¡CUÁNTO me alegro de mi viaje! ¡Ay, amigo mío, lo es el corazón del
hombre! ¡Alejarme de ti, a quien tanto quiero; dejarte, siendo
inseparable, y sentirme dichoso! Sé que me lo perdonas. ¿No parece que el
destino me había puesto en contacto con los demás amigos, con el exclusivo
fin de atormentarme? ¡Pobre Leonor! Y, sin embargo, no es culpa mía,
¿Podía yo evitar que se desarrollase una pasión en su desdichado espíritu,
mientras me embelesaba con las gracias hechiceras de su hermana? Así y
todo, ¿no tengo nada que echarme en cara? ¿No he nutrido esa pasión? Más
aún: ¿no me he divertido frecuentemente con la sencillez e inocencia de su
lenguaje, que muchas veces nos hacía reír, aunque nada tenía de risible?
¿No he?.. ¡Oh! ¡Qué es el hombre, y por qué se atreve a quejarse? Quiero
corregirme, amigo mío; quiero corregirme, y te doy palabra de hacerlo;
quiero no volver a preocuparme con los dolores pasajeros que la suerte nos
ofrece sin cesar; quiero vivir de lo presente, y que lo pasado sea para mí
pasado por completo. Confieso que tienes razón cuando dices que aquí abajo
habría menos amarguras si los hombres (Dios sabrá por qué los ha hecho
como son) no se dedicasen con tanto ahínco a recordar dolores antiguos, en
vez de soportar con entereza los presentes.
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