miércoles, 13 de marzo de 2019

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ELEGIDOS DEL SOL
Richard E. Dansky

La tumba a la que llamaban el Sepulcro de Talat se encontraba a doce días largos al sudeste de las Grandes Bifurcaciones, cerca de un bosquecillo que, según aseguraban las supersticiones locales, estaba encantado. Más sabios que los extranjeros, los lugareños evitaban el lugar y se cuidaban de que las puertas de sus casas estuvieran bien cerradas tras la caída de la noche. Echaban los postigos, atizaban los fuegos en las chimeneas y mantenían las armas cerca por si a algún muerto errabundo se le ocurría la idea de presentarse sin ser invitado. La tierra de labranza era buena en las proximidades del Sepulcro de Talat ahora que los nudosos laureles y los pinos enanos habían sido arrancados y la vida era más sencilla de lo que podría haber sido en otros lugares. Simplemente, las personas sensatas sabían que no debían aventurarse por los campos tras la caída de la noche si no querían encontrarse con algún muerto. Por lo demás, si trabajaban duro les sería fácil prosperar en aquella tierra. Aun cuando uno de los muertos encontraba una aldea y empezaba a aporrear las puertas, era relativamente fácil solucionar el asunto con antorchas y hoces y devolver la amenaza a su eterno descanso.

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