domingo, 30 de septiembre de 2012

Inicio de LA FRONTERA, de Eduardo A. Ponce

LA FRONTERA
Eduardo A. Ponce
I
Anochecía. Un fino manto de arena y frío se deslizaba ominosamente sobre la ciudad. Allá en la frontera, dos soldados escrutan el horizonte, apostados en sus garitas, impertérritos ante las próximas quince horas de oscuridad.
Holes había aprendido, con el transcurrir de los años, a discernir casi instintivamente, a través de las continuas tormentas de arena, cuándo se aproximaba hacia la frontera algún traslúcido. Willis, sin embargo, acababa de salir de la Academia.
- Te digo que lo he visto, por el norte. Caminaba lentamente, pero su rastro era inconfundible - argumentaba Willis, sin despegar los ojos de los prismáticos de infrarrojos.
- Mira chico, llevo seis años en este desierto de muerte, y puedo asegurarte, que antes que esos prismáticos capten a un traslúcido, ya lo habrás sentido en tu cerebro y olido a tu alrededor - contestó Holes, mientras encendía un cigarrillo.
- Se como son los traslúcidos, en la Academia...
- En la Academia pueden simular traslúcidos, pero ni los tienen ni los pueden crear - miró con aire paternal a Willis -. No te preocupes muchacho. Tendrás ocasión de verlos - aspiró una bocanada - y entonces desearás estar en cualquier sitio menos en Goliath.
El sol de Goliath se había ocultado completamente, y en su lugar, cientos de estrellas salpicaban la noche goliatina. Era como la noche de otros planetas ya colonizados, como Banta, Mil-Días o Aurora. Pero en Goliath, las noches eran más largas y frías, y los días secos y calurosos. Las tempestades de arena, casi diarias, erosionaban los edificios de la Ciudadela, mientras los traslúcidos se encargaban de socavar las mentes de los hombres. Pero de eso hace ya mucho tiempo.

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