viernes, 8 de marzo de 2019

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El pozo de las Tinieblas
Douglas Niles

Introducción

La diosa despertó lentamente de su frío sueño, recobrando la consciencia a medida que se apartaba el helado manto de la estación cambiante. Volviéndose con gracia imperial, buscó la fuerza vivificante del nuevo sol.
Pronto sintió su calor sobre las largas y arenosas playas de sus costas y sobre las estancadas aguas de sus bajas y llanas marismas. Poco a poco, el sol apartó la cubierta invernal de los ondulados paramos y los campos cultivados.
El espeso manto blanco que cubría los bosques y cañadas de la diosa permaneció sin cambio, y las tierras altas no dieron todavía señales de reconocer el final del invierno. Todo ocurría como debía, y la diosa se regocijó en la creciente vitalidad de su cuerpo: la tierra.
Últimamente se había empequeñecido, pero su fuerza era grande. Su suelo, aunque amenazado, estaba al cuidado competente de sus druidas, e incluso los heraldos de los nuevos dioses la trataban con cierta deferencia. En los Pozos de la Luna -en los que su poder fluía directamente de su espíritu a su cuerpo- el agua de la magia suprema reposaba clara y prístina entre gruesos pinos y en grietas rocosas.
Mares fríos bañaban sus tierras, limpiando los escombros y ruinas producidos por el paso del invierno. La diosa vio que sus hijos seguían durmiendo tranquilamente. Esperaba que pudiesen dormir durante largos años antes de que ella necesitase despertarlos.

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