sábado, 20 de septiembre de 2014

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Y luego llegó ese día, cuando alrededor, en todas partes, se oyen caer las manzanas, una a una, del árbol. Al principio, sólo una aquí y una allá, y luego son tres, y luego son cuatro, y luego son nueve, y veinte, hasta que al fin las manzanas se precipitan como una lluvia, golpean como cascos de caballo la hierba suave, y cada vez más oscura. Uno es la última manzana del árbol, y espera que el viento lo libre lentamente de los lazos que lo unen al cielo y lo haga caer. Mucho antes de golpear la hierba, uno ha olvidado ya que había un árbol, u otras manzanas, o hierba verde abajo. Uno cae en la oscuridad...
— ¡No!
El coronel Freeleigh abrió rápidamente los ojos, y se sentó muy derecho en la silla de ruedas. Extendió la mano fría en busca del teléfono. ¡Estaba todavía allí! Lo apretó un momento contra el pecho, parpadeando.
— No me gusta ese sueño -le dijo al cuarto vacío.
...

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