domingo, 23 de junio de 2013

Inicio de LA NAVE QUE CANTABA, de Anne Mc Caffrey

Al nacer era un monstruo, y como tal hubiera sido condenada si no hubiera logrado pasar el test encefalográfico requerido para todos los niños recién nacidos. Existía siempre la posibilidad de que, aunque los miembros estuvieran retorcidos, el cerebro estuviera en perfecto estado, y de que aunque los oídos apenas pudieran oír y los ojos percibieran muy vagamente las imágenes, la mente que había tras ellos fuera receptiva y estuviera alerta.
El electroencefalograma fue totalmente favorable, incluso más de lo que se esperaba, y así se les informó a los apenados padres que esperaban el resultado. Finalmente, se les presentaba la última y más dura decisión: practicarle la eutanasia a su hijo o permitir que se convirtiera en un «cerebro» encapsulado, en un mecanismo director al que se enseñaría un buen número de profesiones diversas. Si optaban por esto último, su hija no sufriría dolor alguno, viviría una existencia confortable en una cápsula de metal durante varios siglos realizando un servicio inapreciable para los Mundos Centrales.
Se le permitió vivir y se le dio un nombre, Helva. Durante sus tres primeros meses de vida vegetativa, agitó sus muñones, pataleó débilmente con sus piececitos deformes y disfrutó de la rutina normal de todos los niños. No estaba sola; había otros tres niños especiales en el gran hospital especial de la ciudad. Al poco tiempo, fueron trasladados al Laboratorio Central, donde comenzó su delicada transformación.
Uno de los niños murió durante el trasplante inicial, pero los de la «clase» de Helva, diecisiete miembros en total, sobrevivieron en cápsulas de metal. En vez de pies con los que patalear, los impulsos neuronales de Helva movían unas ruedas; en vez de agitar las manos manipulaba extensiones mecánicas. A medida que iba creciendo le iban creciendo más sinapsis neuronales para que manipulara otros mecanismos que servirían para el mantenimiento y la buena marcha de una nave espacial. Porque Helva había sido destinada a convertirse en la mitad «cerebral» de una nave espacial, en compañía de una mujer o un hombre, lo que ella quisiera escoger, que actuaría como parte móvil. Estaría entre la élite de los de su especie. Sus tests de inteligencia iniciales registraron un nivel superior al normal y su índice de adaptación era inusitadamente alto. Si su desarrollo dentro de la cápsula metálica respondía a lo que se esperaba de ella y no se producían efectos secundarios derivados de las manipulaciones sobre su pituitaria, Helva viviría una vida plena de recompensas, rica y fuera de lo habitual, muy distinta de la que hubiera podido esperar de haber sido un ser
«normal»,

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