domingo, 5 de mayo de 2013

¿Sabes de donde es este fragmento?

Los vecinos de Última Esperanza nunca tuvieron intención de ir a la guerra. Lo que había empezado como una protesta pacífica por un impuesto injusto había pasado a ser una rebelión en toda regla, y nadie entendía cómo habían llegado las cosas a tales extremos.

Era como si al hacer rodar una piedrecilla ladera abajo hubiesen provocado inadvertidamente un alud de rocas; como si al arrojar un palito en un estanque hubiesen creado un maremoto. El carro de sus vidas, que anteriormente había rodado con tanta suavidad por la calzada principal, de repente había perdido una rueda, se había inclinado hacia un lado y ahora se precipitaba por la cara del precipicio.

El impuesto injusto era un tributo de puerta y estaba teniendo un efecto ruinoso en los negocios de Ultima Esperanza. El edicto había sido sancionado por el rey Wilhelm (anteriormente conocido como Wilhelm el Bueno, y ahora llamado con otro epíteto mucho menos halagador). Dicho edicto estipulaba que todas las mercancías que entraban a la ciudad estaban sujetas a un gravamen del veinticinco por ciento y, además, las mercancías que salían de Ultima Esperanza tenían la misma carga. Eso significaba que cualquier materia prima, desde el mineral de hierro hasta el algodón para enaguas con puntillas, estaba gravada con impuestos.

En consecuencia, el precio de las mercancías producidas en Ultima Esperanza era más alto que el más reciente invento gnomo (una batidora de mantequilla accionada por vapor). Aunque los comerciantes tenían dinero suficiente para pagar las materias primas, el hecho de tener que gravar tanto las mercancías terminadas hacía que la gente no pudiera permitirse el lujo de comprarlas. Y eso significaba que los comerciantes ya no podían pagar a sus empleados, los cuales tampoco disponían de dinero para comprar pan para sus hijos, cuanto menos enaguas con puntillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario