Con molestia atendí una llamada Miguel Rodríguez Orejuela a quien le tengo
desconfianza: “Mompa, vos sabés que te he preguntado dos o tres veces por
Fidelio, pero no me has dicho nada, y necesito saber, porque alguien del
Gobierno me ha preguntado que si es verdad...”. A Fidel, le di vida a través de
la prensa, pero entre la gente cercana ya circulaba el runrún de su
fallecimiento.
Como era obvio, seguí ocultando la muerte de Fidel, pero presentí en Miguel
Rodríguez el interés de confirmar un chisme para pasarle la chiva, quizá a su
candidato a la Presidencia. Sin lugar a dudas, Miguel pretendía obtener mérito
con alguien. Trató de feriar la noticia de la muerte de mi hermano, maquinación
dolorosa para mí. La relación con los Rodríguez fue circunstancial y temporal.
En la época de los PEPES, me entrevisté con ellos siete veces. Cumplirles la
cita en ese momento era normal, ellos eran los “jeques” y este tipo de
relaciones en un país como Colombia es obligatorio manejarlas. Durante la lucha
contra Escobar, varias veces me prestaron helicópteros para movilizarme. A pesar
del nexo que existió, yo por naturaleza he sido un ‘antinarcos’. He desconfiado
de los narcotraficantes por el hecho de ser tales. Desprecio el narcotráfico
porque siempre, tarde o temprano, destruye lo que toca. Acaba con ideologías y
principios, acaba con todo.
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