lunes, 3 de octubre de 2011

La frustración de Auguste Maquet

Andaba mirando la cartelera de cine este fin de semana, por si era capaz de encontrar algo potable que llevarme a las córneas, cuando topé con la última versión de Los tres mosqueteros, el clásico de aventuras escrito por Alejandro Dumas (padre). Como ya sabe todo el que me conoce un poco, los lances de capa y espada son uno de mis entretenimientos favoritos desde que tengo uso de razón. De eso hace ya por lo menos cinco largos años, sí. En esta nueva reinterpretación de la historia, adaptada a los tiempos que corren, se han incluido una serie de novedades que pueden haber cambiado la esencia de todo el asunto y me tiran un poco para atrás. No tengo ningún problema con ver a Milla Jovovich con las enaguas al viento a cámara lenta, o hasta sin enaguas, pero Orlando Bloom luciendo tupé y rímel no es una imagen que me resulte para nada agradable. El caso es que, mientras buscaba críticas para ayudarme a decidir si la veía o lo dejaba para otra ocasión, leí por ahí un argumento que me dio la idea para entrada, porque suele repetirse mucho en estos casos. En una crítica a la película, el típico espectador indignado decía aquello de “Han destrozado la obra de Dumas”. 



Es difícil reunir más errores de bulto en una sola frase. Desde que el mundo es mundo, las historias han sido reescritas, renovadas, reinterpretadas y vueltas a contar una y otra vez, añadiendo, cambiando o deformando elementos previamente existentes. Versiones fílmicas de Los tres mosqueteros, existen más de cien. Y ninguna, repito, ninguna, es plenamente fiel con la novela original. Por mala que sea una película basada en una novela, y por mucho que eso pueda fastidiarnos como espectadores, es imposible que dañe a la obra original, porque estará siempre a salvo, confortablemente instalada en nuestra estantería y lista para volver a ser leída en cualquier momento. El tema da por sí solo para otra entrada (dos ideas por el precio de una), que a lo mejor me animo a escribir algún día. Pero hoy me voy a limitar a dejarlo esbozado. Me interesa más el segundo error.


Alejandro Dumas (padre) no escribió Los tres mosqueteros. O, para ser más exactos, no lo hizo en solitario. Las obras más famosas y mejor cuajadas de Dumas no habrían sido nunca las mismas sin la figura de otro par de manos que escribieron buena parte de ellas. Estoy hablando de las manos de Auguste Maquet. Profesor de historia en sus comienzos, Maquet llegó a ser el colaborador principal de los más de sesenta que Dumas llegó a tener a lo largo de su carrera. En el método de trabajo de la “Factoría Dumas”, la tarea del “asistente” no se limitaba a dotar las aventuras folletinescas de cierto poso histórico. Maquet, o el colaborador de turno, organizaba la estructura general de los argumentos, escribía un primer borrador y, después, Dumas ponía a trabajar su magia sobre lo escrito. Borraba y reescribía a su antojo. Más lo segundo que lo primero, porque por aquellos entonces a los escritores los pagaban por línea escrita y el notable mulato siempre andaba falto de liquidez. No es algo que hoy parezca saber el común de los mortales, pero en su momento el rumor estaba tan extendido que hasta había bromas al respecto, como aquella en la que se cuenta que cuando Dumas padre le preguntó a Alejandro Dumas (hijo) si había leído su última novela, él le respondió “Sí. ¿La has leído tú?”.

 Para Maquet, todo empieza cuando un amigo suyo decide enviarle a Dumas La Noche de Mardi Gras, una obra teatral que el primero había escrito y que Dumas convierte en un éxito, después de rebautizarla como Bathilde. Lo mismo ocurre con la novela Le Bonhomme Buvat, que acabará convertida en la serie por entregas El Caballero de Harmmental. Si en la obra teatral ambos aparecen acreditados, no sucede lo mismo con el folletín. El editor considera que una obra firmada exclusivamente por Dumas se venderá mejor que una firmada por Dumas y Maquet, así que este último permite que su nombre no aparezca en la novela, a cambio de una más que cuantiosa cantidad de dinero. Y, así, Maquet se introduce en el oscuro (nótese el hábil juego de palabras) mundo del “negro literario”, influyendo en la creación de todo el ciclo de los mosqueteros, que comprende las novelas Los tres mosqueteros, El Vizconde de Bragelonne y Veinte Años Después. También trabaja en títulos como El Conde de Monte Cristo y La Reina Margot. Si os parece que esos son precisamente los mejores trabajos de Dumas, compartimos la misma opinión.

Meter amistad y negocio en un mismo saco es peligroso y suele acabar mal. Millones de administradores de páginas web podrían contarnos a todos un par de cosas al respecto. Después de una relación más que fructífera para ambas partes, el ego de Maquet y la desigualdad del reparto de beneficios, que acababa cayendo siempre más del lado de Dumas que del suyo propio, firma la disolución de una sociedad que había durado diez años. Hay que decir a favor de Dumas que, cuando se le interpela sobre la supuesta autoría de sus obras por parte de “negros literarios”, este no tiene el menor reparo de reconocer la verdad y facilita una lista de novelas escritas en colaboración con Maquet y algunos otros. Veinte años después de aquello, el despechado profesor de historia aprovecha esa circunstancia para llevar a juicio a Dumas y reclamarle la pasta que él considera se le debe por su trabajo. El juez falla a favor del demandado, determinado que, si bien el trabajo de escritura y documentación histórica de Maquet ha sido notable, Dumas había hecho los suficientes cambios en las historias para que fueran suyas. Ya por libre, Maquet vuelve a probar fortuna en el teatro y escribe algunas novelas, fracasando miserablemente, al mismo tiempo que la calidad de las obras de Dumas entra en franca decadencia.

Toda esta historia debería hacernos pensar en muchas cosas. En la naturaleza del talento, por ejemplo, o en cómo son de brillantes todos esos escritores brillantes de la actualidad. Me pregunto si Ken Follet habrá escrito él solito Los Pilares de la Tierra y su secuela, o si le habrán echado un par de manos adicionales, como sospecho. Me pregunto también qué habrá de cierto en los rumores que decían, hace unos años, que cierto académico de la lengua había hecho lo mismo que Dumas, con cierta novela en cuyo título aparece un instrumento de percusión, antes de entrar en la RAE. Sobre todo, me pregunto qué habrá sido de ese pobre “negro” que le escribió íntegra la novela a cierta periodista televisiva, reina de las mañanas, echándole más jeta que otra cosa. Y me lo pregunto, no porque me importe un carajo, en realidad, sino porque me ayudaría a comprender aún mejor los entresijos de este mundillo de las letras y valorar las cosas en su justa medida.

Debe haber muchos “Auguste Maquets” por este mundo, refugiados a la sombra de nombres mucho más célebres que los suyos, preguntándose por qué no son capaces de conseguir lo que los escritores para los que trabajan logran con mucho menos esfuerzo. Contentos de ganarse la vida haciendo lo que les gusta, pero, quizá, con esa espina clavada. La de no haber podido triunfar por sus propios medios, a pesar de que todo su esfuerzo haya servido para aupar a otros. A veces, la suma de factores funciona mucho mejor que las unidades por separado. En 1870, Alejandro Dumas muere víctima de un ataque al corazón, sumido en la pobreza. Maquet era rico cuando estiró la pata, dieciocho años más tarde. ¿Cuál de los dos tuvo más éxito? Cada uno tendrá su propia respuesta a esa pregunta. Se dice que, a pesar de los pesares, el primero disfrutó la vida hasta consumirla por completo, mientras que el segundo era avaro, desagradable y un amargado. A mí me intriga saber dónde residía de verdad el talento. Si en uno, en el otro, o en los dos cuando trabajaban juntos. Sospecho que, como casi siempre, la verdad es un poco diferente a cómo nos la han contado.

1 comentario:

  1. el tema de los negros es muy oscuro, haberlos "haylos", mas de los que parece :)

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