Algunos de mis amigos, que saben por casualidad que a veces me entretengo con el
hipnotismo, la lectura de la mente y fenómenos similares, suelen preguntarme si
tengo un concepto claro de la naturaleza de los principios, cualesquiera que
sean, que los sustentan. A esta pregunta respondo siempre que no los tengo, ni
deseo tenerlos. No soy un investigador con la oreja pegada al ojo de la
cerradura del taller de la Naturaleza, que trata con vulgar curiosidad de
robarle los secretos del oficio. Los intereses de la ciencia tienen tan poca
importancia para mí, como parece que los míos han tenido para la ciencia.
No hay duda de que los fenómenos en cuestión son bastante simples, y de ninguna
manera trascienden nuestros poderes de comprensión si sabemos hallar la clave;
pero por mi parte prefiero no hacerlo, porque soy de naturaleza singularmente
romántica y obtengo más satisfacciones del misterio que del saber. Era corriente
que se dijera de mí, cuando era un niño, que mis grandes ojos azules parecían
haber sido hechos más para ser mirados que para mirar... tal era su ensoñadora
belleza y, en mis frecuentes períodos de abstracción, su indiferencia por lo que
sucedía. En esas circunstancias, el alma que yace tras ellos parecía -me
aventuro a creerlo-, siempre más dedicada a alguna bella concepción que ha
creado a su imagen, que preocupada por las leyes de la naturaleza y la
estructura material de las cosas. Todo esto, por irrelevante y egoísta que
parezca, está relacionado con la explicación de la escasa luz que soy capaz de
arrojar sobre un tema que tanto ha ocupado mi atención y por el que existe una
viva y general curiosidad. Sin duda otra persona, con mis poderes y
oportunidades, ofrecería una explicación mucho mejor de la que presento
simplemente como relato.
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario