miércoles, 31 de julio de 2013

Anton Chejov - La muerte de un funcionario público (y II)


(Viene de ayer)

Cuando el general acabó su recepción y pasó a su gabinete, Tcherviakof adelantóse otra vez y balbuceó: 

-¡Excelencia! Me atrevo a molestarle otra vez; crea usted que me arrepiento infinito... No lo hice adrede; usted mismo lo comprenderá... 

El consejero torció el gesto y con impaciencia añadió: 

-¡Me parece que usted se burla de mí, señor mío! 

Y con estas palabras desapareció detrás de la puerta. 

«Burlarme yo? -pensó Tcherviakof, completamente aturdido-. ¿Dónde está la burla? ¡Con su consejero del Estado; no lo comprende aún! Si lo toma así, no pediré más excusas a este fanfarrón. ¡Que el demonio se lo lleve! Le escribiré una carta, pero yo mismo no iré más! ¡Le juro que no iré a su casa!           

A tales reflexiones se entregaba tornando a su casa. Pero, a pesar de su decisión, no le escribió carta alguna al consejero. Por más que lo pensaba, no lograba redactarla a su satisfacción, y al otro día juzgó que tenía que ir personalmente de nuevo a darle explicaciones. 

-Ayer vine a molestarle a vuecencia -balbuceó mientras el consejero dirigía hacia él una mirada interrogativa-; ayer vine, no en son de burla, como lo quiso vuecencia suponer. Me excusé porque estornudando hube de salpicarle... No fue por burla, créame... Y, además, ¿qué derecho tengo yo a burlarme de vuecencia? Si nos vamos a burlar todos, los unos de los otros, no habrá ningún respeto a las personas de consideración... No habrá... 

-¡Fuera! ¡Vete ya! -gritó el consejero temblando de ira. 

-¿Qué significa eso? -murmuró Tcherviakof inmóvil de terror. 

-¡Fuera! ¡Te digo que te vayas! -repitió el consejero, pataleando de ira. 

Tcherviakof sintió como si en el vientre algo se le estremeciera. Sin ver ni entender, retrocedió hasta la puerta, salió a la calle y volvió lentamente a su casa... Entrando, pasó maquinalmente a su cuarto, acostóse en el sofá, sin quitarse el uniforme, y... murió.

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