miércoles, 3 de abril de 2019

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EL BASTIÓN DEL ESPINO
Elaine Cunningham

Preludio
27 de Tarsakh, 927 CV
Dos jóvenes hechiceros permanecían de pie en la cima de una montaña contemplando con respeto el devastador resultado de la fuerza combinada de su magia.
Ante ellos se desplegaba una amplia superficie cubierta de hierba y flores silvestres, en el mismo lugar donde en el instante anterior se erguía un alcázar antiguo y asediado. La fortaleza había desaparecido, y con ella las poderosas criaturas que habían tomado refugio en su interior. También se habían esfumado todos los supervivientes..., como sacrificio a la guerra contra los seres diabólicos que habían emergido de las profundidades del cercano Ascalcorno. Esfumados, sin dejar más huella que un remoto recuerdo en la memoria de los dos hombres que habían invocado semejante destrucción.
Ambos eran jóvenes, pero ésa era su única similitud. Renwick Manto de Nieve Caradoon era de baja estatura y complexión ligera, con rasgos delicados y un rostro enjuto y pálido. Iba vestido de blanco de pies a cabeza y la vaporosa capa que llevaba lucía ricos bordados de hilo de seda blanco e iba ribeteada de nívea piel de armiño. Tenía el pelo prematuramente cano y en el centro de la frente se le ondulaba en un remolino. Su porte traducía orgullo y ambición, y contemplaba el resultado del hechizo conjunto con satisfacción.
Su compañero era una cabeza más alto que él y ancho de espaldas y de pecho. Tenía los ojos negros y el semblante tostado por el sol a pesar de lo incipiente del año. Cualquiera que lo contemplase podría confundirlo con un montaraz o un leñador, salvo por la inequívoca áurea de magia que todavía flotaba a su alrededor. Contemplaba con ojos llenos de terror lo que acababan de hacer.

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