sábado, 19 de julio de 2014

SOLAMENTE UN ECO (I)

SOLAMENTE UN ECO
POR ALAN BARCLAY

DON LINGARD se alisó cuanto pudo la guerrera del uniforme y golpeó en la puerta del despacho del comandante en jefe. Esperaba que su llamada habría tenido las proporciones correctas de decisión y deferencia que se pueden pedir al simple tac-tac en el panel de una puerta.
La llamada fue seguida al otro lado de la puerta por un fuerte e indefinible ruido de origen humano. Don entendió que esto quería decir «¡Adelante!» y entró.
La habitación era larga y estrecha y el comandante en jefe estaba sentado delante de su mesa, al fondo del cuarto, inclinado sobre unos papeles. Don se adelantó con firmeza, cosa nada fácil dado el mínimo de gravedad existente en el Asteroide Cepha III. Se detuvo exactamente en el centro de la mesa, enfrente del
comandante, a un metro de él, y saludó. Transcurrido aproximadamente medio minuto, el comandante levantó la cabeza. Tenía la cara bastante macilenta y los ojos de un azul desteñido. Miró a Lingard, observando su correcta rigidez, su impecable uniforme negro y su único galón.
Lingard, por su parte, notó con disgusto que su superior llevaba desabrochado el cuello del uniforme.
-¡Gran Júpiter! - exclamó el comandante en jefe finalmente -. ¿Quién demonios es usted?
- Subteniente Lingard, señor - replicó -. Destacado en la Base Avanzada Cepha III.. presentándose a usted> señor.
-¿Subteniente, eh? - preguntó el comandante en tono casi admirativo -. ¡Pobre chico! - continuó inesperadamente -. Aparque en esa silla y cuéntemelo todo. Vaya derecho al grano, que ahora no está en un escuadrón de entrenamiento.
Plantó sus largas piernas sobre la mesa y se retrepó hacia atrás en la silla.
-¿Qué edad tiene? ¿Veinte? ¿Cuál es su puntuación de entrenamiento?
- Tengo casi veintiuno, señor. Aprobé con el número dos de mi clase el entrenamiento básico Categoría A en pilotaje y navegación. Seis meses adelantado en entrenamiento de combate en la Estación de entrenamiento de la Luna. Clasificación A en artillería.
- Bien, bien...; y muriéndose de ganas de tener un choque con el enemigo, estoy seguro.
- Sí señor, naturalmente.
-¿Por qué? - le espetó el comandante en jefe con violencia inesperada.
- No hay más que una posible razón, señor - respondió Lingard titubeando . Para cumplir con mi deber v avudar a derrotar al invasor - estaba bastante azarado al decir todo esto.
- Muy propio muchacho, muy propio - aprobó el viejo . Y por supuesto para adquirir fama, sin duda. Bien, tendrá su oportunidad, aunque yo creo que la atmósfera de gloria y de muerte predomina más en las unidades de retaguardia que aquí fuera; pero tengo que decidir lo que voy a hacer con usted... ¿Dijo
clasificación A en artillería?
Mientras hablaba apretó un botón y el teléfono de su mesa lanzó una respuesta.
- Hawkins ¿está el capitán Stinson franco de servicio?
- Sí, señor.
- Bien; búscale. Dile que tenga la amabilidad de venir en seguida a verme.
Transcurrieron unos segundos de silencio.
- No me entusiasmo demasiado con la muerte y la gloria - continuó el comandante -. Tenemos una guerra espacial entre manos desde que sorprendimos al enemigo merodeando alrededor de los límites exteriores de nuestro sistema y nadie puede decir que se vea una solución, por el momento. Por tanto, yo pienso que es necesario para ustedes, los jóvenes, hacer parte de su servicio aquí. Creo justo el dar una oportunidad a todos los muchachos para que pasen aquí una temporada y que puedan volver pronto a sus casas en la madre Tierra. Tengo la satisfacción de decir que la proporción de bajas en mi estación es verdaderamente escasa.
- Pero seguramente, señor, es de vital importancia continuar la lucha resueltamente - aventuró Lingard.
- Resueltamente - repitió el comandante en jefe más bien para sí mismo-. Sí, eso está bien, aunque implica la posibilidad de alcanzar una solución. De todos modos, hablaremos sobre ello más adelante. Por el momento, le voy a nombrar segundo con el capitán Stinson en su nave.
- Pero señor - protestó Lingard -. Yo estoy clasificado como piloto de guerra de clase A. No soy un segundo.
- Ya lo sé; pero, sin embargo, hará su primera docena de guardias como segundo del capitán Stinson.
- Muy bien, señor. A sus órdenes.
- El servicio que haga al lado de Stinson doblará aproximadamente sus posibilidades de sobrevivir - añadió sonriendo el comandante -. Stinson no impresiona al mirarle, pero es un buen hombre. Cauto y calculador. Ahora vendrá.
Lingard esperó pacientemente. Se encontraba un poco desorientado por la actitud del comandante en jefe por la confianza con que le trataba y por su manera de hablar tan poco marcial.
La aparición de Stinson fue otra sorpresa para Lingard. La primera impresión fue que era muy viejo. A un muchacho de la edad de Lingard, cualquiera que pasase de los treinta años le parecía casi senil. Stinson era bajo y algo contrahecho. No solamente su uniforme estaba considerablemente arrugado sino que el hombre que había dentro parecía encontrarse bajo una fuerte depresión moral.
-¡Ah, Stinson! - exclamó el comandante en jefe, mientras el recién llegado le hacía un saludo negligente. Le presento al subteniente Lingard aquí presente. Está clasificado como piloto, pero le he nombrado su segundo para que adquiera experiencia.
-¿Otro más ?- dijo Stinson mirando agriamente a Lingard. Preferiría un artillero experimentado.
- Tenga en cuenta que Lingard lo es de primera clase - respondió el comandante amigablemente - Tiene una excelente clasificación en artillería.
- Sí, disparando sobre patos sentados - rezongó Stínson. Me falta poco para cumplir mi tiempo, señor. ¿Por qué quitarme oportunidades encomendándome el entrenamiento de novatos?
- Es una orden - repuso el comandante, todavía amigablemente.
- Muy bien, señor - contestó Stinson poniéndose firme. ¿Puedo someter formalmente mi petición para ser trasladado a otra unidad, señor?
- Lo tiene que hacer por escrito y razonándolo - señaló el comandante - y no se le concederá. Ahora Ilévese a Lingard a la residencia de oficiales para que se vaya familiarizando.
- Muy bien, señor - dijo Stinson, saludando. ¿Viene, teniente Lingard?
El hall de la residencia de oficiales era un cuarto muy alegre, circular, y se encontraba situado a unos metros debajo de la superficie del asteroide. Había gran cantidad de enormes butacas, de muchas de las cuales surgían las piernas de los ocupantes aparentemente inconscientes y un bar. En las paredes había colgadas láminas de las que usualmente se ven en las residencias de oficiales jóvenes y algunos grabados en colores bastante buenos.
Estos grabados eran evidentemente obra de un verdadero artista y todos trataban del mismo asunto. Uno de ellos llevaba el título «¿Es este cl enemigo?» Representaba a una criatura parecida a un pulpo, con grandes ojos amenazadores saltones, como de loco. En otro decía: «¿O quizá este?», y representaba un tipo como un cocodrilo montado sobre un scooter delgado como un lápiz y con una larga y estrecha cola color humo azulado. Ese cocodrilo estaba disparando un desintegrador. El tercer dibujo mostraba un animal marino, rechoncho pero de expresión inteligente, flotando en un barco rodeado de un líquido bulboso.
- Entonces, ¿es verdad que nadie los ha visto nunca? - preguntó Lingard-. ¿O es que, al menos, nadie ha vivido lo suficiente para explicar cómo son?
- Vamos a tomar una copa - le invitó Stinson, que no parecía tener muchos deseos de entrar en discusiones sobre este asunto.
Al día siguiente la unidad operó durante veinte horas seguidas. Lingard llegó a la sala de tripulación con media hora de anticipación cruzó el rastrillo exterior y entró en la nave, que se encontraba en el túnel.
A pesar de ser muy temprano, Stinson ya estaba allí. El hombrecillo se dedicaba a revisar el armamento y, al verle, le saludó con un gruñido.
Lingard ocupó el puesto del artillero y empezó a trabajar en las piezas. Estuvo comprobando cómo los largos y pulidos cañones se deslizaban suavemente en sus montajes y les hizo girar a derecha e izquierda manejando los controles. Los mecanismos de carga movían sus brazos de acero con un chasquido cuando Lingard probaba su funcionamiento. Finalmente quitó la cubierta y vió con disgusto que se trataba del viejo tipo Mark 1 en lugar del moderno Mark III, con control automático, como él esperaba hallar.
Lingard hizo notar esto a Stinson, mientras se ayudaban mutuamente a colocarse los uniformes de vuelo.
- Ese modelo tiene por lo menos media tonelada de lastre inútil y nos acorta considerablemente la aceleración - apuntó Lingard.
- Tenemos autorización del comandante en jefe para desecharlo - contestó Stinson. Mejor será que se ajuste el cinturón de vuelo.
Ocupó el puesto del piloto. Puso en marcha los motores y empezó a llamar a la torre de control pidiendo vía libre.
Lingard no apartaba la vista del cronómetro Cuando el segundero llegó al punto indicado, Stínson, sin hacer ninguna ceremonia, apretó el botón para ponerlo en marcha.
Permanecieron un instante bajo el sonido atronador de los motores y, de repente, una mano gigantesca pareció asir a la aeronave y la lanzó con una fuerza increíble a lo largo del túnel, hacia el silencio y la negrura del espacio. Un momento después Stinson cortó los gases para dejar los motores en un susurro, niveló, con el plano de la eclíptica por horizonte, y puso rumbo a los límites exteriores del contorno del asteroide.
- Bueno, Lingard - le dijo Stínson con mucha menos acritud de lo usual en él -, este es el momento para el que ha vivido v se ha entrenado todos estos años. ¿Cómo lo encuentra?
- No tengo mucho sentido de la realidad - admitió el otro francamente -, sino cuando mi cabeza se lo recuerda al estómago, y entonces siento como si un enjambre de mariposas diese vueltas a mi alrededor.
- Lo mismo me pasa a mí - añadió Stinson, solo que yo las tengo todo el tiempo. ¿Desea usted preguntar algo?
- Lo menos un millón de cosas - replicó Lingard con vehemencia -. Para empezar, ¿cuál es nuestra área de acción?
- Está ahí, en el mapa - le respondió -. En el esquema de los trabajos de patrulla no tiene importancia mil millas más o menos. El enemigo trata de engañarnos llamando nuestra atención sin dar la cara desde el sector de Aries; por tanto, trace primero una raya desde el Sol hacia Aries después tome un punto en esa línea que esté justamente por fuera de los asteroides v trace un círculo cuyo centro sea un punto en ángulo recto con la línea. Dándole a ese círculo un grosor de dos millones de millas tendrá nuestro volumen del área de patrulla.
- Excepto que no me ha dicho el radio del círculo.
- De momento, cuarenta millones de millas. Puede calcular el número de naves que serán necesarias para explorar ese espacio teniendo en cuenta que cada explorador puede inspeccionar un cuarto de millón de millas, en vez de medio millón que es lo que dicen los libros.
Lingard explicó que en la base le habían dado para hacer unos cálculos en que intervenían integrales dobles..
- Me temo que si calcula la duración máxima de nuestro raid. con relación al consumo de gasoil comida y aire para la tripulación va a tener que manejar una buena cantidad de complicadas matemáticas pero la cosa es que podamos estar en posición durante ciento cincuenta horas -añadió en tono amargo - los expertos
han probado matemáticamente que no necesitamos mucha comida durante el raid, y no me sorprendería mucho que dentro de poco demostraran que tampoco necesitamos aire.
-¿Suele haber muchos navíos enemigos que atraviesen por nuestra pantalla durante el raid?
- Bastantes, pero nuestra misión es principalmente descubrirlos v transmitir la información, aunque también debemos destruir los que nos sea posible. Muchos pasan sin que podamos controlarlos y, una vez que señalamos su paso los muchachos de la Defensa de Retaguardia se encargan de ellos. Fíjese que pasan
muchos más de los que dicen las noticias, y yo he encontrado muchachos que aseguran que han tocado en Marte - y tras una pausa continuó -: Ahí tiene la lección número uno: Descubrirlos, señalarlos y atacarlos si se tiene ventaja. Y ahora le voy a dar la regla número dos (no es una regla oficial, es de mi propia cosecha, pero es vital): Un Gobierno bienhechor y con buena intención nos ha provisto de ropa apropiada que es la que llevamos ahora, y debemos hacer todo lo posible porque vuelva a la base intacta y con nosotros dentro. El gasoil, se supone que es el necesario para que podamos volver si...
-¿Por qué se supone?- interrumpió Lingard un poco irritado -. Tenemos la certeza de que el gasoil será suficiente. Está previsto para esto. Hace siete años el capitán Graham volvió después de cinco días y medio de crucero...
- Está bien, muy bien - protestó Stinson-. En efecto, está previsto para volver a casa, y yo me alegraré de que vuelva tanto como usted mismo. Pero volverá si conserva fría la cabeza después de haber sido atacado; si se acuerda de su propia posición v velocidad de su base, y si es capaz de calcular mentalmente geometría esférica v de trazar una ruta a ojo. De acuerdo totalmente con usted sobre esto, y creo que la ciencia es maravillosa. ¿Puedo volver ahora a lo que estaba diciendo?
- Seguro - asintió Lingard.
- Si nos toca una sola vez la onda D del enemigo, somos un par de pollos asados. Fíjese que se derrama todo el gasoil en los motores y en los tanques y convierte la nave en un pequeño punto de luz que nadie nota, pero desde el momento del impacto hasta la voladura total no transcurre más de un cuarto de minuto, que es el tiempo que tarda la materia en hervir. ¿Me sigue?
- Sí, le sigo - dijo Língard
- Bueno, ahora métase bien esto en la cabeza y no lo olvide; si alguna vez veo que estamos a punto de ser asados, daré la voz de tirarse. Se me oirá perfectamente, porque chillaré con todas mis fuerzas. Mientras doy la orden apretaré el botón para que se abra la salida de urgencia. Después, le volveré a decir por segunda vez que se tire. Esta segunda vez ya tiene que estar fuera, antes que yo abra mi trampa. ¿Está claro?
- Muy claro, señor; da la orden de tirarse, la primera vez cuando aprieta el botón, y la segunda, después de abrirse la salida de emergencia.
- Exactamente, tómese un poco de tiempo para meter bien esto en su imaginación, porque cuando suceda, será tan repentino que le prometo que no intentaré siquiera repetirlo una tercera vez, y sin enterarse se encontrará ya cocido. Si llega a oírme por tercera vez, será únicamente un eco.
Alcanzaron posición después de cuarenta horas de economizar en lo posible el combustible, empleando velocidades estudiadas para conseguir la velocidad cero con relación a la línea Sol-Aries. Una vez alcanzada, colocaron en posición el rayo localizador y permanecieron inmóviles mientras exploraban el espacio a su alrededor, por encima y por debajo. Permanecieron tres horas en esta posición de observación. Stinson dedicó el tiempo libre a calcular el importe de sus pagas atrasadas y las gratificaciones que le debían, y a hacer planes muy complejos concernientes a su futura vida civil. Cuando se cansaba de esto, se dedicaba a leer libros sobre fotografía. Lingard, durante la primera hora, estuvo observando el pálido resplandor violeta en el globo indicador de tres pies de diámetro, con una especie de ansiedad temblorosa; pero a medida que pasaron las horas (y los días) su entusiasmo bajó mucho de nivel.
- Tómalo con tranquilidad, hijo - le aconsejó Stinson mirándole por encima de su libro -. Tendremos que hacer cuatro o cinco raids sin cazar ni una sola cosa. Cuando menos lo piensas v cuando empiezas a creer que todo es un mito, te aparece uno a cien millas de distancia.
El hecho fue que en este raid no vieron la menor señal del enemigo. Sin embargo, en el raid siguiente, al segundo día, vieron dos oscuras burbujas temblorosas flotando dentro de los márgenes de su globo.
- Ahí los tiene - dijo Stinson sin demostrar ninguna emoción -. Son un par de Jackoes.
- Bueno, vamos detrás de ellos - gritó Lingard. Stinson contempló las burbujas durante un buen rato.
- No serviría de nada, están en los límites de nuestra esfera y saldrán de ella en veinte minutos. Lo único que tenemos que hacer es comunicar la dirección y velocidad a la base.
Procedieron a mandar la señal correspondiente y medio día después se enteraron de que los intrusos habían sido exterminados por la Defensa de Retaguardia.
En el cuarto raid solo un pequeño aparato enemigo atravesó la pantalla. Aunque pasó muy cerca de ellos, Stínson no se molestó en seguirlo.
Después del sexto raid, y como ocurriese lo mismo, Língard pidió que lo trasladaran a otra nave.
- Denegado - respondió el comandante en jefe frunciendo el entrecejo -. Denegado, y no crea que es por lo que le queremos, joven luchador. Es porque cuesta mucho dinero al Gobierno instruirle y construir la nave en que sirve, y no tiene derecho a suicidarse. No estamos haciendo esta guerra para divertirle. ¿Sabe?
- Señor - preguntó Lingard desesperado -. ¿Puedo hacerle una pregunta?
- Todas las que quiera.
- Supongamos que en lugar de esta política cauta de que lo primero es conservar la vida, les diésemos caza como a diablos, los persiguiéramos con energía, los empujásemos hasta sus guaridas y los machacáramos sin descanso; ¿no cree que pronto abandonarían la guerra y se quedarían en sus casas? Creo que al final nos
resultaría más barato en hombres y en naves.
- Es un buen argumento - admitió el comandante -, pero hay razones por las cuales no marcharía bien su sistema. La más importante es que, en mi opinión, no tienen casas donde guarecerse.
Lingard se quedó pensativo ante esta contestación.
...

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