miércoles, 23 de julio de 2014

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LA ESPADA SIN HONOR
D.J. HEINRICH

Flinn el Caído! ¡Flinn el Bobo! Los insultos se oían claramente a través del frío aire invernal. Los niños corrieron junto al hombre montado en el grifo y prosiguieron su letanía, con improperios cada vez más osados y crueles al ver que los adultos que había por allí no los castigaban. Un hombre -un panadero a juzgar por el delantal cubierto de harina- incluso aplaudió la saña de su hijo. Hizo un gesto ofensivo con ambas manos, y luego se volvió hacia sus compañeros y rió.
--¡Flinn el Bobo! ¡Ha dejado de ser Flinn el Poderoso! -gritó con menosprecio el panadero.
Una joven se aproximó, cimbreando su alta y desgarbada figura entre los mirones. Una ráfaga de viento le empujó el cabello trenzado sobre la cara, y ella apartó de un manotazo la rojiza trenza sobre los hombros. Sus manos limpias y encallecidas agarraron el cinto de cuero, con el que ceñía a su delgada cintura un amuleto para trasladarse en el espacio. Johauna Menhir aún no había cumplido los veinte años, pero sus ojos grises y transparentes poseían sabiduría; sabiduría que había acumulado en los trece años que había andado huérfana por las calles de Specularum. Jo había vivido en la ciudad portuaria del sur hasta hacía muy poco, desde la cual había tomado rumbo al norte hasta llegar a la pequeña aldea de Bywater.
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