(Iniciado ayer)
Aquel hombre volvió a sonreír divertido.
-Usted subestima la vanidad de la gente. Considere que estas páginas están rubricadas, de puño y letra, por emperadores, reyes, estadistas, figuras históricas y algunos ilustres desconocidos. La posibilidad de firmar el Libro Negro se le ofrece a muy pocas personas; es como un club muy exclusivo y, por tanto, su ingreso en él es un honor muy codiciado.
-Curioso.
Creo que pasamos horas ojeando el Libro Negro; su propio dueño, que debía conocerlo de memoria, acabó girando su silla para poder leerlo a la par que yo. Había inscripciones de todos los siglos y lugares, en una docena de alfabetos.
-Observará- me comentó- que las anotaciones del final, las de este siglo, son mucho mas abundantes.
-Ha sido un siglo sangriento - admití.
-Tonterías, le aseguro que, en este siglo, no hay nada que no haya sido hecho ya con anterioridad. No, la mayor proporción se debe a la mejora de las comunicaciones -volvió hacia atrás, para mostrarme un poema escrito en un alfabeto oriental-. Esta anotación es del siglo XVII, conseguirla significó un viaje de casi dos años. Con las comunicaciones actuales, eso ha cambiado.
-Y dígame - le pregunté -, en todo este tiempo, ¿el libro ha estado en posesión de su familia?
-No, claro - sonrió ante mi candidez -, dieciocho siglos pesan mucho. El Libro Negro pasa normalmente de padre a hijo, pero en todo este tiempo ha habido muchos cambios, la mayoría de las veces por extinción de líneas familiares... aunque se han dado casos más violentos.
-Bien. - levanté mi maletín y lo dejé sobre la mesa. Aquel hombre volvió a ajustarse las gafas, esta vez con gesto de asombro.
-Ni por todo el oro del mundo – balbuceó -, me desprendería del Libro Negro.
-No pensaba ofrecerle dinero - abrí el maletín y le mostré su contenido -. Orejas de mujer momificadas, todas del lado derecho; un centenar exacto, ni una de más, ni una de menos -puse sobre la mesa la libreta y el sobre -, fotografías, fechas, lugares, datos diversos...
Alzó la mano con gesto pensativo.
-No siga, no siga - sonrió, ajustándose las gafas -. Comprendo. Usted ha venido a firmar.
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