MECCANO
Hugo Correa
Meccano miraba a los hombres con sus cuencas sin ojos.
Durante mil años el cráneo del gigante, con su rostro e ídolo primitivo,
contraído por una mueca de ira y crueldad, acechaba sobre su pedestal de piedra,
en el centro de un cráter.
- Esto no estaba aquí, capitán, ¿Quién lo habrá construido?
- No somos los únicos humanoides de la Galaxia, Roberto. Y aunque sólo hemos
envejecido diez años durante nuestro viaje de ida y vuelta a la Tierra, aquí
entretanto han transcurrido diez siglos. Alguien pudo venir entretanto.
- Estoy seguro que esto es obra de Daniel, capitán. ¡Le gustaban las
realizaciones gigantescas!
- Es posible. Siempre fue un aficionado al arte, aunque de poco debe haberle
servido aquí. ¡La Luna es un oasis comparado con esto!
- Pero también era un genio e la cibernética, capitán. No puedo olvidar sus
últimas palabras. «Los esperaré». Dijo. ¿Se acuerda?
Un sol achatado, envuelto en un anillo flameante, derramaba un fulgor verdoso
sobre la solitaria cabeza, las rocas y colinas oscuras. Los hombres dieron una
vuelta en torno al cuello trunco, y trataron de desprender un pedazo de la dura
sustancia.
- ¿Y donde está su comité de recepción? ¿Esta cabeza? Ni siquiera disponía de
armas atómicas, porque podría habérselas ingeniado para dejarnos una bomba de
tiempo que nos esperase mil años. Suerte que se quedaron sin armas. ¡Idiota!
Cuando se vio abandonado con sus treinta fieles, y sus dos naves destruidas,
debió comprender que en sus expedición se había colado un miembro de la Causa.
¡Y nos largó sus amenazas!
...
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