sábado, 9 de marzo de 2019

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Cúpulas de fuego
David Eddings

Era principios de primavera y la lluvia aún conservaba el recuerdo del frío del invierno. Una suave llovizna plateada bajaba del cielo nocturno y formaba espirales en torno a las robustas torres de vigilancia de Cimmura, siseando al tocar las antorchas emplazadas a ambos lados de las anchas puertas y haciendo que las piedras de la carretera que conducía hasta la entrada estuviesen negras y lustrosas. Un jinete solitario se acercaba a la ciudad. Iba envuelto en una pesada capa de viaje y montaba un alto caballo ruano peludo de largo hocico y ojos apagados y ariscos. El viajero era un hombre grande, con una corpulencia de pesados huesos y tendones flexibles más que de carnes. Tenía cabellos ásperos y negros, y en alguna época pasada se había roto la nariz. Cabalgaba tranquilamente pero con ese peculiar estado de alerta de los guerreros entrenados.
El enorme caballo ruano se estremeció con indiferencia para sacudirse la lluvia del velludo pelaje, en el momento en el que se acercaron a la puerta este de la ciudad y se detuvieron en el rojizo círculo de la luz de las antorchas, en el exterior de la muralla.

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