sábado, 9 de agosto de 2014

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JAMES LOWDER
EL PRÍNCIPE DE LAS MENTIRAS

Gwydion no tenía salvación, pero de todos modos seguía corriendo. Apodado «el Veloz» por el sargento de su compañía de los jactanciosos Dragones Púrpura de Cormyr, Gwydion había vencido a todos los que se habían atrevido a desafiarlo en la carrera. Era capaz de correr como una centella desde un extremo al otro del largo Paseo de Suzail sin inmutarse, mientras que los aspirantes a su título empezaban a jadear mucho antes de llegar a la Torre de Vangerdahast, situada a medio camino. Siendo explorador, durante la cruzada, había superado a tres jinetes de Tuigan para entregar un mensaje al rey Azoun. Tan grande era su fama que nadie, por más escéptico que fuera, se habría atrevido a cuestionarlo, aunque nadie más hubiese presenciado la sorprendente hazaña.
Sin embargo, hasta el propio Gwydion dudaba de que la ligereza de sus pies pudiera salvarlo ahora, como tampoco había conseguido salvar a lady Cardea el precioso arco construido por los elfos, ni había librado del mal a Aram Scragglebeard la multitud de encantamientos. No, los cuervos carroñeros que poblaban el cielo gris como el acero estaban allí por él y por sus compañeros caídos.
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