domingo, 17 de marzo de 2019

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Trudi Canavan
La aprendiz

Cada verano, durante unas pocas semanas, el cielo sobre Kyralia exhibía un rotundo color azul y el sol caía a plomo. En la ciudad de Imardin, el polvo tomaba las calles y en el Puerto los mástiles sucumbían a la calima, mientras hombres y mujeres se refugiaban en su hogar, abanicándose y sorbiendo zumo o, en las zonas más peligrosas de las barriadas, bebiendo copiosas cantidades de bol.
   
Pero en el Gremio de los Magos de Kyralia estos días abrasadores saludaban la proximidad de un importante evento: el juramento de la promoción estival de aprendices.
   
Sonea hizo una mueca y se tiró del cuello del vestido. Aunque su deseo era llevar los mismos ropajes sencillos pero bien confeccionados que había vestido desde que vivía en el Gremio, Rothen había insistido en que necesitaba algo más elegante para la Ceremonia de Aceptación.
 
—No te preocupes, Sonea —dijo Rothen, riendo por lo bajo—. Terminará pronto y después ya tendrás la túnica con la que vestirás. Estoy seguro de que te hartarás de ella enseguida.
   
—No estoy preocupada —le replicó Sonea con irritación.
 
 Los ojos del mago se iluminaron divertidos.
   
—¿De verdad? ¿Ni siquiera te sientes un poco nerviosa?
   
—No es como la Vista del año pasado. Aquello fue algo salvaje.

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