De pronto, como el inesperado resplandor de un relámpago emergente desde las
penumbras más absorbentes que humano alguno pudiese imaginar, Umberto comenzó
a tomar consciencia del sitio donde se hallaba en aquel indefinido instante.
Poco a poco, sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la obscuridad que en dicho
momento lo rodeaba, para ir percibiendo algunas difusas y lejanas siluetas a
través de la incierta penumbra.
El silencio lo envolvía todo y ningún sonido,
incluyendo el de su propia voz, era perceptible.
Algunos segundos más tarde, aunque la noción del tiempo aún constituía un
factor ignorado por su rudimentario nivel de consciencia, sus recuerdos
regresaron, uno tras otro, para atormentarlo y recordarle lo insignificante de
su existencia dentro de su propio y particular universo.
Junto a ello, segundo
a segundo, su fuerza de voluntad se debilitaba cada vez con mayor prisa. No
era primera vez que tal situación ocurría y, con gran seguridad, tampoco sería
la última.
De improviso, Umberto sintió la imperiosa necesidad por acercarse hacia una de
las paredes de su obscura e indefinida prisión. Una fuerza extraña y poderosa
lo obligó, sin razón alguna, a permanecer en aquel sitio.
...
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