domingo, 20 de julio de 2014

SOLAMENTE UN ECO (y II)

SOLAMENTE UN ECO
POR ALAN BARCLAY

- Yo digo (y esto es una opinión enteramente particular) que ellos han venido a través del espacio desde otro sistema. Creo que ellos, o tal vez los abuelos de la presente generación de Jackoes, se han visto obligados a abandonar el planeta donde vivían. Creo que toda su raza ha estado cruzando el espacio, desde la estrella en que vivieron, durante decenas o centenas de años, buscando otra residencia donde establecer su hogar. Estoy por apostar que si usted llegase a descubrir su guarida (cosa que nadie ha hecho hasta ahora) encontraría una flota completa a varios millones de millas. Muchas y grandes naves, montañas de ellas, infinidad de Jackoes de todas formas y tamaños sentados sobre todo lo que pueda ser útil para sentarse, mirando para acá y pensando si al fin habrán llegado a su tierra de promisión. No, Lingard, sea lo que sea lo que les hagamos, nada los hará retroceder. El quedarse es su única esperanza.
- Entonces, ¿cuándo terminará?
- No lo sé - respondió el comandante en jefe -. Puede ser que dure para siempre.
Dos días después Lingard y Stinson se encontraban de nuevo patrullando. Los dos estaban observando el sector que les correspondía. En el borde de la esfera del localizador, próximamente en la vertical, por encima de ellos, una pequeña burbuja era perseguida por otras tres mayores.
- Esto es un Jacko que se ha metido en nuestras líneas. Ha venido a dar un vistazo y quizá ha llegado hasta la Tierra y ahora está tratando de salir otra vez. Las tres burbujas grandes son nuestras naves de caza que lo van persiguiendo. Al pobre lo van a atrapar en cinco minutos. ¡Fíjese!
Las cuatro burbujas navegaron suavemente por el interior luminoso de la esfera. De los tres perseguidores, uno estaba algo por encima del Jacko y sus otros dos compañeros se encontraban por debajo, pero todos ellos marchaban en sentido convergente.
- Estos son los nuevos destructores de cazas tipo Pluto - dijo Stinson -. Van pilotados por ocho hombres armados con proyectores de onda-D. Ahora será en cualquier momento.
- Nunca pude comprender cómo se las componen para montar aparatos de onda-D en naves tan pequeñas como estas. ¿Cómo puede la tripulación aguantar el retroceso y el fogonazo de tan fuerte radiación?
- Bueno, por supuesto, las naves son bastante mayores que esta lata de sardinas y llevan el proyector montado en las mismísimas narices. Lo manejan por medio de control a distancia con una gran cantidad de material aislante entre él y la tripulación.
- Pensándolo bien - reflexionó Lingard -, los exploradores Jackoes montan tubos de onda-D.
- Así es - dijo Stinson -, ¿eso lo ha discurrido usted solo?
- Pero...
- Hay dos contestaciones a esta pregunta. La respuesta más fácil es que los Jackoes aguantan muy bien esta radiación tan fuerte. Yo sé que el personal de nuestro Cuartel General está a favor de esta teoría; de hecho hablan como si a los Jackoes nada les gustara tanto como bañarse en fuertes radiaciones dos o tres veces al día.
- Usted no está muy conforme con eso, al parecer.
- Yo... Ciertamente que no. Le diré lo que pienso. Creo que cualquier Jacko que lanza la onda-D, desde un recinto cerrado, como una de sus naves, muere unas seis semanas después, lo mismo que nos ocurriría a nosotros. Es más, sé que los pilotos de combate de los Jackoes lo saben y por eso siempre se baten hasta el final y cuando se ven derrotados vuelan sus naves. Mire el aspecto de este individuo, dijo señalando la pantalla de observación. Está tratando de atacar a nuestras naves antes de que lo abatan, aunque debe reconocer que no tiene ninguna probabilidad de escape... Mire, ahí va.
Según miraban, la pequeña burbuja que había empezado a balancearse en un estrecho arco, comenzó a hincharse de un modo desmesurado y, por fin, reventó. Ya no estaba allí.
- ¡Pobre! - exclamó Stinson.
- Algunas veces pienso que usted ama a estas criaturas - le dijo Lingard mirándole un poco irritado.
- No las odio tanto como usted - fue la respuesta -. Aun cuando parecieran cocodrilos, pulpos o tuvieran dos cabezas y las bocas en sus estómagos, todavía pensaría que son bastante buenos chicos. Antes que sus naves se pongan en marcha, deben saber que no tienen ninguna probabilidad de sobrevivir. Si disparan el proyector, se asan, y aunque no se asasen, la posibilidad que tienen de atravesar nuestras líneas y poder volver a su base es mínima. Y a pesar de todo, vienen.
- Entonces, ¿por qué continúan viniendo?
- Es fácil de explicar. Por ahí, en alguna parte, tienen grandes naves llenas de municiones, de papás, de pequeños hermanos y hermanas, y quizá de novias y madres, si sus leyes biológicas son iguales a las nuestras. Y si están tratando de encontrar un hogar para todos estos seres, ¿no haría usted lo mismo, aunque cualquiera otra criatura, cualquiera otra clase de animal, persistiera en cruzarse en su camino?
- Sí, lo supongo - dijo Lingard, y tras pensar un momento sobre ello, preguntó -: ¿Cómo es que cualquiera que vuelve a su casa, en la Tierra o en Marte, no habla de esa manera?
- Porque vuelven asustados de los Monstruos del Espacio.
-¿Y cómo va a acabar esto?
- Se lo diré - dijo Stinson inesperadamente -. ¿Usted sabe lo que sucede cuando dos chicos mayores se encuentran por primera vez? Se suelen hacer muecas el uno al otro, se pelean, se sacan la lengua y se dan buenos coscorrones; pero el resultado es que se hacen buenos amigos. Cada uno mide las fuerzas del otro,
descubren que son los dos humanos y decentes, normales e interesados en las mismas cosas. En seguida intiman y se dedican a cambiarse las canicas y las navajas. Bien, hay que reconocer que este es el actual estado de cosas entre nosotros y los Jackoes. Nos estamos dando puñetazos en las narices unos a otros,
corre la sangre (lo malo es cuando se trata de la nuestra) y, al final, cada bando decidirá que el otro pertenece a una raza decente y normal y merecedora de respeto, y que, después de todo, hay sitio para ambos en este pequeño sistema.
Cuando se empieza a creer que todo es un juego, cuando se han hecho por lo menos ocho o diez raids y parece que los Jackoes son un mito, por encuentras uno, que probablemente se le ve a no más de quinientas yardas por la banda de estribor.
De hecho, en el noveno raid de Lingard apareció uno. Stinson fue el primero en señalarlo.
- Esto debe despertar tu alma heroica - dijo a Lingard -. Me parece que, por fin, vamos a tropezar con algo en nuestro camino.
Lingard se desplazó para mirar mejor el localízador.
-¿Dónde está?
-¿Ves esa mole, la que se está moviendo?
- Es otro bloque de roca - protestó Lingard.
- Conforme, es un bloque de roca, pero si lo miras con atención verás que cambia de forma... ¡Allí! Observa esas dos manchitas que hay detrás. Algunas veces se funden con el bloque principal, pero frecuentemente parece que se desprenden. Deben de ser un par de Jackoes tratando de hacer alguna jugarreta. Han cogido un trozo de asteroide moviéndose en una ruta inferior aceptable y lo están
abrazando con la esperanza de poder atravesar nuestra pantalla, aún no descubierta por ellos.
Lingard miró con atención. Ahora podía ver claramente que aunque las dos pequeñas manchas parecían casi siempre formar parte de la masa principal, con mucha frecuencia se separaban por un instante. Calculó la ruta que seguían y vio que iban a pasar muy cerca de ellos.
- Van a pasar muy cerca de nosotros - dijo -. ¿Daremos la señal?
- Todavía no - respondió Stinson-. Lo primero de todo, coloquémonos lo más cerca posible del paso de ese trozo de material de construcción.
Apretó unos botones y puso en marcha la nave, deslizándose hacia la parte baja de la órbita del asteroide. La burbuja movediza que había en el centro de la masa luminosa se columpió hacia atrás y hacia adelante, hasta que, al cabo de diez minutos, empezó a moverse directamente hacia el centro. El trozo de roca que parecía tener unos 200 pies de diámetro, venía ahora en línea recta hacia la nave.
- Desconectaremos el localizador por un momento - dijo Stinson-. La roca está ahora entre nosotros y ellos pero queda una probabilidad de que la punta de una de sus antenas asome por encima del techo. Dentro de media hora podremos verla directamente con el telescopio.
Efectivamente, media hora después pudieron localizar la roca con el telescopio, y veinte minutos más tarde, pudieron verla a simple vista. Un monstruo espeluznante, girando suave y continuamente, con grandes placas metálicas y cristalinas que brillaban intensamente cuando les daba el sol.
Stinson hizo que su nave se emparejase rápidamente con la roca y al mismo tiempo, trató de entorpecer la marcha de la nave más próxima.
- Bueno, hijo, por detrás de esa roca hay dos naves Jackoes. Voy a rodearla un poco para ponerme en posición de hacer un disparo que no falle al que tengamos más cerca de los dos. No puede haber discusión ni titubeo, lo tiene que aniquilar con el primer disparo, y a continuación le pondré en línea con el segundo para que se lo cargue también. Tiene que ser rápido, limpio y no fallar ningún disparo. Nada de fantasías.
-¡De acuerdo, capitán! - exclamó Lingard con entusiasmo, dirigiéndose hacia adelante a la posición del apuntador y tomando los mandos de los cañones.
-¿Tiene el traje de salto bien ajustado? - dijo la voz de Stinson en la radio interior.
- Seguro - contestó Lingard.
- Recuerde que podemos ser tocados. No olvide lo que le dije sobre el lanzamiento en caso de emergencia.
- No habrá que lanzarse - gritó Lingard -. Póngame usted exactamente medio segundo en línea con cada uno de esos monos los haré papilla.
- Es lo que tiene que hacer - graznó el otro -. Allá vamos.
Los motores zumbaron brevemente y la pequeña nave se deslizó a lo largo de la roca. Una explosión de los motores los lanzó fuera de la sombra. Otra explosión de los tubos laterales les imprimió una sacudida y les hizo dar la vuelta...
Allí estaban los Jackoes. A una distancia no mayor de 100 yardas se encontraba una masa bulbosa y rojiza, otra más allá, por encima, y otra por debajo.
- ¡Diablo! - exclamó Lingard-. Ahí hay tres.
- Ya no podemos volvernos atrás - gritó Stinson-. Ahí tienes al más cercano. Cárgatelo.
La nave dio una sacudida cuando Lingard la colocó en línea. Tomó el control del cañón con manos sudorosas v enfocó la cruz amarilla del visor al centro de la barriga de la nave más cercana. No se acordó de apretar el botón para disparar, pero debió de hacerlo de una manera inconsciente, puesto que la nave enemiga tembló al recibir el impacto de la descarga fisionable. El Jacko pareció estallar.
-¡El siguiente' .- gritó Stinson entusiasmado -. Vamos con el siguiente.
Hizo girar el morro de la nave. El segundo enemigo estaba más lejos, por lo que el piloto tuvo unos cuantos segundos para prevenirse. Una delgada llama azul salió proyectada por el costado y la nave quedó enfilada al enemigo.
--Anda con él! - vociferó Stinson.
Lingard hizo girar el cañón para intentar un tiro de flexión. El blanco aceleró justamente cuando él disparó y la carga no le alcanzó por pocas yardas. Dio un tirón de la palanca para volver a cargar y oyó el zumbido de los pesados proyectiles al entrar en la recámara. El Jacko aceleró y se revolvió, lanzando pequeñas llamas por sus motores laterales.
- No tire ahora - ordenó Stinson con calma -. No puede acertarle mientras esté acelerando y bailando como una peonza pero cuando empiece a virar hacía atrás en dirección opuesta, habrá un solo momento en que se quede quieto; espere ese momento.
Lingard esperó siguiendo con la vista el rojo barco. Esperó un largo momento. Lo suficientemente largo que pudo pensar dónde diablos se había metido la otra nave enemiga. Entonces, el blanco se inmovilizó, su movimiento relativo bajó casi hasta cero. Lingard accionó las palancas y los proyectiles salieron silbando.
Durante los dos minutos que siguieron al disparo el morro del enemigo se salió un poco de la visual, pero no lo suficiente para quedar fuera del alcance de sus proyectiles fisionables de acero. En su costado se abrieron seis agujeros. Dio la vuelta violentamente al recibir el impacto y de repente, lanzó una gran
llamarada blanca.
-¡Le di! - gritó Língard.
Stinson no dijo ni una palabra. Estaba tecleando en los botones de disparar. La nave dio con mucha rapidez una vuelta muy cerrada. Lingard se abatió contra el asiento.
-¿Dónde está la tercera nave?- preguntó.
- Hijito, está exactamente en nuestra cola - dijo Stinson con voz agria. -Agárrate bien a lo que puedas, que te vas a zarandear un poco.
La nave empezó a bajar y subir rápidamente describiendo grandes círculos. El asteroide junto al cual empezó la batalla estaba ahora a muchos cientos de millas. Por tres veces, un destello de llama azul metálico pasó por delante de las troneras de observación.
- No anda muy listo con su onda D - observó Lingard -. ¿No puede girar más, para que yo le pueda disparar?
- No hay la menor esperanza. Estos Jackoes son capaces de aguantar una fuerza centrífuga mucho mayor de cuanto nosotros podemos soportar y pueden girar en círculos más pequeños.
Una vez más, la aguja de luz azul pasó junto a ellos. Un segundo después la vieron brillar justamente delante, y esta vez no era un destello momentáneo, sino un rayo atravesado como una espada en su camino. Stinson dio un fuerte impulso a los motores para elevar la nave y hacerla pasar por encima.
- La ventaja del rayo es que lo pueden dirigir hacia adelante para que tengamos que meternos en él. ¿Qué es esto? ¡Gran Júpiter! Hemos sido tocados. Esta vez nos dieron en la cola.
Se produjo una explosión imponente al tiempo que volaba uno de los motores propulsores.
- Estamos alcanzados, hijo - chilló Stinson -. ¡Salta!
Lingard palpó la válvula de su casco para comprobar que estaba bien seguro v dio un puñetazo en el botón de lanzamiento. Los cierres de la compuerta volaron con un zumbido al tiempo que Stinson vociferaba de nuevo:
-¡Salta!
El chorro de aire que se proyectó levantó a Lingard y lo lanzó al espacio.
-¿Estás bien, hijo? - preguntó la voz de Stinson, por medio del intermicrófono, un momento después.
- Creo que si - replicó Lingard.
- Bueno, espero que sabrá todo lo que tiene que hacer para volver a la base utilizando su traje de salto.
- Me gustaría mucho que me lo repitiese, capitán.
Se encontraban flotando en la nada en el negro vacío, y aunque Stinson no debía encontrarse a muchas yardas de él, no podía verle.
- Muy bien, escuche. Tome la línea Sol-Aries como dato. ¿Se acuerda de las coordenadas de la base cuando salimos?
- Ya lo creo - las recitó Lingard.
-¿Y de las coordenadas de nuestra nave, antes de empezar el ataque?
- Sí; pero nos hemos desplazado bastante desde entonces.
- No tanto como para que importe. ¿Conforme? El trabajo más difícil va a ser el hacer una estimación periódica de su velocidad. Use el pequeño velocímetro que tiene en el bolsillo exterior del traje de vuelo. Haga tantas comprobaciones de velocidad como pueda. Hágalas continuamente, no tiene mucho más que hacer. Cuando crea que se encuentra a menos de mil millas de la base empiece a mandar mensajes por el microrradio. No esté todo el tiempo conmutado, envíe un mensaje y desconecte. Espere diez minutos y envíe otro. Ahora, sobre todo, mucha tranquilidad. Verifique la velocidad constantemente y llegará en nada de tiempo a casa.
- Gracias, capitán - dijo Lingard agradecido.
La voz de Stinson, a pesar de ser áspera, había contribuido a elevar su ánimo considerablemente.
-¿Está escuchando, Lingard? - se oyó la voz de Stínson un momento después que ahora era apremiante.
- Seguro.
- Hace un momento vi sobre mi cabeza un destello de ese maldito motor. Parece que todavía anda rondando. Mientras no acelere pareceremos en su localizador unos restos de nuestra nave.
Durante diez minutos Lingard se sintió arrastrado por el espacio. Empleó el tiempo en tratar de medir la velocidad. Sabía la velocidad y la dirección de la nave antes que empezase el ataque, pero no tenía ni idea de lo que pudieran haber avanzado durante el combate y, además que, naturalmente, habría que añadir
una componente adicional de velocidad debido al impulso del aire que lo lanzó fuera de la nave. El asteroide, aunque era grande, pronto dejaría de verse y la única pieza de los restos de su nave que podía ver era una andrajosa y retorcida plancha de duraluminio que parecía colgar sobre su cabeza a unos 200 metros.
-¿Me está usted oyendo, hijito? - sonó la voz de Stinson de un modo extraño y con un acento como de resignación.
- Sí - respondió Lingard.
- Ese Jakko me ha localizado. Ahora su nave flota muy cerca de mí. No cabe la menor duda; en este momento ha dado un golpe en las troneras de sus motores para virar en redondo. Quisiera saber si consigue detectar mi radio. Lo único que puedo hacer es no moverme de donde estoy a ver si me toma por muerto. La nave tiene la punta anterior de cristal y veo que hay dentro una cosa que se mueve...
Tal vez voy a ser yo el primer ser humano que vea un Jacko... Parece que está haciendo girar la torreta de tiro, pero espero que sea solamente una pre...
En ese instante la radio enmudeció. Con el rabillo del ojo Lingard vio un rayo de luz diminuto. Pocos segundos después vio una llama larga y delgada que barrió toda la nave y desapareció hacía el exterior.
Lingard siguió con mucho cuidado su ruta hacia la base, donde lo recogieron tres días y medio después. Dos meses más tarde volvió a salir de patrulla, esta vez como capitán de la aeronave.
En su primer raid le dijo a su segundo:
-¡Ah! Y si en alguna ocasión le parece oírme decir por tercera vez que abandone la nave será solamente un eco.

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