viernes, 15 de marzo de 2019

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Joe Abercrombie
Antes de que los cuelguen

Maldita niebla. Se te mete en los ojos, no te deja ver más que un par de zancadas del terreno que tienes delante. Se te mete por las orejas, no te deja oír nada, y si acaso oyes algo, no sabes de dónde viene. Se te mete por la nariz, no te deja oler nada que no sea humedad. Maldita niebla. Es la pesadilla del explorador.

Hacía unos días que habían dejado el Norte y entrado en Angland, cruzando el Torrente Blanco, y desde entonces el Sabueso andaba con los nervios a flor de piel: explorando territorio desconocido en medio de una guerra que ni les iba ni les venía. También sus camaradas andaban inquietos. Aparte de Tresárboles, ninguno de ellos había salido nunca del Norte. Hosco tal vez sí. Pero no solía hablar de los sitios en los que había estado.

Habían pasado unas cuantas granjas incendiadas y un pueblo abandonado por sus habitantes. Las típicas construcciones de la Unión, edificios grandes, cuadrados. Habían visto huellas de caballos y de hombres. Muchas huellas, pero ni un solo hombre. El Sabueso sabía que Bethod no podía andar muy lejos; su ejército estaría desplegado por el territorio, buscando ciudades que incendiar, provisiones que robar, gente a la que matar. Sembrando la destrucción a su paso. Tendría exploradores por todas partes. Si capturaban al Sabueso, o a cualquiera de sus compañeros, volverían al barro, aunque no de forma demasiado rápida. Cruces ensangrentadas, cabezas ensartadas en picas, todas esas cosas; el Sabueso no se hacía demasiadas ilusiones al respecto.

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