viernes, 30 de septiembre de 2011
Romper barreras
Como algunos sabéis, tengo tendencia a analizar la forma, el fondo, la prosa y todo lo analizable en cuantos textos crea que merecen ese análisis, ya sea de un compañero de Sevilla Escribe, de uno de OZ o del más ilustre y conocido escritor de panorama literario, y en base a gustos, metas, y a lo que a mi parecer resulta importante o necesario, caigo en las comparaciones con mis propios textos, algo que en más de una ocasión resultó desalentador (una manera sencilla y barata para frustrarse, que recomiendo a los que, como yo, sientan una especial tendencia por el perfeccionamiento literario estrechamente ligada al masoquismo).
Con el tiempo, y los comentarios y bromas crueles de un montón de mamones, en especial compañeros de Sevilla Escribe, acaba uno cayendo en la cuenta de que, sin querer, asume uno el rol de escritor torturado, aunque sea de una forma un tanto descafeinada (aún no intenté suicidarme ni tomo ingentes cantidades de droga para aliviar el dolor de un alma herida). Pero sí es verdad que el caer en la cuenta de mis limitaciones, aunque me alienta a mejorar, resulta doloroso.
En otras columnas ya hablé de mi incapacidad para tocar según qué géneros literarios con un resultado que me parezca satisfactorio (aunque en algún aspecto se va poniendo remedio), o de mi incapacidad para escribir más desahogadamente, consiguiendo un pulso literario que haga el proceso lo más natural posible. Algo que mi afán de perfeccionamiento convierte en un parto largo y doloroso.
Hoy vengo a hablaros de otras de mis incapacidades. He advertido que al darle a la tecla soy capaz, con mayor o menor éxito, de retorcer lo retorcido, y montarte una trama conspiranoide en la que nada es lo que parece, llena de mentiras, verdades a medias, dobles intenciones y traiciones, pero que todo lo que escribo se ve lastrado o limitado por mi racionalidad. Con esto no me refiero a que no pueda lanzarme a esos nuevos géneros en los que se escribe de otra forma, rompiendo con las bases de lo establecido estilísticamente, que tampoco puedo. Sino a adentrarme en el fantástico, en el fantástico de verdad, o en el que, al menos para mí merece la pena. Un fantástico alejado de duendes, elfos, dragones y magos que lanzan bolas de fuego. Hablo de romper las barreras de lo establecido, de cambiar el enfoque de algo que resulta cotidiano, y racionalizar lo fantástico. Es algo que le he visto hacer a algún que otro autor, como por ejemplo a Félix J. Palma, en lo poco que le he podido leer, a Vito Márquez, compañero de Sevilla Escribe, en algún cuentito, y recientemente a María José Barrios, una autora de micros sevillana de la que dejé algún comentario en el apartado de literatura de OZ, con algunos de sus micros y un enlace a su página. Y de la que, como ya dije en ese hilo, me voy a tomar la licencia, ya que son textos que están en internet, de citar a modo de ejemplo.
Celos
Estaba tan convencida de que tarde o temprano la iba a engañar que decidió no casarse con él, no acudir a la cita, no comprarse ese vestido, no entrar a trabajar en aquella oficina, no estudiar en la Universidad, no alternar con esos chicos del instituto, no pasar los veranos con sus abuelos, no llegar a nacer siquiera.
Tal vez a algunos con la mente más abierta que yo, o más relacionada con este tipo de fantástico, les pueda resultar tonto o irrelevante, pero ese: "no llegar a nacer siquiera", me ha encantado. Decidir no nacer..., un concepto que creo que no se me hubiera ocurrido, y que se trata de forma natural, como cierre de una lista de decisiones que parecieran tener menos importancia de la que en verdad tienen. En definitiva, romper con las barreras de lo establecido, y adoptar mediante la forma y el tratamiento del texto una idea fantástica y darle vistos de realidad.
Sinceramente creo que en este tipo de juegos y recursos está el camino a seguir para darle a la literatura un aire renovado, y que siga siendo literatura sin desvirtuarse. Algo que igual se hace más de lo que imagino, y simplemente es cosa de autores a lo que aún no le hinqué el diente (que por otro lado no estaría nada mal que la columna sirviera para citar alguno de estos autores, a ser posible más allá de Cortázar y Borges). Pero en cualquier caso me parece un buen camino, mejor al menos, basándome en mi concepción de la literatura, que el de inventar nuevas formas narrativas basadas en lo etéreo, en la sucesión de imágenes sugerentes, o en pasajes autoreflesivos o en los que se dejan huecos gigantescos, en el mejor de los casos, para que el lector, con una fe infinita y una imaginación desbordante, rellene. Formulas entre las que citaré la "Locura Negra Guybrusiana", por ser de las que tengo más leídas, aunque debo reconocer que me resulta de las más cercanas y de las mejor concebidas. Una de las pocas en las que al leer llego a disfrutar, en especial de la prosa, y en las que no siempre queda uno con el pensamiento de: éste está muy drogado, o se cree que soy tonto, o tiene una confianza importante en ese público fácil de impresionar.
En definitiva, que al final escribo, escribo y hablo casi de todo, y apenas de lo que venía a hablar. Aunque por otro lado creo que más que un tema es un concepto, que no requiere de muchas explicaciones. Aunque pueda resultar un tanto tópico, creo que tenemos que romper, yo el primero, con esas barreras que nos impone lo lógico o establecido, y dar tintes de realidad a nuestras fantasías, hacer lógico lo ilógico. Tomar plena conciencia de que el límite es nuestra imaginación, y que la imaginación es algo ilimitado, algo que hay que dejar elevarse y volar, como una cometa... pero sin soltar todo el hilo.
martes, 27 de septiembre de 2011
¡MIS OJOS!

Sé que soy una pesada. Lo sé, me consta, soy muy consciente de ello. Y sé también que tengo una cierta tendencia a exaltarme con algunos temas, y a sacar mi mala lengua a pacer por lo que mucha gente consideraría una tontería. Pero claro, las teorías de la gente sobre lo que es una tontería y lo que no suelen traérmela mucho al fresco, así que yo sigo a lo mío: insistiendo.
Vamos a ver, gente: ¿en serio es tan difícil escribir bien? Me refiero a escribir sin faltas, con la ortografía y la gramática correctas, claro. Sobre lo de escribir “bien” hablando de un nivel puramente literario, es evidente que resulta dificilísimo, viendo lo que se ve por ahí… Pero no tener faltas, ¿de verdad es tan complicado? Hombre, está claro que a todos se nos cuelan dedazos aquí y allá. Más que nada porque los dedos —y la memoria— son unos traidores natos. Y también es cierto que todos tenemos nuestras bestias negras: la mía, ya lo he dicho alguna vez, son los puñeteros tiempos compuestos, que bien podría el castellano haber evolucionado —poco— como el gallego, y prescindir de tamaña aberración que, invariablemente, me hace meter la pata en algún momento del día, por mucho que yo me esfuerce en evitarlo, hombre ya. Otra gente tiene otros problemas. Hay por ahí una personita que no nombraré, pero que sabe muy bien que hablo de ella, a la que —a veces y sólo a veces, no exageremos— los laísmos no le dejan ver el bosque, aunque por lo demás, su ortografía y su gramática son impecables. Las mejores que he tenido el placer de encontrarme en años, la verdad (y por eso es la única persona a la que le pido —y le permito— que me corrija, pero eso es otra historia, y no tengo tantas ideas como para desaprovecharlas alegremente, así que corto aquí el tema…). Y os puedo asegurar que tanto esa persona como yo sabemos muy bien cuáles son nuestros problemas y, si tenemos dudas, preguntamos. Y tratamos de aprender. Es difícil renunciar a todas las —malas— costumbres de una vida, pero se intenta, qué diablos. Por orgullo. Por amor propio. Por la puñetera satisfacción del trabajo bien hecho que, cada vez más, parece importarle a menos gente.
Y, ¿ahora por qué se pone ésta así?, os preguntaréis. Pues porque a veces leo cosas que me hacen enarcar las cejas —sí, las dos. Nunca he conseguido levantar una sola ceja, y es algo por lo que me dan ganas de escupirle a la Madre Naturaleza o a la maldita genética. Adoro ese gesto. ¡Diablos, me merezco poder hacer ese gesto!— y torcer la boca en una sonrisa irónica y cargada de falta de fe en la humanidad. Me refiero concretamente a este artículo, aparecido en la edición digital de El País.
Alucinante.
Pero más alucinante todavía es que la defensora del lector recibiera, como ella misma señala en su artículo del dieciocho de septiembre en el mismo diario, una carta del comité de empresa que «…Cree, en cambio, que el aumento del número de errores se debe a que "las decisiones empresariales que se han tomado en los últimos años han desembocado en una falta de medios para garantizar la calidad del producto (por ejemplo, los correctores prácticamente han desaparecido)" y a que los redactores soportan "cada vez mayor carga de trabajo"». ¿Carga de trabajo? ¿En serio? Venga ya, hombre. Que yo puedo escribir a toda prisa tres cosas a la vez, de pie en un autobús, con una resaca del quince y la tuna tocando Clavelitos a mi espalda, y nunca, jamás de los jamases, os lo juro por el sagrado diccionario de la lengua española —sí, vale, dije “española”. Pero es que yo no tengo la culpa de que lo llamen así—, pondría algo como «…han llevado ha practicar», o «a elegido usted», o (insértese aquí un estremecimiento de pavor) «…hacabó el día en rojo el Ibex 35». Eso no es sobrecarga de trabajo. Eso no es un dedazo. Es una falta de atención como un piano, por no llamarlo —analfabetismo virulento— algo peor. Y juro que jamás en mi vida —como sí parece haberle sucedido a algún redactor del citado periódico— he confundido “astrológico” con “astronómico”, o dicho que alguien estaba “detrás suya” o…
Que sí, que vivimos en un mundo enloquecido y las prisas por dar la noticia pueden hacer que se meta la pata hasta la glotis y más allá, pero ¿tanto? ¿En serio? Venga ya… Releer un texto lleva unos pocos minutos, y puede acabar con un montón de errores. Una puñetera revisión, un condenado puñado de minutos, y los lectores no tendrían que verse en la disyuntiva de arrancarse los ojos, o cerrar la página, o bajar todos los santos del (idiota) redactor.
Y conste que estoy intentando dejar mi natural cinismo aparcado, y presuponiendo que esas barbaridades se deben a la falta de revisión, y no a la absoluta falta de alfabetización por parte de gente que —se supone— ha pasado por la universidad. Claro que, por otra parte, sé muy bien que el paso por la universidad no le garantiza a nadie que vaya a dejar de ser un idiota con muy poco amor propio, y todavía menos vergüenza, así que casi dejo aquí esta entrada, antes de que la Liga por los Derechos de los Periodistas Analfabetos me denuncie por injurias, o calumnias, o por haberles robado el bollycao de la merienda…
lunes, 26 de septiembre de 2011
Qué vida más perra
Hablando de literatura, del oficio del escritor y de cómo cada cual enfoca su ‘profesión’ (si es que se le puede llamar así), hay una cuestión que, al menos a mi juicio, tiene mucho más de fábula que de otra cosa. Y, sin embargo, hay escritores-wannabe (o, lo que es lo mismo, personas humanas que quieren ser escritoras) que se lo toman como un Catecismo del Literato, o como el mismísimo Libro Sagrado de Om para Escritores, o como las palabras cinceladas en las Tablas de la Ley por el dedo del Dios de la Literatura. Me refiero a esa leyenda urbana, ese mito, esa hipótesis, esa Gran Verdad Que Todo el Mundo Conoce según la cual el escritor es un ser solitario, amargado, que vive encerrado en su mundo y al que sólo se le aparecen las Musas cuando su vida da más bien bastante asquito. Useasé, el Mito del Escritor Maldito, cuya vida es una mierda (sin perdón) y por ello es capaz de crear nuevas vidas usando un método alternativo (que, por supuesto, no incluye sexo; si no, la vida del escritor no sería tan mala…) consistente en juntar palabras encima de un folio en blanco (o en un documento de word).
De hecho, la idea mental que muchos tienen del escritor-tipo (una idea casi romántica, si lo pensamos bien) es la del tipo solitario, arisco, hosco, quizá alcohólico o drogadicto, incluso un poco sociópata, cuyo trato con la Humanidad se reduce a las bajadas de emergencia al supermercado, que convive con un montón de libracos cubiertos de polvo y millones de papelotes desperdigados por una casa mucho menos que limpia, que vive penando por aquel amor no correspondido/trágico que es el que le mueve a escribir, escribir y escribir. Aquél que, viendo la realidad que lo rodea, prefiere meterse en su propia mente antes que enfrentarse a ella. Y esa idea llega a tal punto que algunos, queriendo dedicarse a este oficio que es el de escribir, se dedican a maltratarse cuerpo y alma, a castigar el hígado con alcohol, las neuronas con todo tipo de estupefacientes y el espíritu con amores imposibles (llegando al extremo de convertirlos en imposibles si veían la posibilidad de que la historia saliera bien) simplemente para ser ese escritor maldito, ese personaje maltratado y olvidado que, renunciando a la sociedad por culpa de un doló muy grande, se encierra para parir obras de arte literarias en la soledad de su retiro y después maravillar al mundo con su prosa. Aún no han llegado a dejarse morir para convertirse en “el escritor reconocido tras su trágico fallecimiento”, pero no descarto verlo en cualquier momento.
Me van vuecencias a perdonar, pero me parece una soberana gilipollez. También sin perdón. Más que una cuestión de necesidad, me parece una cuestión de ‘pose’. Oh, soy infeliz, estoy aislado, mi Dulcinea no me ama. Voy a ser el mejor escritor del mundo. Venga ya, señores: qué tendrá que ver la cría de berberechos con el anacoluto salvaje. Y no sólo es que la ‘pose’ no haga al escritor, igual que el hábito blablabla monje: es que es, o al menos así lo creo según mi experiencia, totalmente contraproducente.
El escritor maldito. El escritor dolorido, dañado, castigado, incomunicado, que pena en soledad y vuelca su corazón sangrante en las páginas de sus escritos. Ven-ga-ya-co-le-ga. Hablando con unos cuantos (bastantes) protoescritores, me he dado cuenta de que no soy la única a la que le pasa exactamente lo contrario. Es decir, que sólo somos capaces de escribir cuando estamos BIEN. Cuando estamos en paz, tranquilos, sin preocupaciones, sin problemas, sin disgustos. Cuando no tenemos en la cabeza veinte mil millones de dilemas, historietas, obligaciones, responsabilidades y dificultades. Cuando no nos pasamos las horas muertas pensando en el dolor de nuestro corazón (sangrante). De hecho, en este último año no sólo yo, sino también varios de esos amigos que también le dan a la pluma/tecla hemos tenido una ‘mala racha’, por llamarlo así, en la que nuestras vueltas, revueltas, comeduras de tarro y demás complicaciones mentales nos han impedido escribir una sola letra. Y, si la escribíamos, estaba mal puesta. ¿Bloqueo? Sí, pero causado precisamente por ese dolor de alma al que algunos intentan acceder porque creen que así van a ser los mejores escritores del mundo universo y parte del extranjero.
Yo sé que cada maestrillo tiene su librillo, que a cada cual le funciona un sistema y que para cada uno hay un método. Sin embargo, aunque sólo sea por estadística (quince bloqueados por problemas, dos asegurando que ése es el método que les funciona) y teniendo en cuenta que esos ‘disidentes’ tampoco están escribiendo nada de nada por muy honda que sea su ‘maldición’… me parece que la conclusión está clara. Dejémonos de poses y de mitos, de leyendas y de hipótesis: cuando mejor se escribe, cuando mejor se hace todo, es cuando uno está bien. Punto.
domingo, 25 de septiembre de 2011
Autoría de esta frase
Nunca conserva firmes amistades quien sólo atento va a sus pretensiones.
Y ya puestos a ver si sabeis su procedencia.
viernes, 23 de septiembre de 2011
Clásicos de Aventuras




En aquella época mi hermana y yo jugábamos mucho con muñecas, como es lógico en dos niñas. Pero nuestros juegos eran auténticas recreaciones de las novelas que leíamos, y los libros eran continuamente consultados ante la más mínima falta de rigor en un detalle u otro. Así no es de extrañar que, cuando con motivo de mi Primera Comunión me regalaron dos muñecas idénticas salvo en el color del pelo, recibieran inmediatamente el nombre de Cora, la morena, y Alicia, la rubia.




PD: El poema está enlazado en el nombre, por si alguien no lo conoce y quiere leerlo.
jueves, 22 de septiembre de 2011
Bookcrossing

Nuestro Blog hermano del Club de Lectura Brigantium, que casi todos conoceis ha iniciado una nueva aventura que llama Libros viaxeiros.
Cada semana irán facilitando libros para recoger. Esto nos lleva a interrogar en este otro blog sobre dos cosas:
- ¿Alguien tiene experiencia en el bookcrossing?
- ¿Que os parece la elección del primer libro? (que es el de la imagen; El color de la Magia de Terry Pratchett).
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Otro blog recomendable
martes, 20 de septiembre de 2011
¿Escribes, o trabajas?
lunes, 19 de septiembre de 2011
El antes y el después de internet en la vida de un juntaletras
domingo, 18 de septiembre de 2011
Autoría de esta frase
Los amigos falsos son como las sombras: sólo nos siguen cuando brilla el sol.
Y ya puestos a ver si sabeis su procedencia.
sábado, 17 de septiembre de 2011
El inicio de un clásico
Llegamos a la tercera entrega de este medio juego de adivinar los inicios.
Parece que hasta ahora solo una persona ha acertado alguno de los propuestos, aunque haya ido a confirmarlo en el google.
El de esta semana es aun más clásico, pero seguramente la mayoría no lo habrá leído.
Lo pongo en homenaje a Ninotchka tras su entrada de ayer (después de rebuscar no encontré el teléfono del Turuting Center que suelo tener a mano para casos similares y asuntos propios).
Una mañana de las de enero, señor Don Lorenzo, que el frío y la pereza me embargaron el cuerpo en mi cama más de lo acostumbrado, consultando un pensamiento amoroso con la almohada (gran maestra de fábricas de viento), me hallé tan lejos de mi como cerca de un desengaño, que se me representó en la idea de la locura de amor. Parecióme oír aquel verso que Virgilio tomó de Teócrito:
Ah, Coridon, Coridon, qua te
dementia caepit
Y sin ver por dónde fui llevado, me hallé en un prado más deleitoso y ameno que lo suelen mentir poetas de primera tonsura, que cursando los primeros años en las flores de los jardines, pasan luego a las Indias por tesoros, con que, según piensan, enriquecen sus pobres papeles. Allí vi dos claros arroyos, uno de amargas, otro de dulces aguas, juntarse con tan sonoro murmullo, que lisonjeaban los oídos de los por la ribera pasaban; y vi que con esta agua templaba amor el oro de sus flechas, según colegí de los oficiales, ministros suyos, que en esto se ocupaban. Por estas señas pensé que estaba en los celebrados jardines de Chipre, y ya quería buscar aquella memorable colmena de donde salió la abeja que se atrevió a picar al señor Cupido, y dio ocasión a Anacreonte a hacer aquella dulcísima oda. Y no pensaba mal, pues las mismas señas da el Poliziano en su Historia:
Sentesi un grato mormorie dell’ende
Che fen duo freachi e lucidi ruscelli
Versando dolce con amar’liquere
Ove arma de l’oro de’suoi streli Amore.
¿Alguno se atreve?
viernes, 16 de septiembre de 2011
Estoy enamorada de un tío que no existe

O sea, no existe.
Ahora es cuando todos ponéis los ojos en blanco. Así, muy bien. Mirando pal cerebro, que dicen en mi pueblo. Mientras volvéis a direccionar las pupilas hacia el exterior de vuestros cráneos, visualizadme con la barbilla bien alta, los labios apretados y los ojos entrecerrados en el mejor de las poses “sí, qué pasa”, ¿de acuerdo?
Una vez pasado el primer impacto (podéis seguir pensando “esta tía está más loca que que que una cosa muy loca”, o incluso “tiene carencias afectivas”, y hasta podéis llegar al consabido “ésta lo que necesita es un buen…” y lo que sigue (válgame, autocensurándome a estas alturas, a lo que hemos llegado). No me importa, lo tengo superado =) Sí, me enamoro de tipos de papel. ¿Qué pacha? No sólo de Jon Nieve (aunque reconozco que me tiene chifladita): hay otros muchos personajes que me aceleran el pulso. Hace algunas semanas un colega psicólogo me vio hecha polvo, con los ojos hinchados y una carita de viuda reciente que daba lastimica verla (nunca he sido gran cosa, pero aquel día debía estar horrible a juzgar por la cara de susto que puso al verme) y, cuando logró sacarme qué me pasaba, sus palabras fueron: “¿Y por qué tienes que avergonzarte de llorar por lo que le pase a un personaje de ficción? Lo jodido sería que no sintieras nada.” Así que cabeza alta, hombros atrás, y sigo explicando lo que os quería explicar con esta confesión de programa de radio de madrugada.
Lo que a priori puede parecer una lacra, oh, dioses, me enamoro de personajes de ficción, Virginia, joder, cómprate una vida y todas esas cosas, en realidad me sirve, y me sirve bien. Y no sólo es porque mi imaginación sea bastante explícita, que también (no os pongáis mojigatos: en Poniente los chavales de 17 años NO son menores de edad, y además no se puede cometer un delito mentalmente, qué leches), ni tampoco porque total, como una es soltera de pensamiento, obra, palabra y omisión, pues qué mejor que buscarse un churri imaginario en vez de tener sueños curiosones con el vecino del quinto, que está casado y su mujer tiene una mala uva que como me vea lanzándole miradas tiernas al susodicho me mete una leche que me deja la nuca a la altura del esternón.

Y, sin embargo, tampoco es por eso por lo que esta capacidad de enamorarme de tíos inexistentes me resulta útil. Como ya sabéis la mayoría (y los que no, pues por eso lo digo), soy escritora. Llevo siéndolo desde que era niña, pero sólo hace seis o siete años que me he puesto ‘en serio’, y hace menos de dos que me considero profesional. Y cuando comencé a escribir ‘de verdad’, dejándome de escenitas tontas para pasar el rato, relatitos improvisados en foros e historias basadas en las historias de otros autores, descubrí una cosa fascinante: eso mismo que me ocurría al leer los libros de otros me sucedía al escribir los míos. Cuando yo leía una historia y me enamoraba de un personaje, tenía que seguir leyendo, igual que, si me hubiera enamorado del chaval del quiosco de la esquina, habría hecho todo lo posible por pasar al menos dos veces al día a verlo, aunque me dejase el sueldo en revistas que luego no iba a leer. Y, al escribir mis propias historias, sentía esa misma obsesión, esa misma necesidad casi física por ver al ‘chico de mis sueños’ de esa semana. ¿Por qué? Pues porque me enamoraba locamente de mis personajes.
Fue entonces cuando decidí dejar de esconder esa lacra rara mía y dejarme llevar. ¿Me volvía loca por los personajes que se inventaba otro tío? Sí, y por los que me inventaba yo también. Y cuando me enamoraba de ellos, tenía que escribir sobre ellos. Y lo que escribía funcionaba, porque estaba escribiendo con pasión, que es una de las cosas fundamentales a la hora de enfrentarse a un trabajo medianamente creativo/artístico. Y las letras fluían debajo de mis manos, y la novela salía sola, y la historia tenía alma, tenía ese ‘algo’ que no se puede explicar con palabras y que no se puede aprender haciendo cursos ni masters ni machacándose a trabajar para hallarlo. Y he descubierto que, cuando no siento nada, cuando un personaje no me despierta ninguna sensación, ningún sentimiento, no me provoca ninguna reacción, entonces no puedo escribir sobre él. Y entonces vienen los bloqueos, la desesperación, la depresión, el llanto y el crujir de dientes. Cuando todo es tan sencillo como enamorarse.
Así que ya sabéis por qué no me importa reconocerlo, e incluso decir con orgullo “Sí, estoy enamorada de Jon Nieve”. Perdida e irremediablemente. ¿Algún problema…?

jueves, 15 de septiembre de 2011
Ante la Ley
—Es posible —dice el guardián—, pero ahora, no.
Las puertas de la Ley están abiertas, como siempre, y el guardián se ha hecho a un lado, de
modo que el hombre se inclina para atisbar el interior. Cuando el guardián lo advierte, ríe y dice:
—Si tanto te atrae, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda esto: yo soy poderoso. Y yo soy sólo el último de los guardianes. De sala en sala irás encontrando guardianes cada vez más poderosos. Ni siquiera yo puedo soportar la sola vista del tercero.
El campesino no había previsto semejantes dificultades. Después de todo, la Ley debería ser accesible a todos y en todo momento, piensa. Pero cuando mira con más detenimiento al guardián, con su largo abrigo de pieles, su gran nariz puntiaguda, la larga y negra barba de tártaro, se decide a esperar hasta que él le conceda el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo y le permite sentarse al lado de la puerta. Allí permanece el hombre días y años. Muchas veces intenta entrar e importuna al guardián con sus ruegos. El guardián le formula, con frecuencia, pequeños interrogatorios. Le pregunta acerca de su terruño y de muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final le repite siempre que aún no lo puede dejar entrar. El hombre, que estaba bien provisto para el viaje, invierte todo —hasta lo más valioso— en sobornar al guardián. Este acepta todo, pero siempre repite lo mismo:
—Lo acepto para que no creas que has omitido algún esfuerzo.
Durante todos esos años, el hombre observa ininterrumpidamente al guardián. Olvida a todos los demás guardianes y aquél le parece ser el único obstáculo que se opone a su acceso a la Ley. Durante los primeros años maldice su suerte en voz alta, sin reparar en nada; cuando envejece, ya sólo murmura como para sí. Se vuelve pueril, y como en esos años que ha consagrado al estudio del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de pieles, también suplica a las pulgas que lo ayuden a persuadir al guardián. Finalmente su vista se debilita y ya no sabe si en la realidad está oscureciendo a su alrededor o si lo engañan los ojos. Pero en aquellas penumbras descubre un resplandor inextinguible que emerge de las puertas de la Ley. Ya no le resta mucha vida. Antes de morir resume todas las experiencias de aquellos años en una pregunta, que nunca había formulado al guardián. Le hace una seña para que se aproxime, pues su cuerpo rígido ya no le permite incorporarse.
El guardián se ve obligado a inclinarse mucho, porque las diferencias de estatura se han acentuado señaladamente con el tiempo, en desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora? –pregunta el guardián—. Eres insaciable.
—Todos buscan la Ley –dice el hombre—. ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?
El guardián comprende que el hombre está a punto de expirar y le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras.
—Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré.
¿Conocíais ya este texto?
martes, 13 de septiembre de 2011
VIVE LE DIFFÉRENCE
Pensaba yo ayer —sí, a veces se me da por esas extravagancias, qué le vamos a hacer— lo diferentes que somos unos humanos de otros. En todo, gracias a los dioses por ello, pero también en esto de juntar letras aunque sólo sea para escribir un puñado de artículos.
En este blog participamos unos cuantos, tampoco muchos, y aun así, cada uno es de su padre y de su madre. Desde el histérico que lo quiere tener todo controlado, saber cuándo le toca, de qué va a tener que hablar, y en qué tono va a tener que hacerlo, hasta el absoluto pasota que dice: “Bah, ya lo pensaré”.
Y es que hay gente para todo: hay gente que escribe y planifica hasta la última coma. Gente que revisa cada palabra hasta que encaja. Gente que necesita tiempo y tiempo…Y hay gente que en diez minutos te saca quinientas palabras que da gloria verlas. Hay gente que madura las ideas, que las saborea, que ata cada posible hilo en una trama… Y hay gente que empieza y sigue adelante, que ya se sabrá.
Del mismo modo que hay gente que sale a la calle sin rumbo fijo, y gente que tiene trazada hasta la ruta más eficiente para llegar a cada punto, con un organigrama con post-it y notas marginales con los tiempos necesarios para cada tarea a realizar.
Y, en este asunto de escribir en el blog, he podido ver como hay gente que más o menos aporta unas ideas, se deja llevar y se lo toma con relativa calma, y gente con menos seguridad que necesita tiempo y orden y estructura y lógica y…
Eso no es malo. En absoluto, no me malinterpretéis. Cada uno es como es, y cuando hay muchos gallos paseándose por un corral, lo lógico es aunar posiciones para que esto no acabe con las gallinas patas arriba con expresión extática y confusa… O desplumadas, que es peor. Así que toca sentarse e intentar programar cosas, algo difícil para los que no gustan de hacerlo. Y también toca improvisar un poco, porque así tienes contentos a los que prefieren tomarse la vida con más calma.
Lo que me lleva a una de mis premisas fundamentales: en la vida, como en la escritura, como en muchas cosas, las reglas no están hechas para todos. Así que de nada vale dar mil consejos, establecer mil normas, que cada uno va a hacer con ellas lo que le salga del conco.
Es por eso que no estoy escribiendo un artículo sobre consejos para escribir bien. O sobre cómo organizarse el trabajo para ser eficiente. Porque no creo que sirvan para nada y que los “consejos para escritores” sólo valen para el que los escribe.
Bueno, por eso, y porque es la una de la madrugada, en unas horas tengo que tener colgada la entrada porque se decidió que me tocaba a mí, y porque, dado que soy una procrastinadora crónica, no tenía ni idea de qué escribir. Pero con esto, en diez minutos y con ninguna idea, he sacado quinientas palabras, aunque quizá no dé gloria verlas.
Sí, yo soy de las pasotas, ¿qué pasa?
lunes, 12 de septiembre de 2011
UNA AGUJA EN UN PAJAR
Lectores, el escaso sitio en nuestras estanterías, siempre en peligro de extinción, quizás algo atenuado por la salida del e-book, afronta hoy un nuevo problema.
Quiero aclarar antes que nada, por innecesario que pudiera parecer, que estoy generalizando, y que obviamente, como se suele decir: no son todos los que están, pero están todos los que son.
El que me conozca sabrá que llevo años moviéndome por foros, y aunque no me considere un lector de género ni un protoescritor de género, son este tipo de foros los que suelo frecuentar. En parte por afinidad con los pobladores, en parte porque no conozco muchos foros que no sean del palo que merezcan la pena.
Por otro lado advertir que hablaré de mi experiencia personal de cada día. Estoy lejos de embarcarme en estudios de mercado y demás.
Supongo que a estas alturas os preguntaréis: ¿Pero me va a terminar hablando de algo? Sí, sí, a eso vamos.
No sé si es impresión mía, pero creo que en la literatura de género se da una curiosa peculiaridad: hay tantos lectores como escritores. Todo el que está en el mundillo parece darle a la tecla con mayor o menor fortuna. Algo que creo que se lleva dando desde hace bastante tiempo, pero que de un tiempo a esta parte se ha visto abocado a ciertos cambios.
Antes esta nueva hornada de autores no solían pasar en su mayoría de colgar algún relato en un foro o colar algún texto en alguna antología que solía ser propuesta por los mismos foros. Y de entre ellos siempre había alguno que despuntaba, y era ése el que, con mayor o menor fortuna, terminaba dedicándose a escribir a tiempo parcial y sacando una novela de vez en cuando. Y ése era uno de los elegidos, uno de los que había conseguido traspasar la difícil barrera y publicar. Pero eso era antes...
Es un hecho que a día de hoy, por mucha crisis que tengamos, más allá de la pasión por la literatura o el tratar la edición como un negocio que se conoce y del que se intenta vivir, se cuenta con la ventaja de la impresión digital y un montón de historias que abaratan los costes de publicación y permiten las tiradas mínimas. Y si a esto le sumamos el hecho de que el estado da ayudas por montar editoriales sin otro requisito que el de publicar X libros al año, nos encontramos con un crecimiento desmesurado de pequeñas editoriales. Entre éstas, indudablemente, están las que lo dan todo, las que publican asiduamente y tiene un criterio de calidad aceptable; pero no siempre es el caso.
Esto hace que un porcentaje X de gente no cualificada, o que no busca más que una subvención, se ponga a editar. El problema comienza cuando un aluvión de esta nueva hornada de escritores se pone en contacto con el aluvión de editoriales nuevas y empiezan a salir libros al mercado.
De un tiempo a esta parte, por ridículo que parezca, empieza uno a sentirse raro en unos foros en los que todo el mundo, menos yo, parece tener novela jejejeje.
Recapitulando, nos vemos ante el hecho de que un montón de escritores y editoriales, mejores o peores, confluyen y empiezan a salir libros a porrillo. Obviamente sale de todo, y los foros empiezan a llenarse de noticias de conocidos o amigos diciendo: Tío, tal tal ediciones (una editorial que en el 90% de los casos no sabías ni que existía) me va a sacar una novela. En ocasiones piensas: pues leí varios relatos de este tío y me parece lógico que le publiquen, ya estaban tardando. Pero esto no suele ser lo común.
Luego sigues el hilo y te enteras de lo que va el libro, en el 90 % de los casos alguien tuvo la feliz idea de reescribir Harry Potter, El Señor de los Anillos, Juego de Tronos, Crepúsculo u otra novela de zombis, a veces tan vergonzosamente parecida al original que hay que llamarlo homenaje. Y la diferencia apenas radica en que en lugar de elfos se llaman yuris, y son verdes, o que en lugar de un estúpido niño con gafas, es una niña marginada que descubre que en realidad es un hada. Lo bueno, que al menos en estos casos ya estás a la defensiva y tu bolsillo no se resiente, o no debe resentirse. Porque es cuando llegamos al momento del acoso y derribo.
Llegando a este punto, veintemilmillones de amiguitos de Facebook, que en la mayoría de los casos ni conoces o no te hablan desde hace un siglo, empiezan a mandarte invitaciones a eventos o incluso te llaman por teléfono para "compartir su alegría contigo" e invitarte a la presentación de su novela, de lo cual en muchos casos te alegras, pero en otros no tanto, e incluso en el segundo caso, si te coge en tu ciudad y el tipo es tu amigo o amigo de un amigo pues vas, porque en el fondo es un buen momento para reencontrarse con mucha gente y a uno le van estos saraos.
Una vez allí te encuentras el libro a la mano y le echas un ojo por encima, y en un porcentaje muy alto te sobra media cuartilla para darte cuenta que estás ante un aborto de novela, llena de repeticiones, mal puntuada, con faltas y un largo etc. Y te echas a temblar. Ya no por lo que cueste, sino por el problema de las estanterías y la sensación de estafa. Te podías gastar el mismo dinero tomándote unas cañas con los colegas pero luego, ¿qué haces con el libro? Yo no sé vosotros, pero soy incapaz de tirar un libro por malo que sea, y uno no tiene tantos conocidos lectores a los que aprecie tan poco como para hacerle regalos de ese tipo. Aparte uno se siente mal, como en el cuento de Stevenson del diablo en la botella, pasando la maldición a otros. Por lo que, si al final te ves en el compromiso de comprarlo, pasa a criar polvo en tus estanterías hasta que puedes darle largas o acabes por donarlo a una biblioteca.
Una de las cosas que más me sorprende, más allá de que el autor no parezca tener consciencia de su aborto, es que éste te llegue pavoneándose, en ese día en el que es el niño del bautizo (estoy firmemente convencido de que la tontería del autor es inversamente proporcional a la calidad de lo que escribe), y te diga algo del tipo: la escribí en dos meses. Y es cuando tú te muerdes la lengua para no decirle: se nota.
En lo que va de año he recibido varias invitaciones, y conseguí librarme de alguna que otra muy chunga. También me salva el ser muy sincero, y el decirle a más de uno: mira, no lo compro porque no sabría qué hacer con tu libro, o no tiene mucho sentido que me compre un libro que no voy a leer. Sé que puede resultar cruel o molestar, y lo duro que es o debería de ser para un autor escribir un libro (siempre y cuando no sea una parida escrita a vuelapluma) yo mismo lo intento hace años y a día de hoy no fui capaz, pero no concibo el comprarme un libro por amiguismo.
No obstante, ya fui a varias presentaciones este año, y compré algún que otro libro más o menos legible y alguno que otro interesante, pero hubo uno en especial que estaba lejos de ser de una editorial pequeña con el que me la metieron doblada. Por respeto al autor no daré nombres, pero tras leer el primer capítulo con mucho trabajo uno queda con la sensación de haber sido estafado, y se pregunta cómo alguien se dignó a publicar semejante truño.
No sé vosotros, pero yo he llegado a un punto en el que más allá de mirar por mis pobres estanterías, apenas me fío del criterio de unos cuantos, y según el caso. Ya que si el autor en cuestión es amigo del preguntado, en el peor de los casos te suele decir, de haberlo leído: está bien o entretenido. Algo que también me pasó. Y luego cuando te vuelves a encontrar con el recomendador, y te acuerdas junto con el libro, de algún familiar cercano, y aludes a su condición de macho de la cabra te suele confesar: bueno, sí, es malillo.
Pero como ya dije al principio estoy generalizando. No dudo de la existencia de autores, conocidos o no, o editoriales, pequeñas o no, que sepan muy bien lo que se hacen. Aunque lo cierto y verdad, al menos a mi parecer, es que encontrarlos cada vez se parece más a buscar una aguja en un pajar.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Autoría de esta frase
Y ya puestos a ver si sabeis su procedencia.
sábado, 10 de septiembre de 2011
El inicio de un clásico
Lo que tengo claro es que acabaré usándolo en el futuro, quizás hasta en un libro. Total si yo no me acuerdo y me ha parecido bueno, malo será que otros se den cuenta de que plagio. Y si por eso no me publican un libro, pues siempre tendré la oportunidad de dedicarme a esa profesión tan adecuada para los que copian de otros. Creo que escribiendo columnas en semanarios o periódicos no pagan mal.
Las condiciones mentales que suelen considerarse como analíticas son, en sí mismas, poco susceptibles de análisis. Las consideramos tan sólo por sus efectos. De ellas sabemos, entre otras cosas, que son siempre, para el que las posee, cuando se poseen en grado extraordinario, una fuente de vivísimos goces. Del mismo modo que el hombre fuerte disfruta con su habilidad física, deleitándose en ciertos ejercicios que ponen sus músculos en acción, el analista goza con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar.
No me digais que algunos de los que frecuentan estos blogs no se sienten identificados. ¿Alguno sabe sin recurrer al buscador que libro empieza con este fragmento?
viernes, 9 de septiembre de 2011
Soy lectora
Como es el inicio de mi andadura en esta bitácora, quiero contaros como fue mi inicio en un mundo tan apasionante como es el de los libros. (No temáis, no es mi intención convertir esta sección en las batallitas de la yaya. Con una ya es suficiente.)
Yo tenía siete años y una hermana de doce. Leía con bastante corrección desde hacía cuatro años, pero hasta entonces me había limitado a cuentos, tebeos y libros infantiles, como era lo normal. Ese invierno habían emitido en TVE la serie de producción propia Los tres mosqueteros. Mis padres, apasionados devoradores de películas y novelas de aventuras de todo pelaje y condición, desoyeron las voces que la tachaban de no apta para niños, y nos dejaron, una noche por semana, quedarnos pegadas a aquella caja cuadrada en blanco y negro. Recuerdo que cada episodio venía comparado con la película de Gene Kelly, de quien mi madre era ferviente admiradora y con la novela, una de las favoritas de mi padre. Aquellos comentarios, silenciados en cuanto acababan los anuncios, acompañados del hecho de ser la única de la clase que la veía, magnificaban la sensación de estar disfrutando de un privilegio inigualable.
Un día del verano siguiente, que pasábamos en el pueblo como todos los años, mi hermana y yo, aburridas, empezamos a caminar sin rumbo por la única calle que lo formaba. Le pedí que me contara una historia, como era habitual, pero en este caso quería una novela de las que ella leía, no un cuento para niños, una como la de la tele que tanto me había impactado. Y ella empezó a contarme la última que había leído, una de piratas: El capitán Blood, de Rafael Sabatini.
Conforme iba desgranando su historia, llevadas de forma mecánica por nuestros pies, salimos del pueblo al rebasar la última casa, y seguimos caminando por la carretera, recién asfaltada por primera vez. Tuvimos suerte de que a seis kilómetros del pueblo nos encontrara el único coche que pasó por allí en varios días. Tan embebidas íbamos en nuestras aventuras, que las horas se habían convertido en minutos, y los kilómetros en metros.
Fue un auténtico flechazo. En cuanto volvimos del veraneo, le pedí que me dejara el libro. Yo quería leer esa novela. Sentía que un mundo nuevo de aventuras, como las que veía en las películas que ponían en la tele los sábados por la tarde y que me fascinaban por completo, estaba esperándome. Los cuentos infantiles no satisfacían esa curiosidad que había despertado en mí la serie de televisión y que mi hermana, al hablarme de sus lecturas, había avivado. Me costó varios meses, hasta navidades, lo recuerdo bien. Pero fueron intensos, vividos con deleite cada segundo que pasaba con la nariz pegada a las páginas y la espalda doblada sobre la mesa.

Todas ellas fascinantes, pero para mí, la primera fue y será siempre El capitán Blood.
Esta novela, publicada en 1922, narra las aventuras de Peter Blood, médico inglés que, falsamente acusado de traición, es vendido como esclavo en las islas Barbados. Comprado por el brutal propietario de una plantación, consigue huir de ella a bordo de un barco español que, junto a compañeros de esclavitud, captura durante una incursión a la isla. Considerados proscritos tanto en el Caribe como en Inglaterra, solo tienen como salida la piratería, y a ella se dedican casi en contra de su voluntad.
Maravillosamente ambientada y documentada, es, a mi entender, la mejor de piratas que se ha escrito jamás. Con un estilo culto y elaborado, a veces poético, y a la vez directo y ágil, nos traslada sin casi darnos cuenta al caribe del siglo XVII. Con increíble soltura nos presenta unos personajes vívidos y creíbles, naturales, sencillos y muy reales. En especial el protagonista, que destaca con fuerza inusitada tanto por su personalidad como por su evolución. Las batallas navales están narradas con una elegancia, y una maestría visual que nos hace ser capaces de recrearlas en nuestra imaginación como si las estuviéramos viviendo. Incide, pese a ser una novela de aventuras o quizá por ello mismo, en la forma en que el protagonista asume su situación, y la forma en que intenta mantenerse lo más limpio posible en un mundo sucio y degradado como es el de la piratería. Hay citas impactantes y frases magistrales que nos van sorprendiendo en cada rincón de sus páginas. Y el humor, ácido y mordaz, del protagonista, da lugar a diálogos inteligentes, verdaderos duelos verbales que domina con maestría.
Esta novela, de lectura agradable e innegable calidad literaria, es perfecta para leer en cualquier momento y lugar en el que se quiera disfrutar de un libro que nos traslade a un mundo de emociones y aventuras.
jueves, 8 de septiembre de 2011
La decadencia del ingenio
El autor pone una entrada sencilla para describirse:
Ocho palabras y dos números
Jaime Rubio Hancock. Barcelona, 16 de julio de 1977. Periodista.
Un blog para leer con calma y disfrutar de la ironía de su autor en buena parte de las entradas.
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