viernes, 15 de junio de 2012

60 años de El Hombre Demolido, de Alfred Bester (IV)

-¡No me importa! -gritó Tate-. No quiero esa medicina de Reich. Antes lo arruino. Iré a la corte y me sentaré en el banquillo de los testigos y haré todo lo posible para ayudar a Powell. Díselo al gremio, Powell. Diles que... 


-No harás nada parecido -interrumpió Powell. 


-Qué? 


-Has sido educado por el gremio. Estás aún en el gremio. ¿Dónde has visto que un ésper traicione a su paciente? 


-Pero necesitas pruebas para atrapara Reich, ¿no es cierto? 


-Sí, pero no las obtendré de ti. No permitiré que ningún ésper nos arruine a todos tartamudeando ante la corte. 


-Puede costarte el puesto si no atrapas a Reich, Powell. 


-Al diablo con el puesto. Lo necesito, y necesito a Reich, pero no de ese modo. Cualquier telépata puede ser un buen piloto cuando la órbita es simple; pero se necesitan agallas para serle fiel al gremio cuando todo anda mal. Debes saberlo. Tú no has tenido agallas. Mírate ahora. 


-Pero yo quiero ayudarte, Powell. 


-No puedes ayudarme. No contra toda ética. 

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