lunes, 26 de septiembre de 2011

Qué vida más perra

Andaba yo estrujándome las meninges a ver qué me salía, hoyga, y de repente se me ha aparecido la Musa de los Blogs en forma de protoescritor sevillano para mostrarme El Camino De Baldosas Amarillas. O, lo que viene a ser lo mismo, para empezar dándome conversación (al principio banal, poco a poco menos casual y más encauzada hacia el tema literario) y acabar dándome una idea para escribir esta entrada (que ya se me estaba resistiendo: desventajas de ser una procrastinadora irredenta, que todo acaba siendo de aquella manera). Es decir, que hoy lo que me ha salido de las meninges es, en realidad, lo que ha salido de una conversación ociosa de mañana tonta. Sirva como aviso, advertencia, amenaza o simple forma de autojustificación por si a alguien le parece que esta vez las meninges se me han ido de excursión dominguera con destino Mordor y origen incierto.

Hablando de literatura, del oficio del escritor y de cómo cada cual enfoca su ‘profesión’ (si es que se le puede llamar así), hay una cuestión que, al menos a mi juicio, tiene mucho más de fábula que de otra cosa. Y, sin embargo, hay escritores-wannabe (o, lo que es lo mismo, personas humanas que quieren ser escritoras) que se lo toman como un Catecismo del Literato, o como el mismísimo Libro Sagrado de Om para Escritores, o como las palabras cinceladas en las Tablas de la Ley por el dedo del Dios de la Literatura. Me refiero a esa leyenda urbana, ese mito, esa hipótesis, esa Gran Verdad Que Todo el Mundo Conoce según la cual el escritor es un ser solitario, amargado, que vive encerrado en su mundo y al que sólo se le aparecen las Musas cuando su vida da más bien bastante asquito. Useasé, el Mito del Escritor Maldito, cuya vida es una mierda (sin perdón) y por ello es capaz de crear nuevas vidas usando un método alternativo (que, por supuesto, no incluye sexo; si no, la vida del escritor no sería tan mala…) consistente en juntar palabras encima de un folio en blanco (o en un documento de word).

De hecho, la idea mental que muchos tienen del escritor-tipo (una idea casi romántica, si lo pensamos bien) es la del tipo solitario, arisco, hosco, quizá alcohólico o drogadicto, incluso un poco sociópata, cuyo trato con la Humanidad se reduce a las bajadas de emergencia al supermercado, que convive con un montón de libracos cubiertos de polvo y millones de papelotes desperdigados por una casa mucho menos que limpia, que vive penando por aquel amor no correspondido/trágico que es el que le mueve a escribir, escribir y escribir. Aquél que, viendo la realidad que lo rodea, prefiere meterse en su propia mente antes que enfrentarse a ella. Y esa idea llega a tal punto que algunos, queriendo dedicarse a este oficio que es el de escribir, se dedican a maltratarse cuerpo y alma, a castigar el hígado con alcohol, las neuronas con todo tipo de estupefacientes y el espíritu con amores imposibles (llegando al extremo de convertirlos en imposibles si veían la posibilidad de que la historia saliera bien) simplemente para ser ese escritor maldito, ese personaje maltratado y olvidado que, renunciando a la sociedad por culpa de un doló muy grande, se encierra para parir obras de arte literarias en la soledad de su retiro y después maravillar al mundo con su prosa. Aún no han llegado a dejarse morir para convertirse en “el escritor reconocido tras su trágico fallecimiento”, pero no descarto verlo en cualquier momento.

Me van vuecencias a perdonar, pero me parece una soberana gilipollez. También sin perdón. Más que una cuestión de necesidad, me parece una cuestión de ‘pose’. Oh, soy infeliz, estoy aislado, mi Dulcinea no me ama. Voy a ser el mejor escritor del mundo. Venga ya, señores: qué tendrá que ver la cría de berberechos con el anacoluto salvaje. Y no sólo es que la ‘pose’ no haga al escritor, igual que el hábito blablabla monje: es que es, o al menos así lo creo según mi experiencia, totalmente contraproducente.

El escritor maldito. El escritor dolorido, dañado, castigado, incomunicado, que pena en soledad y vuelca su corazón sangrante en las páginas de sus escritos. Ven-ga-ya-co-le-ga. Hablando con unos cuantos (bastantes) protoescritores, me he dado cuenta de que no soy la única a la que le pasa exactamente lo contrario. Es decir, que sólo somos capaces de escribir cuando estamos BIEN. Cuando estamos en paz, tranquilos, sin preocupaciones, sin problemas, sin disgustos. Cuando no tenemos en la cabeza veinte mil millones de dilemas, historietas, obligaciones, responsabilidades y dificultades. Cuando no nos pasamos las horas muertas pensando en el dolor de nuestro corazón (sangrante). De hecho, en este último año no sólo yo, sino también varios de esos amigos que también le dan a la pluma/tecla hemos tenido una ‘mala racha’, por llamarlo así, en la que nuestras vueltas, revueltas, comeduras de tarro y demás complicaciones mentales nos han impedido escribir una sola letra. Y, si la escribíamos, estaba mal puesta. ¿Bloqueo? Sí, pero causado precisamente por ese dolor de alma al que algunos intentan acceder porque creen que así van a ser los mejores escritores del mundo universo y parte del extranjero.

Yo sé que cada maestrillo tiene su librillo, que a cada cual le funciona un sistema y que para cada uno hay un método. Sin embargo, aunque sólo sea por estadística (quince bloqueados por problemas, dos asegurando que ése es el método que les funciona) y teniendo en cuenta que esos ‘disidentes’ tampoco están escribiendo nada de nada por muy honda que sea su ‘maldición’… me parece que la conclusión está clara. Dejémonos de poses y de mitos, de leyendas y de hipótesis: cuando mejor se escribe, cuando mejor se hace todo, es cuando uno está bien. Punto.

3 comentarios:

  1. Pues eso: "ven-ga-ya-co-le-ga" XD Pero bueno, ya que no se puede escribir, por lo menos tener "pose". Yo creo que voy a comprarme las gafas de sol, el foulard y el bastón. Y pasarme al tabaco de liar. Y ensayar la mueca de hastío y angustia sartriana... Escribir no escribiré, pero ¿y lo que me voy a reír?

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  2. Yo es que siempre he sido fan de Tolkien, C.S. Lewis y ese tipo de escritor "tranquilo".

    Creo que Isaac Asimov tenía un relato corto a ese respecto. El del autor de novelas de misterio de un tal Reginald De Meister, que acaba saliendo del libro para hacerle la puñeta. El caso es que el autor está dando una entrevista y los fans le preguntan cosas del tipo de "¿Toma usted mucho café, pasa noche tras noche sin dormir, buscando la inspiración?" Y el tío claro, contesta que sí, que sus mejores párrafos los ha escrito borracho o con resaca, que tenía que hacer entregas harto de café. Y que alguna vez ha tomado cocaína porque la considera impulsora del esfuerzo creativo. Y añade "Sus horas de escribir eran de nueve a una y de tres a cinco y sólo bebía leche". Me hizo mucha gracia porque Asimov se estaba riendo del estereotipo, y con mala leche. Por cierto, el cuento es buenísimo.

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