lunes, 8 de abril de 2019

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LA OSCURIDAD QUE ACECHA
DE LYNN FLEWELLING

Desde Keston y en dirección suroeste, hacia Eskalia, el delgado navío atravesaba dando tumbos las crestas de espuma. Durante la noche avanzaba sin luces; sus tripulantes, contrabandistas veteranos todos ellos, navegaban con la mirada puesta en las estrellas. Durante el día mantenían una vigilancia constante, aunque había pocas posibilidades de toparse con otro barco. Sólo un capitán plenimarano se atrevería a internarse en alta mar a esas alturas del año, y este invierno no habría ninguno tan al norte. No ahora que una guerra se estaba preparando.
El hielo cubría los aparejos. Los marineros tiraban de las drizas con las manos ensangrentadas, tenían que romper la capa de hielo que cubría los barriles antes de beber y, amontonados cuando no estaban de guardia, cuchicheaban sobre los dos caballeros y la siniestra banda de malhechores que había subido con ellos a bordo.
El segundo día de travesía, el capitán, completamente borracho, salió al puente. "El oro no le sirve de nada a los muertos", aulló sobre el viento; una tormenta se les venía encima e iban a dar la vuelta. Sin dejar de sonreír, el siniestro noble lo acompañó abajo y eso fue lo último que se supo del asunto. Aquella misma noche el capitán cayó por la borda. O al menos así se explicaron las cosas; el hecho es que a la mañana siguiente no pudieron encontrarlo, y su curso no había variado.
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