor al centro de la barriga de la nave más cercana. No se acordó de apretar el botón para disparar, pero debió de hacerlo de una manera inconsciente, puesto que la nave enemiga tembló al recibir el impacto de la descarga fisionable. El Jacko pareció estallar.
-¡El siguiente' .- gritó Stinson entusiasmado -. Vamos con el siguiente.
Hizo girar el morro de la nave. El segundo enemigo estaba más lejos, por lo que el piloto tuvo unos cuantos segundos para prevenirse. Una delgada llama azul salió proyectada por el costado y la nave quedó enfilada al enemigo.
--Anda con él! - vociferó Stinson.
Lingard hizo girar el cañón para intentar un tiro de flexión. El blanco aceleró justamente cuando él disparó y la carga no le alcanzó por pocas yardas. Dio un tirón de la palanca para volver a cargar y oyó el zumbido de los pesados proyectiles al entrar en la recámara. El Jacko aceleró y se revolvió, lanzando pequeñas llamas por sus motores laterales.
- No tire ahora - ordenó Stinson con calma -. No puede acertarle mientras esté acelerando y bailando como una peonza pero cuando empiece a virar hacía atrás en dirección opuesta, habrá un solo momento en que se quede quieto; espere ese momento.
Lingard esperó siguiendo con la vista el rojo barco. Esperó un largo momento. Lo suficientemente largo que pudo pensar dónde diablos se había metido la otra nave enemiga. Entonces, el blanco se inmovilizó, su movimiento relativo bajó casi hasta cero. Lingard accionó las palancas y los proyectiles salieron silbando.
Durante los dos minutos que siguieron al disparo el morro del enemigo se salió un poco de la visual, pero no lo suficiente para quedar fuera del alcance de sus proyectiles fisionables de acero. En su costado se abrieron seis agujeros. Dio la vuelta violentamente al recibir el impacto y de repente, lanzó una gran
llamarada blanca.
-¡Le di! - gritó Língard.
Stinson no dijo ni una palabra. Estaba tecleando en los botones de disparar. La nave dio con mucha rapidez una vuelta muy cerrada. Lingard se abatió contra el asiento.
-¿Dónde está la tercera nave?- preguntó.
- Hijito, está exactamente en nuestra cola - dijo Stinson con voz agria. -Agárrate bien a lo que puedas, que te vas a zarandear un poco.
La nave empezó a bajar y subir rápidamente describiendo grandes círculos. El asteroide junto al cual empezó la batalla estaba ahora a muchos cientos de millas. Por tres veces, un destello de llama azul metálico pasó por delante de las troneras de observación.
- No anda muy listo con su onda D - observó Lingard -. ¿No puede girar más, para que yo le pueda disparar?
- No hay la menor esperanza. Estos Jackoes son capaces de aguantar una fuerza centrífuga mucho mayor de cuanto nosotros podemos soportar y pueden girar en círculos más pequeños.
Una vez más, la aguja de luz azul pasó junto a ellos. Un segundo después la vieron brillar justamente delante, y esta vez no era un destello momentáneo, sino un rayo atravesado como una espada en su camino. Stinson dio un fuerte impulso a los motores para elevar la nave y hacerla pasar por encima.
- La ventaja del rayo es que lo pueden dirigir hacia adelante para que tengamos que meternos en él. ¿Qué es esto? ¡Gran Júpiter! Hemos sido tocados. Esta vez nos dieron en la cola.
Se produjo una explosión imponente al tiempo que volaba uno de los motores propulsores.
- Estamos alcanzados, hijo - chilló Stinson -. ¡Salta!
Lingard palpó la válvula de su casco para comprobar que estaba bien seguro v dio un puñetazo en el botón de lanzamiento. Los cierres de la compuerta volaron con un zumbido al tiempo que Stinson vociferaba de nuevo:
-¡Salta!
El chorro de aire que se proyectó levantó a Lingard y lo lanzó al espacio.
-¿Estás bien, hijo? - preguntó la voz de Stinson, por medio del intermicrófono, un momento después.
- Creo que si - replicó Lingard.
- Bueno, espero que sabrá todo lo que tiene que hacer para volver a la base utilizando su traje de salto.
- Me gustaría mucho que me lo repitiese, capitán.
Se encontraban flotando en la nada en el negro vacío, y aunque Stinson no debía encontrarse a muchas yardas de él, no podía verle.
- Muy bien, escuche. Tome la línea Sol-Aries como dato. ¿Se acuerda de las coordenadas de la base cuando salimos?
- Ya lo creo - las recitó Lingard.
-¿Y de las coordenadas de nuestra nave, antes de empezar el ataque?
- Sí; pero nos hemos desplazado bastante desde entonces.
- No tanto como para que importe. ¿Conforme? El trabajo más difícil va a ser el hacer una estimación periódica de su velocidad. Use el pequeño velocímetro que tiene en el bolsillo exterior del traje de vuelo. Haga tantas comprobaciones de velocidad como pueda. Hágalas continuamente, no tiene mucho más que hacer. Cuando crea que se encuentra a menos de mil millas de la base empiece a mandar mensajes por el microrradio. No esté todo el tiempo conmutado, envíe un mensaje y desconecte. Espere diez minutos y envíe otro. Ahora, sobre todo, mucha tranquilidad. Verifique la velocidad constantemente y llegará en nada de tiempo a casa.
- Gracias, capitán - dijo Lingard agradecido.
La voz de Stinson, a pesar de ser áspera, había contribuido a elevar su ánimo considerablemente.
-¿Está escuchando, Lingard? - se oyó la voz de Stínson un momento después que ahora era apremiante.
- Seguro.
- Hace un momento vi sobre mi cabeza un destello de ese maldito motor. Parece que todavía anda rondando. Mientras no acelere pareceremos en su localizador unos restos de nuestra nave.
Durante diez minutos Lingard se sintió arrastrado por el espacio. Empleó el tiempo en tratar de medir la velocidad. Sabía la velocidad y la dirección de la nave antes que empezase el ataque, pero no tenía ni idea de lo que pudieran haber avanzado durante el combate y, además que, naturalmente, habría que añadir
una componente adicional de velocidad debido al impulso del aire que lo lanzó fuera de la nave. El asteroide, aunque era grande, pronto dejaría de verse y la única pieza de los restos de su nave que podía ver era una andrajosa y retorcida plancha de duraluminio que parecía colgar sobre su cabeza a unos 200 metros.
-¿Me está usted oyendo, hijito? - sonó la voz de Stinson de un modo extraño y con un acento como de resignación.
- Sí - respondió Lingard.
- Ese Jakko me ha localizado. Ahora su nave flota muy cerca de mí. No cabe la menor duda; en este momento ha dado un golpe en las troneras de sus motores para virar en redondo. Quisiera saber si consigue detectar mi radio. Lo único que puedo hacer es no moverme de donde estoy a ver si me toma por muerto. La nave tiene la punta anterior de cristal y veo que hay dentro una cosa que se mueve...
Tal vez voy a ser yo el primer ser humano que vea un Jacko... Parece que está haciendo girar la torreta de tiro, pero espero que sea solamente una pre...
En ese instante la radio enmudeció. Con el rabillo del ojo Lingard vio un rayo de luz diminuto. Pocos segundos después vio una llama larga y delgada que barrió toda la nave y desapareció hacía el exterior.
Lingard siguió con mucho cuidado su ruta hacia la base, donde lo recogieron tres días y medio después. Dos meses más tarde volvió a salir de patrulla, esta vez como capitán de la aeronave.
En su primer raid le dijo a su segundo:
-¡Ah! Y si en alguna ocasión le parece oírme decir por tercera vez que abandone la nave será solamente un eco.

sábado, 19 de julio de 2014

SOLAMENTE UN ECO (I)

SOLAMENTE UN ECO
POR ALAN BARCLAY

DON LINGARD se alisó cuanto pudo la guerrera del uniforme y golpeó en la puerta del despacho del comandante en jefe. Esperaba que su llamada habría tenido las proporciones correctas de decisión y deferencia que se pueden pedir al simple tac-tac en el panel de una puerta.
La llamada fue seguida al otro lado de la puerta por un fuerte e indefinible ruido de origen humano. Don entendió que esto quería decir «¡Adelante!» y entró.
La habitación era larga y estrecha y el comandante en jefe estaba sentado delante de su mesa, al fondo del cuarto, inclinado sobre unos papeles. Don se adelantó con firmeza, cosa nada fácil dado el mínimo de gravedad existente en el Asteroide Cepha III. Se detuvo exactamente en el centro de la mesa, enfrente del
comandante, a un metro de él, y saludó. Transcurrido aproximadamente medio minuto, el comandante levantó la cabeza. Tenía la cara bastante macilenta y los ojos de un azul desteñido. Miró a Lingard, observando su correcta rigidez, su impecable uniforme negro y su único galón.
Lingard, por su parte, notó con disgusto que su superior llevaba desabrochado el cuello del uniforme.
-¡Gran Júpiter! - exclamó el comandante en jefe finalmente -. ¿Quién demonios es usted?
- Subteniente Lingard, señor - replicó -. Destacado en la Base Avanzada Cepha III.. presentándose a usted> señor.
-¿Subteniente, eh? - preguntó el comandante en tono casi admirativo -. ¡Pobre chico! - continuó inesperadamente -. Aparque en esa silla y cuéntemelo todo. Vaya derecho al grano, que ahora no está en un escuadrón de entrenamiento.
Plantó sus largas piernas sobre la mesa y se retrepó hacia atrás en la silla.
-¿Qué edad tiene? ¿Veinte? ¿Cuál es su puntuación de entrenamiento?
- Tengo casi veintiuno, señor. Aprobé con el número dos de mi clase el entrenamiento básico Categoría A en pilotaje y navegación. Seis meses adelantado en entrenamiento de combate en la Estación de entrenamiento de la Luna. Clasificación A en artillería.
- Bien, bien...; y muriéndose de ganas de tener un choque con el enemigo, estoy seguro.
- Sí señor, naturalmente.
-¿Por qué? - le espetó el comandante en jefe con violencia inesperada.
- No hay más que una posible razón, señor - respondió Lingard titubeando . Para cumplir con mi deber v avudar a derrotar al invasor - estaba bastante azarado al decir todo esto.
- Muy propio muchacho, muy propio - aprobó el viejo . Y por supuesto para adquirir fama, sin duda. Bien, tendrá su oportunidad, aunque yo creo que la atmósfera de gloria y de muerte predomina más en las unidades de retaguardia que aquí fuera; pero tengo que decidir lo que voy a hacer con usted... ¿Dijo
clasificación A en artillería?
Mientras hablaba apretó un botón y el teléfono de su mesa lanzó una respuesta.
- Hawkins ¿está el capitán Stinson franco de servicio?
- Sí, señor.
- Bien; búscale. Dile que tenga la amabilidad de venir en seguida a verme.
Transcurrieron unos segundos de silencio.
- No me entusiasmo demasiado con la muerte y la gloria - continuó el comandante -. Tenemos una guerra espacial entre manos desde que sorprendimos al enemigo merodeando alrededor de los límites exteriores de nuestro sistema y nadie puede decir que se vea una solución, por el momento. Por tanto, yo pienso que es necesario para ustedes, los jóvenes, hacer parte de su servicio aquí. Creo justo el dar una oportunidad a todos los muchachos para que pasen aquí una temporada y que puedan volver pronto a sus casas en la madre Tierra. Tengo la satisfacción de decir que la proporción de bajas en mi estación es verdaderamente escasa.
- Pero seguramente, señor, es de vital importancia continuar la lucha resueltamente - aventuró Lingard.
- Resueltamente - repitió el comandante en jefe más bien para sí mismo-. Sí, eso está bien, aunque implica la posibilidad de alcanzar una solución. De todos modos, hablaremos sobre ello más adelante. Por el momento, le voy a nombrar segundo con el capitán Stinson en su nave.
- Pero señor - protestó Lingard -. Yo estoy clasificado como piloto de guerra de clase A. No soy un segundo.
- Ya lo sé; pero, sin embargo, hará su primera docena de guardias como segundo del capitán Stinson.
- Muy bien, señor. A sus órdenes.
- El servicio que haga al lado de Stinson doblará aproximadamente sus posibilidades de sobrevivir - añadió sonriendo el comandante -. Stinson no impresiona al mirarle, pero es un buen hombre. Cauto y calculador. Ahora vendrá.
Lingard esperó pacientemente. Se encontraba un poco desorientado por la actitud del comandante en jefe por la confianza con que le trataba y por su manera de hablar tan poco marcial.
La aparición de Stinson fue otra sorpresa para Lingard. La primera impresión fue que era muy viejo. A un muchacho de la edad de Lingard, cualquiera que pasase de los treinta años le parecía casi senil. Stinson era bajo y algo contrahecho. No solamente su uniforme estaba considerablemente arrugado sino que el hombre que había dentro parecía encontrarse bajo una fuerte depresión moral.
-¡Ah, Stinson! - exclamó el comandante en jefe, mientras el recién llegado le hacía un saludo negligente. Le presento al subteniente Lingard aquí presente. Está clasificado como piloto, pero le he nombrado su segundo para que adquiera experiencia.
-¿Otro más ?- dijo Stinson mirando agriamente a Lingard. Preferiría un artillero experimentado.
- Tenga en cuenta que Lingard lo es de primera clase - respondió el comandante amigablemente - Tiene una excelente clasificación en artillería.
- Sí, disparando sobre patos sentados - rezongó Stínson. Me falta poco para cumplir mi tiempo, señor. ¿Por qué quitarme oportunidades encomendándome el entrenamiento de novatos?
- Es una orden - repuso el comandante, todavía amigablemente.
- Muy bien, señor - contestó Stinson poniéndose firme. ¿Puedo someter formalmente mi petición para ser trasladado a otra unidad, señor?
- Lo tiene que hacer por escrito y razonándolo - señaló el comandante - y no se le concederá. Ahora Ilévese a Lingard a la residencia de oficiales para que se vaya familiarizando.
- Muy bien, señor - dijo Stinson, saludando. ¿Viene, teniente Lingard?
El hall de la residencia de oficiales era un cuarto muy alegre, circular, y se encontraba situado a unos metros debajo de la superficie del asteroide. Había gran cantidad de enormes butacas, de muchas de las cuales surgían las piernas de los ocupantes aparentemente inconscientes y un bar. En las paredes había colgadas láminas de las que usualmente se ven en las residencias de oficiales jóvenes y algunos grabados en colores bastante buenos.
Estos grabados eran evidentemente obra de un verdadero artista y todos trataban del mismo asunto. Uno de ellos llevaba el título «¿Es este cl enemigo?» Representaba a una criatura parecida a un pulpo, con grandes ojos amenazadores saltones, como de loco. En otro decía: «¿O quizá este?», y representaba un tipo como un cocodrilo montado sobre un scooter delgado como un lápiz y con una larga y estrecha cola color humo azulado. Ese cocodrilo estaba disparando un desintegrador. El tercer dibujo mostraba un animal marino, rechoncho pero de expresión inteligente, flotando en un barco rodeado de un líquido bulboso.
- Entonces, ¿es verdad que nadie los ha visto nunca? - preguntó Lingard-. ¿O es que, al menos, nadie ha vivido lo suficiente para explicar cómo son?
- Vamos a tomar una copa - le invitó Stinson, que no parecía tener muchos deseos de entrar en discusiones sobre este asunto.
Al día siguiente la unidad operó durante veinte horas seguidas. Lingard llegó a la sala de tripulación con media hora de anticipación cruzó el rastrillo exterior y entró en la nave, que se encontraba en el túnel.
A pesar de ser muy temprano, Stinson ya estaba allí. El hombrecillo se dedicaba a revisar el armamento y, al verle, le saludó con un gruñido.
Lingard ocupó el puesto del artillero y empezó a trabajar en las piezas. Estuvo comprobando cómo los largos y pulidos cañones se deslizaban suavemente en sus montajes y les hizo girar a derecha e izquierda manejando los controles. Los mecanismos de carga movían sus brazos de acero con un chasquido cuando Lingard probaba su funcionamiento. Finalmente quitó la cubierta y vió con disgusto que se trataba del viejo tipo Mark 1 en lugar del moderno Mark III, con control automático, como él esperaba hallar.
Lingard hizo notar esto a Stinson, mientras se ayudaban mutuamente a colocarse los uniformes de vuelo.
- Ese modelo tiene por lo menos media tonelada de lastre inútil y nos acorta considerablemente la aceleración - apuntó Lingard.
- Tenemos autorización del comandante en jefe para desecharlo - contestó Stinson. Mejor será que se ajuste el cinturón de vuelo.
Ocupó el puesto del piloto. Puso en marcha los motores y empezó a llamar a la torre de control pidiendo vía libre.
Lingard no apartaba la vista del cronómetro Cuando el segundero llegó al punto indicado, Stínson, sin hacer ninguna ceremonia, apretó el botón para ponerlo en marcha.
Permanecieron un instante bajo el sonido atronador de los motores y, de repente, una mano gigantesca pareció asir a la aeronave y la lanzó con una fuerza increíble a lo largo del túnel, hacia el silencio y la negrura del espacio. Un momento después Stinson cortó los gases para dejar los motores en un susurro, niveló, con el plano de la eclíptica por horizonte, y puso rumbo a los límites exteriores del contorno del asteroide.
- Bueno, Lingard - le dijo Stínson con mucha menos acritud de lo usual en él -, este es el momento para el que ha vivido v se ha entrenado todos estos años. ¿Cómo lo encuentra?
- No tengo mucho sentido de la realidad - admitió el otro francamente -, sino cuando mi cabeza se lo recuerda al estómago, y entonces siento como si un enjambre de mariposas diese vueltas a mi alrededor.
- Lo mismo me pasa a mí - añadió Stinson, solo que yo las tengo todo el tiempo. ¿Desea usted preguntar algo?
- Lo menos un millón de cosas - replicó Lingard con vehemencia -. Para empezar, ¿cuál es nuestra área de acción?
- Está ahí, en el mapa - le respondió -. En el esquema de los trabajos de patrulla no tiene importancia mil millas más o menos. El enemigo trata de engañarnos llamando nuestra atención sin dar la cara desde el sector de Aries; por tanto, trace primero una raya desde el Sol hacia Aries después tome un punto en esa línea que esté justamente por fuera de los asteroides v trace un círculo cuyo centro sea un punto en ángulo recto con la línea. Dándole a ese círculo un grosor de dos millones de millas tendrá nuestro volumen del área de patrulla.
- Excepto que no me ha dicho el radio del círculo.
- De momento, cuarenta millones de millas. Puede calcular el número de naves que serán necesarias para explorar ese espacio teniendo en cuenta que cada explorador puede inspeccionar un cuarto de millón de millas, en vez de medio millón que es lo que dicen los libros.
Lingard explicó que en la base le habían dado para hacer unos cálculos en que intervenían integrales dobles..
- Me temo que si calcula la duración máxima de nuestro raid. con relación al consumo de gasoil comida y aire para la tripulación va a tener que manejar una buena cantidad de complicadas matemáticas pero la cosa es que podamos estar en posición durante ciento cincuenta horas -añadió en tono amargo - los expertos
han probado matemáticamente que no necesitamos mucha comida durante el raid, y no me sorprendería mucho que dentro de poco demostraran que tampoco necesitamos aire.
-¿Suele haber muchos navíos enemigos que atraviesen por nuestra pantalla durante el raid?
- Bastantes, pero nuestra misión es principalmente descubrirlos v transmitir la información, aunque también debemos destruir los que nos sea posible. Muchos pasan sin que podamos controlarlos y, una vez que señalamos su paso los muchachos de la Defensa de Retaguardia se encargan de ellos. Fíjese que pasan
muchos más de los que dicen las noticias, y yo he encontrado muchachos que aseguran que han tocado en Marte - y tras una pausa continuó -: Ahí tiene la lección número uno: Descubrirlos, señalarlos y atacarlos si se tiene ventaja. Y ahora le voy a dar la regla número dos (no es una regla oficial, es de mi propia cosecha, pero es vital): Un Gobierno bienhechor y con buena intención nos ha provisto de ropa apropiada que es la que llevamos ahora, y debemos hacer todo lo posible porque vuelva a la base intacta y con nosotros dentro. El gasoil, se supone que es el necesario para que podamos volver si...
-¿Por qué se supone?- interrumpió Lingard un poco irritado -. Tenemos la certeza de que el gasoil será suficiente. Está previsto para esto. Hace siete años el capitán Graham volvió después de cinco días y medio de crucero...
- Está bien, muy bien - protestó Stinson-. En efecto, está previsto para volver a casa, y yo me alegraré de que vuelva tanto como usted mismo. Pero volverá si conserva fría la cabeza después de haber sido atacado; si se acuerda de su propia posición v velocidad de su base, y si es capaz de calcular mentalmente geometría esférica v de trazar una ruta a ojo. De acuerdo totalmente con usted sobre esto, y creo que la ciencia es maravillosa. ¿Puedo volver ahora a lo que estaba diciendo?
- Seguro - asintió Lingard.
- Si nos toca una sola vez la onda D del enemigo, somos un par de pollos asados. Fíjese que se derrama todo el gasoil en los motores y en los tanques y convierte la nave en un pequeño punto de luz que nadie nota, pero desde el momento del impacto hasta la voladura total no transcurre más de un cuarto de minuto, que es el tiempo que tarda la materia en hervir. ¿Me sigue?
- Sí, le sigo - dijo Língard
- Bueno, ahora métase bien esto en la cabeza y no lo olvide; si alguna vez veo que estamos a punto de ser asados, daré la voz de tirarse. Se me oirá perfectamente, porque chillaré con todas mis fuerzas. Mientras doy la orden apretaré el botón para que se abra la salida de urgencia. Después, le volveré a decir por segunda vez que se tire. Esta segunda vez ya tiene que estar fuera, antes que yo abra mi trampa. ¿Está claro?
- Muy claro, señor; da la orden de tirarse, la primera vez cuando aprieta el botón, y la segunda, después de abrirse la salida de emergencia.
- Exactamente, tómese un poco de tiempo para meter bien esto en su imaginación, porque cuando suceda, será tan repentino que le prometo que no intentaré siquiera repetirlo una tercera vez, y sin enterarse se encontrará ya cocido. Si llega a oírme por tercera vez, será únicamente un eco.
Alcanzaron posición después de cuarenta horas de economizar en lo posible el combustible, empleando velocidades estudiadas para conseguir la velocidad cero con relación a la línea Sol-Aries. Una vez alcanzada, colocaron en posición el rayo localizador y permanecieron inmóviles mientras exploraban el espacio a su alrededor, por encima y por debajo. Permanecieron tres horas en esta posición de observación. Stinson dedicó el tiempo libre a calcular el importe de sus pagas atrasadas y las gratificaciones que le debían, y a hacer planes muy complejos concernientes a su futura vida civil. Cuando se cansaba de esto, se dedicaba a leer libros sobre fotografía. Lingard, durante la primera hora, estuvo observando el pálido resplandor violeta en el globo indicador de tres pies de diámetro, con una especie de ansiedad temblorosa; pero a medida que pasaron las horas (y los días) su entusiasmo bajó mucho de nivel.
- Tómalo con tranquilidad, hijo - le aconsejó Stinson mirándole por encima de su libro -. Tendremos que hacer cuatro o cinco raids sin cazar ni una sola cosa. Cuando menos lo piensas v cuando empiezas a creer que todo es un mito, te aparece uno a cien millas de distancia.
El hecho fue que en este raid no vieron la menor señal del enemigo. Sin embargo, en el raid siguiente, al segundo día, vieron dos oscuras burbujas temblorosas flotando dentro de los márgenes de su globo.
- Ahí los tiene - dijo Stinson sin demostrar ninguna emoción -. Son un par de Jackoes.
- Bueno, vamos detrás de ellos - gritó Lingard. Stinson contempló las burbujas durante un buen rato.
- No serviría de nada, están en los límites de nuestra esfera y saldrán de ella en veinte minutos. Lo único que tenemos que hacer es comunicar la dirección y velocidad a la base.
Procedieron a mandar la señal correspondiente y medio día después se enteraron de que los intrusos habían sido exterminados por la Defensa de Retaguardia.
En el cuarto raid solo un pequeño aparato enemigo atravesó la pantalla. Aunque pasó muy cerca de ellos, Stínson no se molestó en seguirlo.
Después del sexto raid, y como ocurriese lo mismo, Língard pidió que lo trasladaran a otra nave.
- Denegado - respondió el comandante en jefe frunciendo el entrecejo -. Denegado, y no crea que es por lo que le queremos, joven luchador. Es porque cuesta mucho dinero al Gobierno instruirle y construir la nave en que sirve, y no tiene derecho a suicidarse. No estamos haciendo esta guerra para divertirle. ¿Sabe?
- Señor - preguntó Lingard desesperado -. ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Todas las que quiera.
- Supongamos que en lugar de esta política cauta de que lo primero es conservar la vida, les diésemos caza como a diablos, los persiguiéramos con energía, los empujásemos hasta sus guaridas y los machacáramos sin descanso; ¿no cree que pronto abandonarían la guerra y se quedarían en sus casas? Creo que al final nos
resultaría más barato en hombres y en naves.
- Es un buen argumento - admitió el comandante -, pero hay razones por las cuales no marcharía bien su sistema. La más importante es que, en mi opinión, no tienen casas donde guarecerse.
Lingard se quedó pensativo ante esta contestación.
...

jueves, 17 de julio de 2014

¿Sabes quien es el autor?

La tortura de la esperanza

Hace ya muchos años, al caer una tarde, el venerable Pedro Arbuez D'Espila, sexto prior de los Dominicanos de Segovia, el tercer gran inquisidor de España, seguido por un fray redentor, y precedido por dos familiares de Su Santidad, el último llevando un farol, hicieron su entrada en una catacumba subterránea. La cerradura de una enorme puerta crujió, y ellos ingresaron en una celda, donde la luz mortecina revelaba entre anillos sujetados a la pared un potro de tormento manchado de sangre, un brasero y una botija de barro. Sobre una pila de paja, cargado con grilletes, y con su cuello circunvalado por un aro metálico, estaba sentado un hombre muy demacrado, de edad incierta, vestido solo con harapos.
Este prisionero no era otro que Rabbi Aser Abarbanel, un judío de Aragón, quien fuera acusado de usura e impiedad por los pobres, y que había sido sometido diariamente a torturas por más de un año. Aún "su ceguera era tan densa como su recato" y se negaba a abjurar de su fe.
Orgulloso de una ascendencia que databa de cientos de años, orgulloso de sus ancestros, todos judíos dignos de su nombre, él descendía según el Talmud, de Otoniel, y consecuentemente de Ipsiboa, esposa del último juez de Israel, una circunstancia que había acrecentado su coraje entre las incesantes torturas. Con lágrimas en sus ojos, el venerable Pedro Arbuez D'Espila, dirigiéndose al estremecido rabbi, le recomendó:
- Hijo mío, alégrate: tu proceso está por llegar a su fin. Si en la presencia de tal obstinación fui forzado a permitir, con profundo desagrado, el uso de gran severidad, mi tarea de fraternal corrección tiene sus límites. Tu eres la higuera que, habiendo fallado en muchas temporadas en dar sus frutos, al final se marchitó, pero solamente Dios puede juzgar tu alma. Tal vez, la Infinita Piedad brille sobre tí en el último momento. Nosotros así lo esperamos. Hay ejemplos. Entonces duerme bien por la noche. Mañana serás incluído en un auto de fe: esto es, serás expuesto al quemadero, las llamas simbólicas del Fuego Eterno: solo quema, mi hijo, a la distancia; y la Muerte tardará al menos dos (hasta tres) horas en venir, en cuenta de los vendajes húmedos y helados con los que envolvemos las cabezas y corazones de los condenados. Habrá otros cuarenta y tres contigo. Te ubicarás en la última fila, para que tengas tiempo de invocar a Dios y ofrecerle a Él tu bautismo de fuego, que será del Espíritu Santo.
Con estas palabras, habiendo señalado a los guardias para desencadenar al prisionero, el prior lo abrazó tiernamente. Entonces fue el turno del fray redentor, quien, en un tono bajo, por el perdón para el judío por el que se lo había hecho sufrir con el propósito de redimirlo; entonces los dos familiares silenciosamente lo besaron. Luego de esta ceremonia, el cautivo fue soltado, solitario y desconcertado, en la oscuridad.
...

miércoles, 16 de julio de 2014

Inicio de LAS CRÓNICAS DEL LOBO I

Dorothy Hearst
LAS CRÓNICAS DEL LOBO I
EL PACTO DE LOS LOBOS

Hace 40000 años
La temperatura bajó. La temperatura bajó tanto, cuentan las leyendas, que los conejos se escondieron bajo tierra durante lunas, el ciervo comenzó a vivir en cuevas y los pájaros caían del cielo con las alas congeladas en pleno vuelo. Hacia tanto frío que el aire se cristalizaba ante los lobos del Gran Valle mientras cazaban. Cada bocanada de aire quemaba sus pulmones, y ni siquiera su espeso subpelo los protegía. Los lobos están hechos para el invierno, pero aquel era un invierno que superaba a todos los lobos. El Sol siempre estaba lejos de la Tierra, y la Luna, antes un faro resplandeciente, ahora estaba helada y oscura.
El rey de los cuervos dijo que era el invierno del fin del mundo; que duraría tres años y que había sido enviado para castigar a quienes desoían la voluntad de los Antiguos. Todo lo que Lydda sabía era que tenía hambre y que su manada no podía cazar.
...

martes, 15 de julio de 2014

Inicio de MECCANO

MECCANO 
Hugo Correa 

Meccano miraba a los hombres con sus cuencas sin ojos. Durante mil años el cráneo del gigante, con su rostro e ídolo primitivo, contraído por una mueca de ira y crueldad, acechaba sobre su pedestal de piedra, en el centro de un cráter. 
- Esto no estaba aquí, capitán, ¿Quién lo habrá construido? 
- No somos los únicos humanoides de la Galaxia, Roberto. Y aunque sólo hemos envejecido diez años durante nuestro viaje de ida y vuelta a la Tierra, aquí entretanto han transcurrido diez siglos. Alguien pudo venir entretanto. 
- Estoy seguro que esto es obra de Daniel, capitán. ¡Le gustaban las realizaciones gigantescas! 
- Es posible. Siempre fue un aficionado al arte, aunque de poco debe haberle servido aquí. ¡La Luna es un oasis comparado con esto! 
- Pero también era un genio e la cibernética, capitán. No puedo olvidar sus últimas palabras. «Los esperaré». Dijo. ¿Se acuerda? 
Un sol achatado, envuelto en un anillo flameante, derramaba un fulgor verdoso sobre la solitaria cabeza, las rocas y colinas oscuras. Los hombres dieron una vuelta en torno al cuello trunco, y trataron de desprender un pedazo de la dura sustancia. 
- ¿Y donde está su comité de recepción? ¿Esta cabeza? Ni siquiera disponía de armas atómicas, porque podría habérselas ingeniado para dejarnos una bomba de tiempo que nos esperase mil años. Suerte que se quedaron sin armas. ¡Idiota! Cuando se vio abandonado con sus treinta fieles, y sus dos naves destruidas, debió comprender que en sus expedición se había colado un miembro de la Causa. ¡Y nos largó sus amenazas!
...

lunes, 14 de julio de 2014

¿Sabes quien es el autor?

EXILIADOS AL INFIERNO
— Los rusos -decía Dowling con su voz clara y precisa-, por los tiempos en que los viajes espaciales todavía no se habían generalizado, solían enviar los presos a Siberia. Los franceses utilizaban la Isla del Diablo para este fin. Los británicos los embarcaban para Australia.
Luego estudió atentamente el tablero y su mano se detuvo, indecisa, sobre el alfil.
Parkinson, sentado enfrente, al otro lado del tablero, contemplaba distraídamente la distribución de las piezas. Naturalmente, el ajedrez era el juego profesional de los programadores de computadoras; pero, dadas las circunstancias, la partida no le inspiraba ningún interés. Comprendía, con cierta desazón, que Dowling habría tenido derecho a mostrarse muchísimo más severo. Dowling programaba el alegato del fiscal.
Por supuesto, en los programadores se manifestaba una cierta tendencia a asumir algunas de las supuestas características de las computadoras: la falta de emoción, la impermeabilidad a todo lo que no fuera lógica estricta. Dowling reflejaba esta tendencia en la raya perfecta que le partía el cabello y en la discreta elegancia de su traje.
...

domingo, 13 de julio de 2014

Los otros dioses (y II)


Durante cuatro noches esperaron en vano las nubes, mientras la luna derramaba su frío resplandor a través de las tenues y lúgubres brumas que envolvían el mudo pináculo. Y la quinta noche, en que salió la luna llena, Barzai vio unos nubarrones densos a lo lejos, por el norte, y ni él ni Atal se acostaron, observando cómo se acercaban. Espesos y majestuosos, navegaban lenta y deliberadamente; y rodearon el pico muy por encima de los observadores, y ocultaron la luna y la cima. Durante una hora larga estuvieron observando los dos, mientras los vapores se arremolinaban y la pantalla de nubes se espesaba y se hacía más inquieta. Berzai era versado en la ciencia de los dioses de la tierra, y escuchaba atento los ruidos; pero Atal, que sentía el frío de los vapores y el miedo de la noche, estaba aterrado. Y aunque Barzai siguió subiendo más y más, y le hacía señas ansiosamente para que fuera también, Atal tardó mucho en decidirse a seguirle.

Tan densos eran los vapores que la marcha resultaba muy penosa; y aunque Atal le siguió al fin, apenas podía ver la figura gris de Barzai en la borrosa ladera, arriba, a la luz nublada de la luna. Barzai marchaba muy delante; y a pesar de su edad, parecía escalar con más soltura y facilidad que Atal, sin miedo a la pendiente que empezaba a ser demasiado pronunciada y peligrosa, salvo para un hombre fuerte y temerario, y sin detenerse ante los grandes y negros precipicios que Atal apenas podía saltar. Y de este modo escalaron intensamente rocas y precipicios, resbalando y tropezando, sobrecogidos a veces ante el impresionante silencio de los fríos y desolados pinaculos y mudas pendientes de granito.

Súbitamente, Barzai desapareció de la vista de Atal, y salvó una tremenda cornisa que parecía sobresalir y cortar el camino a todo escalador que no estuviese inspirado por los dioses de la tierra. Atal estaba muy abajo, pensando qué haría cuando llegara a dicho punto, cuando observó curiosamente que la luna había aumentado, como si el despejado pico y lugar de reunión de los dioses estuviese muy cerca. Y mientras gateaba hacia la cornisa saliente y hacia el cielo iluminado, sintió los más grandes terrores de su vida. Y entonces, a través de las brumas de arriba, oyó la voz de Barzai que gritaba locamente, de gozo:

- ¡He oído a los dioses. He oído a los dioses de la tierra cantar dichosos en el Hatheg-Kla! ¡Barzai el profeta conoce las voces de los dioses de la tierra! Las brumas son tenues y la luna brillante; hoy veré a los dioses danzar frenéticos en el Hatheg-Kla, que tanto amaron en su junventud. La sabiduría hace a Barzai más grande aún que los dioses de la tierra, y los encantos y barreras de todos ellos no puenden nada contra su voluntad; Barzai contemplará a los dioses de la tierra, aunque ellos detesten ser contemplados por los hombres.

Atal no podía oír las voces que Barzai oía, pero ahora estaban cerca de la cornisa, y buscaba un paso. Y entonces, oyó crecer la voz de Barzai de forma más sonora y estridente:

- La niebla es muy tenue, y la luna arroja sombras sobre las laderas; las voces de los dioses de la tierra son violentas y airadas; temen la llegada de Barzai el Sabio, porque es más grande que ellos... La luz de la luna fluctúa, y los dioses de la tierra danzan frente a ella; veré danzar sus formas, saltando y aullando a la luz de la luna... La luz se debilita; los dioses tienen miedo...

Mientras Barzai gritaba estas cosas, Atal notó un cambio espectral en todo el aire, como si las leyes de la tierra cedieran ante otras leyes superiores; porque aunque el sendero era más pronunciado que nunca, el asenso se había vuelto espantosamente fácil, y la cornisa apenas fue un obstáculo cuando llegó a ella y trepó peligrosamente por su cara convexa. El resplandor de la luna se había apagado extrañamente; y mientras Atal se adelantaba en las brumas, monte arriba, oyó a Barzai el Sabio gritar entre las sombras:

- La luna es oscura, y los dioses danzan en la noche; hay terror en la noche; hay terror en el cielo, pues la luna ha sufrido un eclipse que ni los libros humanos ni los dioses de la tierra han sido capaces de predecir... Hay una magia desconocida en el Hatheg-Kla, pues los gritos de los dioses asustados se han convertido en risas, y las laderas de hielo ascienden interminablemente hacia los cielos tenebrosos, en los que ahora me sumerjo... ¡Eh! ¡Eh! ¡Al fin! ¡En la débil luz, he percibido a los dioses de la tierra!

Y entonces Atal, deslizándose monte arriba con vertiginosa rapidez por inconcebibles pendientes, oyó en la oscuridad una risa repugnante, mezclada con gritos que ningún hombre puede haber oído salvo en el Fleguetonte de inenarrables pesadillas; un grito en el que vibró el horror y la angustia de una vida tormentosa comprimida en un instante atroz:

- ¡Los otros dioses! ¡Los otros dioses! ¡Los dioses de los infiernos exteriores que custodian a los débiles dioses de la tierra!... ¡Aparta la mirada!... ¡Retrocede!... ¡No mires! ¡No mires! La venganza de los abismos infinitos... Ese maldito, ese condenado precipicio... ¡Misericordiosos dioses de la tierra, estoy cayendo al cielo!

Y mientras Atal cerraba los ojos, se taponaba los oídos, y trataba de descender luchando contra la espantosa fuerza que le atraía hacia desconocidas alturas, siguió resonando en el Hatheg-Kla el estallido terrible de los truenos que despertaron a los pacíficos aldeanos de las llanuras y a los honrados ciudadanos de Hatheg, de Nir y de Ulthar, haciéndoles detenerse a observar, a través de las nubes, aquel extraño eclipse que ningún libro había predicho jamás. Y cuando al fin salió la luna, Atal estaba a salvo en las nieves inferiores de la montaña, fuera de la vista de los dioses de la tierra y de los otros dioses.

Ahora se dice en los mohosos Manuscritos Pnakóticos que Sansu no descubrió otra cosa que rocas mudas y hielo, la vez que escaló el Hatheg-Kla en la juventud del mundo. Sin embargo, cuando los hombres de Ulthar y de Nir y de Hatheg, reprimieron sus temores y escalaron ese día esa cumbre encantada en busca de Barzai el Sabio, encontraron grabado en la roca desnuda de la cima un símbolo extraño y ciclópeo de cincuenta codos de ancho, como si la roca hubiese sido hendida por un titático cincel. Y el símbolo era semejante al que los sabios descubrieron en esas partes espantosas de los Manuscritos Pnakóticos tan antiguas que no se pueden leer. Eso encontraron.

Jamás llegaron a encontrar a Barzai el Sabio, ni lograron convencer al santo sacerdote Atal para que rezase por el descanso de su alma. Y todavía hoy, las gentes de Ulthar y de Nir y de Hatheg tienen miedo de los eclipses, y rezan por la noche, cuando los pálidos vapores ocultan la cumbre de la montaña y la luna. Y por encima de las brumas de Hatheg-Kla, los dioses de la tierra danzan a veces con nostalgia; porque saben que no corren peligro, y les encanta venir a la desconocida Kadath en sus naves de nube a jugar como antaño, como hacían cuando al tierra era nueva y los hombres no escalaban las regiones inaccesibles.

sábado, 12 de julio de 2014

Los otros dioses I

Los otros dioses 
H.P. Lovecraft 

En la cima del pico más alto del mundo habitan los dioses de la tierra, y no soportan que ningún hombre se jacte de haberlos visto. En otro tiempo poblaron los picos inferiores; pero los hombres de las llanuras se empeñaron siempre en escalar las laderas de roca y de nieve, empujando a los dioses hacia montañas cada vez más elevadas, hasta hoy, en que sólo les queda la última. Al abandonar sus cumbres anteriores se llevaron sus propios signos, salvo una vez que, según se dice, dejaron una imagen esculpida en la cara del monte llamado Ngranek. 

Pero ahora se han retirado a la desconocida Kadath del desierto frío, en donde los hombres no entran jamás, y se han vuelto severos; y si en otro tiempo soportaron que los hombres les desplazaran, ahora les han prohibido que se acerquen; pero si lo hacen, les impiden marcharse. Conviene que los hombres no sepan dónde esta Kadath; de lo contrario, tratarían de escalarla en su imprudencia. 

A veces, en la quietud de la noche, cuando los dioses de la tierra sienten añoranza, visitan los picos donde moraron una vez, y lloran en silencio al tratar de jugar en silencio en las recordadas laderas. Los hombres han sentido las lágrimas de los dioses sobre el nevado Thurai, aunque creyeron que era lluvia; y han oído sus suspiros en los quejumbrosos vientos matinales de Lerion. Los dioses suelen viajar en las naves de nubes, y los sabios campesinos tienen leyendas que les disuaden de acercarse a ciertos picos elevados por la noche cuando el cielo se nubla, porque los dioses no son tan indulgentes como antaño. 

En Ulthar, más allá del rio Skai, vivía una vez un anciano que deseaba contemplar a los dioses de la tierra; este hombre conocía profundamente los siete libros crípticos de la Tierra y estaba familiarizado con los Manuscritos Pnakóticos de la distante y helada Lomar. Se llamaba Barzai el Sabio, y los lugareños cuentan cómo escaló una montaña, la noche del extraño eclipse. 

Barzai sabía tantas cosas sobre los dioses que podía contar sus idas y venidas; y adivinaba tantos secretos que se tenía a si mismo por un semidiós. Fue él quien aconsejó prudentemente a los diputados de Ulthar cuando aprobaron la famosa ley que prohibía matar gatos, y quien dijo al joven sacerdote Atal adonde se habían ido los gatos negros, en la medianoche de la vispera de san Juan. Barzai estaba profundamente versado en la ciencia de los dioses de la tierra, y le habían entrado deseos de ver sus rostros. Creía que su hondo y secreto conocimiento de los dioses le protegería de la ira de estos, y decidió escalar la cima del elevado y rocoso Hatheg-Kla una noche en que sabía que los dioses estarían allí. 

El Hatheg-Kla está en el desierto pedregoso que se extiende más allá de Hatheg, del cual recibe el nombre, y se alza como una estatua de roca en un templo silencioso. Las brumas juegan lúgubremente alrededor de su cima; porque las brumas son los recuerdos de los dioses, y los dioses amaban el Hatheg-Kla cuando habitaban en él, en otro tiempo. Frecuentemente visitan los dioses de la tierra el Hatheg-Kla, en sus naves de nube, y derraman pálidos vapores sobre las laderas cuando danzan añorantes en la cima, bajo una luna clara. Los aldeanos de Hatheg dicen que no conviene escalar el Hatheg-Kla en ningún momento, y que es fatal hacerlo de noche, cuando los pálidos vapores ocultan la cima y la luna; sin embargo, no les escuchó Barzai cuando llegó de la vecina Ulthar con el joven sacerdote Atal, su discípulo. Atal sólo era hijo de posadero, y a veces tenía miedo; pero el padre de Barzai había sido un landgrave que vivió en un antiguo castillo, por lo que no había supersticiones vulgares en sus venas, y se reía de los atemorizados aldeanos. 

Barzai y Atal salieron de Hatheg hacia el pedregoso desierto, a pesar de los ruegos de los campesinos, y charlaron sobre los dioses de la tierra junto a su fogata, por las noches. Viajaron durante muchos días, hasta que divisaron a lo lejos al altísimo Hatheg-Kla con su halo de lúgubre bruma. El décimo tercer día llegaron al pie de la solitaria montaña, y Atal confesó sus temores. Pero Barzai era viejo, sabio, y no conocía el miedo, asi que marchó delante osadamente por la ladera que ningún hombre había escalado desde los tiempos de Sansu, de quien hablan con temor los mohosos Manuscritos Pnakóticos. 

El camino era rocoso y peligroso a causa de los precipicios y acantilados y alúdes. Después se volvió frío y nevado; y Barzai y Atal resbalaban a menudo, y se caían, mientras se abrían camino con bastones y hachas. Finalmente el aire se enrareció, el cielo cambió de color, y los escaladores encontraron que era difícil respirar; pero siguieron subiendo más y más, maravillados ante lo extraño del paisaje, y emocionados pensando en lo que sucedería en la cima, cuando saliera la luna y se extendieran los palidos vapores. Durante tres días estuvieron subiendo más y más, hacia el techo del mundo; luego acamparon, en espera de que se nublara la luna. 
...


viernes, 11 de julio de 2014

jueves, 10 de julio de 2014

FASCINACIÓN Y ADMIRACIÓN EN CIORAN

Carlos Yusti
FASCINACIÓN Y ADMIRACIÓN EN CIORAN

Leí por primera vez a Emil M. Cioran en la década de los setenta y algo. Por esos días sólo holgazaneaba. Sólo me interesaba leer cuanto libro llegaba en mis manos, sin seleccionar ni discriminar nada. Cuando la lectura me cansaba salía, casi todas las tardes, a la plaza Bolívar y jugaba al ajedrez con exiliados nicas, chilenos, peruanos y colombianos. Un amigo chileno me prestó las traducciones en español de los libros "Breviario de la podredumbre" y "Del inconveniente de haber nacido".

Cada libro era un compendio avinagrado de aforismos y silogismos, de variable extensión, que hacían tabla rasa sobre temas, algo manoseados, como el progreso, la santidad, el mal, la historia, la poesía, la muerte, etc. Cioran se burlaba con sarcasmo. Sus puntos de vista eran chocantes y en extremo ácidos. No daba tregua alguna. Sus argumentaciones eran golpes repetidos sin descanso y luego estaba su estilo preciso, metafórico, de una nitidez lingüística sobria y sin superfluos adornos retóricos.
...

miércoles, 9 de julio de 2014

Inicio de Minotauro

GABRIEL GARCÍA DE ORO
MINOTAURO

MÁS ALLA DEL MAR DEL ABISMO 

Las antiguas guerras táuricas
Por fin los minotauros habían desaparecido de la faz de la tierra. Pasados casi trescientos años desde la Gran Victoria del Valle de los Tres Ríos, los hombres se sabían vencedores y a salvo, dueños de todas las tierras que los dioses de Nígaron habían creado bajo el Cielo Azul Eterno.
Sin embargo, hubo una época en que los humanos temblaban ante la simple mención de la palabra «minotauro». Un tiempo en que para enfrentarse a un guerrero de las tribus táuricas, era necesario un destacamento especial formado por cuatro soldados y dos caballeros armados hasta los dientes y escudados con todo su coraje. O se precisaban finas flechas de plata apuntadas certeramente al entrecejo de las bestias. O incluso, en ocasiones, había que descabellar a los minotauros por la espalda, con sigilo, aprovechando el descuido de las víctimas al amparo de las sombras de la noche. Eso sí, los que alguna vez habían empleado este método de dudosa valentía, primero hubieron de embadurnarse por completo con excrementos de caballo, pues los minotauros poseían un agudo olfato capaz de captar la presencia de un humano a gran distancia.
...

martes, 8 de julio de 2014

¿Sabes de donde es este texto?

¡CUÁNTO me alegro de mi viaje! ¡Ay, amigo mío, lo es el corazón del hombre! ¡Alejarme de ti, a quien tanto quiero; dejarte, siendo inseparable, y sentirme dichoso! Sé que me lo perdonas. ¿No parece que el destino me había puesto en contacto con los demás amigos, con el exclusivo fin de atormentarme? ¡Pobre Leonor! Y, sin embargo, no es culpa mía, ¿Podía yo evitar que se desarrollase una pasión en su desdichado espíritu, mientras me embelesaba con las gracias hechiceras de su hermana? Así y todo, ¿no tengo nada que echarme en cara? ¿No he nutrido esa pasión? Más aún: ¿no me he divertido frecuentemente con la sencillez e inocencia de su lenguaje, que muchas veces nos hacía reír, aunque nada tenía de risible? ¿No he?.. ¡Oh! ¡Qué es el hombre, y por qué se atreve a quejarse? Quiero corregirme, amigo mío; quiero corregirme, y te doy palabra de hacerlo; quiero no volver a preocuparme con los dolores pasajeros que la suerte nos ofrece sin cesar; quiero vivir de lo presente, y que lo pasado sea para mí pasado por completo. Confieso que tienes razón cuando dices que aquí abajo habría menos amarguras si los hombres (Dios sabrá por qué los ha hecho como son) no se dedicasen con tanto ahínco a recordar dolores antiguos, en vez de soportar con entereza los presentes.
...

lunes, 7 de julio de 2014

¿Sabes quien es el autor?

COMPRE JUPITER
Era un simulacro, por supuesto, pero tan perfectamente realizado que los seres humanos que sostenían tratos con él habían dejado de pensar desde hacía tiempo en las entidades energéticas reales, que esperaban, sumidas en llamas, dentro de su nave campo de fuerzas, en el espacio próximo a la Tierra.
El simulacro, con una majestuosa barba dorada y profundos ojos castaño oscuro, dijo suavemente:
— Nosotros comprendemos sus dudas y sospechas, y sólo podemos reiterarles que no deseamos hacerles ningún daño. Creo que les hemos presentado pruebas de que habitamos los halos que coronan las estrellas de tipo O  y que su sol es demasiado débil para nosotros, mientras que sus planetas son de materia sólida 
y, por lo tanto, completa y eternamente ajenos a nuestros intereses.
El negociador terrestre, que era secretario de Ciencias y que por unánime acuerdo había sido encargado de las negociaciones con el extraterrestre, dijo:
— Pero ustedes han admitido que nosotros estamos en una de sus principales rutas comerciales.
...

domingo, 6 de julio de 2014

Inicio de Un círculo cada vez más ancho

Un círculo cada vez más ancho
por Richard McCloud

La bella Myrtle Smith, la recepcionista, introdujo a Mervin Worthington en el despacho y, a espaldas del cliente, hizo un gesto de encogimiento de hombros, dirigido a su jefe. Ahí tiene otro, decía el gesto, refiriéndose a un cliente sin ningún verdadero problema. 
El doctor Gresham asintió gravemente con un movimiento de cabeza, pero deseó encontrarse fuera metiendo la pelota en el noveno hoyo. 
Diagnosticó que nada le ocurría a Mervin Worthington, un hombre alto, ancho y apuesto. Antiguo as del fútbol, convertido ahora en programador de computadoras, Worthington lucía unas patillas de tamaño medio y un traje de franela gris cortado a medida. Era evidente que, en una escala modesta, tenía todo lo que 
deseaba. Luego su problema debía ser: "¿Cómo demonios me he metido en semejante atolladero?" 
Gresham le indicó una silla. La única satisfacción del doctor ante los fraudes y sus imaginarios problemas era que sus honorarios de psiquiatra eran exorbitantes. 
-Doctor -dijo Worthington, una vez superadas las cortesías de rigor-, aprecio muchísimo a mi esposa, pero no creo que nuestro matrimonio pueda durar mucho. 
-Un poco contradictorio, ¿no le parece? 
...

sábado, 5 de julio de 2014

Prólogo de Un círculo cada vez más ancho

Un círculo cada vez más ancho
por Richard McCloud

Richard McCloud es el nombre literario de un veterano autor de relatos de aventuras que ha combinado la carrera de esforzado trabajador de la pluma con un tipo de vida que podría haber despertado la envidia de Hemïngway. Se crió en los grandes días de las novelitas baratas 'y escribió un enorme número de cuentos de acción para la editorial Street and Smith, empleando diecisiete seudónimos distintos. 
McCloud ha sido estibador en San Francisco, maderero en las Sierras, peón ganadero en los ranchos de Nuevo México y piloto en el canal de Nueva York. Pasó doce años embarcado, cinco de ellos frente a las costas de China en tiempos de la extraterritorialidad. En sus cuatro años de servicio en los convoyes durante la segunda guerra mundial, estuvo a bordo del "Lancaster" cuando éste fue hundido frente a Casablanca, en 1942, y perdió trece tripulantes. La historia de cómo sobrevivió a ese desastre forma parte de una novela que tiene en proyecto. 
En otro convoy, fue testigo del hundimiento de diez barcos, con sólo tres supervivientes. Muchas de estas experiencias y sus largos viajes por Oriente están aflorando ahora en sus últimos relatos de aventuras y de misterio. 
McCloud recoge con implacable minuciosidad los datos que emplea en sus cuentos. 
Mientras obtenía datos sobre el latah, un tipo peculiar de neurosis asiática que impulsa a su víctima a imitar miméticamente y al instante lo que ve, tuvo conocimiento de la oscura fobia llamada koro. A todos aquellos lectores menos inclinados a realizar tan meticulosas investigaciones puedo asegurarles (y McCloud me lo ha demostrado) que todos los detalles sobre el koro que aparecen en el siguiente relato, en verdad están plenamente justificados. 

jueves, 3 de julio de 2014

¿Sabes de dónde es este texto?

-Puedo afirmárselo: habrá guerra -dijo el mensajero de Nueva Roma-. Todas las fuerzas laredanas están reunidas en las Llanuras. Oso Loco ha levantado el campo. Hay una batalla de caballería en marcha, al estilo nómada, por todas las Llanuras. Pero el Estado de Chihuahua amenaza a Laredo por el sur. Así que Hannegan se prepara para enviar fuerzas texarkanas a Río Grande... para ayudar a «defender» la frontera. Con la plena aprobación de los laredanos, claro está. 
-El rey Goraldi es un loco senil -dijo dom Paulo-. ¿No ha sido prevenido de la traición de Hannegan? 
El mensajero sonrió. 
-El servicio diplomático del Vaticano respeta siempre los secretos de Estado si llegamos a enterarnos de ello. De no ser así se nos acusaría de espionaje, somos siempre cuidadosos acerca... 
-¿Ha sido prevenido? -preguntó de nuevo el abad. 
-Claro. Goraldi le dijo al enviado papal que mentía; acusó a la Iglesia de fomentar la disención entre los aliados del Santo Flagelo, con la intención de favorecer el poder temporal del Papa. El idiota llegó a mencionarle a Hannegan el mensaje del enviado.
...

miércoles, 2 de julio de 2014

Inicio de EÓN, EL DESPERTAR DEL OJO DE DRAGÓN

EÓN, EL DESPERTAR DEL OJO DE DRAGÓN
("Dragones Celestiales", vol.1)
Alison Goodman


Nadie sabe cómo alcanzaron los primeros Ojos de Dragón su peligroso acuerdo con los doce dragones de la energía y de la buena suerte. Los pocos escritos y poemas que han sobrevivido al paso de los siglos inician el relato mucho después de que se cerrara el pacto para la protección de nuestra tierra entre el hombre y el animal-espíritu. Sin embargo, se dice que todavía sobrevive un libro donde se relatan los violentos inicios y se predice el catastrófico final de esa antigua alianza.
Los dragones son seres elementales, capaces de manipular la hua o energía natural que existe en todas las cosas. Cada dragón se alinea con uno de los animales celestiales en un ciclo de poder que dura doce años y que se ha repetido invariablemente desde el principio de los tiempos: Rata, Buey, Tigre, Conejo, Dragón, Serpiente, Caballo, Cabra, Mono, Gallo, Perro y Cerdo. Cada dragón es también guardián de una de las doce direcciones celestiales y custodio de una de las Virtudes Mayores.
...