domingo, 3 de marzo de 2019

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SOMBRAS DE PLATA
Elaine Cunningham



Preludio
La noche caía con rapidez sobre el bosque de Tethir y los vigilantes de la caravana miraban de soslayo los altos y espesos muros de vegetación que circundaban la ruta comercial. Los sonidos del bosque parecían multiplicarse y hacerse más siniestros a medida que las tinieblas se adueñaban de su entorno. Por encima de sus cabezas, copas de árboles centenarios formaban una bóveda de tal espesor que los rayos de la luna menguante apenas podían atravesarla, pero los mercaderes siguieron avanzando y, cuando los caballos empezaron a trastabillar, encendieron antorchas y faroles.
El exiguo círculo de luz apenas era capaz de romper la creciente oscuridad ni apaciguar las mentes inquietas de los mercaderes. Es más, el juego de luces y sombras de las antorchas parecía mofarse de ellos, pues parpadeaban y amenazaban constantemente con apagarse y desvanecerse entre los árboles.
Aquel bosque tenía un misterioso halo que inducía a pensar que esas cosas eran posibles. Todos los viajeros habían oído relatos sobre los Observadores de Tethir, y no había hombre o mujer en aquella caravana que no sintiera sobre su persona la mirada de aquellos ojos invisibles.

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