domingo, 27 de julio de 2014

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EVEREST
En 1952 estaban casi dispuestos a abandonar las tentativas de escalar el Everest. Pero las fotografías les mantuvieron en marcha.
Aunque como tales, las fotografías no eran gran cosa: borrosas, rayadas y sin otro detalle de interés que una especie de ampollas oscuras sobre el fondo blanco. Pero aquellas ampollas oscuras eran criaturas vivientes. Los hombres lo juraban.
— ¡Qué diablos! -dije yo-. Hace cuarenta años que hablan de criaturas vivientes resbalando por los glaciares del Everest. Ya sería hora de que nos ocupáramos del caso.
Jimmy Robbons (perdonen, James Abraham Robbons) era quien me había empujado a esta actitud. El montañismo era su pasión. El sabía bien por qué los tibetanos no querían acercarse al Everest por considerarlo la montaña de los dioses. Era capaz de hablarme hasta de la última misteriosa huella de un pie más o menos humano de que hubiera habido noticia sobre el hielo a siete mil quinientos metros de altura; se sabía de memoria todos los cuentos fantásticos sobre las alargadas y blancas criaturas, corriendo veloces por las grietas de encima del último campamento que los alpinistas habían conseguido plantar en un paraje que encogía el corazón.
Es muy saludable tener a un tipo entusiasta como él en el cuartel general de Inspección Planetaria.
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