martes, 29 de noviembre de 2011

De forma natural

Nada tenía, salvo la satisfacción que le producía su arte; era bueno y lo sabía, y cosechó grandes logros con los que, en soledad o en la pactada compañía de una vida disoluta, seguía alimentando su soberbia. Y así continuó, hasta que cierta mañana, tras una noche de excesos, despertó preso a perpetuidad de las limitaciones de la ceguera.

A los pocos meses estaba viviendo en la calle. Apenas conservó una gubia, con la que se distraía tallando rudimentarias figuras que terminaba por regalar a los curiosos críos que se interesaban en lo que hacía. Fue así como se corrió la voz, y docenas vinieron a pedirle algo. Desde ese día al menos un niño entraba en su casa con el regalo del mendigo ciego que hacía juguetes. Al principio algunos padres se mostraron reticentes, pero al conocerlo perdieron cuidado.

De forma natural, como sucede con lo que no se busca, el que fuera un ebanista con futuro ocupó un lugar en el corazón del pueblo; los ayudaba, y estos a cambio le daban comida o prendas de abrigo. Dicha labor lo acercaba a lo que fue, y con eso y saberse apreciado era feliz.

La lástima se tornó cariño, y llegó a ser parte de las familias, no faltando quien pusiera un plato para él en su mesa. El huérfano se sintió hijo y hermano de muchos, y tío de más de un centenar, cuyos nombres aprendió y distinguía por la voz.

Siempre había buscado la felicidad sin hallarla, y cuando más lejos se creyó de ella, esta lo encontró a él.

Publicado recientemente en el Nº 76 de la revista "De Primera Mano" (Ciudad del este - Paraguay)

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