miércoles, 7 de agosto de 2013

Inicio de El Aristocrata Solteron, de Arthur Conan Doyle

«Según su brillante razonamiento, Lestrade, el cadáver de cualquier persona ha de ser encontrado cerca de su armario ropero.»
Sherlock Holmes

Hace ya largo tiempo que el matrimonio de lord Saint Simon y su curioso desenlace han cesado de ser tema de interés en aquellos círculos encumbrados en los que se mueve el infortunado novio. Lo han eclipsado escándalos recientes, y los detalles más picantes de éstos últimos han tapado las habladurías sobre ese drama que ya cuenta sus cuatro años. No obstante, ya que tengo razones para creer que nunca se le han revelado al público en general los hechos concretos, y puesto que mi amigo Sherlock Holmes tuvo una participación considerable en aclarar el asunto, pienso que sus «memorias» no se podrían considerar completas sin un breve esbozo de tan notable episodio.

Unas semanas antes de mi propio casamiento, en aquellos días en que todavía compartía con Sherlock Holmes unas habitaciones en Baker Street, éste llegó a casa una tarde. después de dar un paseo y encontró una carta sobre la mesa, esperándole. Yo no había salido en todo el día, pues el tiempo se había vuelto repentinamente lluvioso, con fuertes vientos otoñales, y la bala de los indígenas que yo me había traído alojada en una pierna, como reliquia de mi campaña en Afganistán, palpitaba dolorosamente y con sorda persistencia. Sentado en un sillón y con las piernas reposando en una silla, me había rodeado de una nube de periódicos hasta que, finalmente, saturado de las noticias del día, los arrojé todos a un lado y me quedé inmóvil, contemplando el enorme escudo y las iniciales en el sobre que había sobre la mesa, y preguntándome negligentemente quién podía ser el aristocrático corresponsal de mi amigo.

–Tiene aquí una misiva muy elegante –observé apenas entró. Si mal no recuerdo, las cartas de su correo matinal procedían de un pescadero y de un funcionario de aduanas.

–Si, debo admitir que mi correspondencia posee el encanto de la variedad –contestó, sonriendo–, y cuanto más humilde, más interesante suele ser. Esta tiene el aspecto de una de aquellas indeseables invitaciones sociales que a uno le obligan a aburrirse o bien a mentir.
Rompió el sello de lacre y examinó el contenido.

–Bien, después de todo, esto puede proporcionar algo de interés.

–¿Nada social, pues?

–No, claramente profesional.

–¿Procedente de un cliente encumbrado?

–Uno de los más altos de Inglaterra.

–Le felicito, mi querido amigo.

–Le aseguro, Watson, sin ninguna clase de afectación, que para mí el linaje de mi cliente es una cuestión de menos peso que el interés de su caso. Cabe la posibilidad, sin embargo, de que éste no falte tampocoen esta nueva investigación. Usted lee los periódicos con suma atención, ¿no es así?

–Así me lo parece –contesté, sonriendo y señalando hacia el gran montón de papeles en el rincón–. No tengo nada más qué hacer.

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