A pesar de que el siguiente relato está confirmado con tanta seguridad
como pueda estarlo cualquier hecho histórico, resulta casi increíble,
debido a las monstruosas crueldades de que trata. No hay nada que hayamos
oído contar con las mismas garantías de certidumbre que pueda
comparársele, ni que muestre con tan horribles detalles hasta que extremos
puede conducir a una persona un temperamento brutal, cuando carece del
freno de la educación y el conocimiento del mundo.
Sawney Bean nació en el condado de East Lothian, a unos trece kilómetros
al este de la ciudad de Edimburgo, durante el reinado de Jaime I de
Escocia. Su padre se dedicaba a recortar setos y excavar zanjas, e inició
a su hijo en la misma profesión. En su primera juventud se ganaba el pan
cotidiano con aquel oficio, pero siendo muy inclinado a la vagancia,
terminó por abandonar a sus padres y trasladarse a la parte deshabitada de
la región, llevándose con él a una mujer de inclinaciones tan perversas
como las suyas.
La pareja se instaló en una cueva, cerca de la playa del litoral del
condado de Galloway; allí vivieron durante más de veinticinco años, sin ir
a ninguna ciudad, pueblo o aldea.
En aquel tiempo tuvieron un gran número de hijos y nietos, a los cuales
criaron de acuerdo con sus propios hábitos, sin la menor noción de
humanidad ni de sociedad civilizada. Nunca tuvieron ninguna compañía, y se
mantenían a sí mismos robando, siendo, además tan crueles, que nunca
robaron a nadie sin asesinarlo previamente.
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