jueves, 14 de agosto de 2014

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Louisa Baldwin
Cómo Dejó el Hotel 

Acostumbraba trabajar en el ascensor del Hotel Empire, esa gran construcción en líneas de ladrillos rojos y blancos como panceta rayada, que se levanta en la esquila de la calle ***. Hice mi servicio militar y fui descargado con galones de buena conducta; y esta es la forma en que obtuve el empleo. El hotel era una gran compañía con un comité de administradores compuesto por oficiales retirados y personas por el estilo; caballeros con dinero invertido en el consorcio y nada que hacer más que ponerse nerviosos sobre ello, y mi finado coronel fue uno de ellos. Fue un hombre de buen carácter que nunca dio un paso cuando su genio estuviera cruzado, y cuando le pregunté por un empleo, me dijo "Mole, eres el hombre justo para trabajar en nuestro gran hotel. Los soldados son civiles y prácticos, y el público los quiere más que a los marinos. Se nos fue un hombre y tu ocuparás su lugar." 
Me gustaba mi trabajo tanto como la paga, y cuidé el puesto por un año, y aún estaría allí de no mediar una circunstancia. Pero no me anticiparé. La nuestra era un ascensor hidráulico. Nada de esas desvencijadas cosas que se mecían como un loro enjaulado en una escalinata, a la que no podría confiar tranquilo mi cuello. La nuestra andaba tan suave como aceite, que un niño podía estar ahí y estar tan seguro como en el suelo. En vez de tenerla repleta de anuncios como un omnibus, teníamos espejos y las damas se podía ver el reflejo, dar palmaditas en sus peinados, y arreglar el maquillaje. Era como una pequeña salita de estar, con almohadones de tercipelo rojo donde sentarse, de esos que uno no quería hacer más nada que apoyarse encima para sentirse flotando como un ave.

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