Elaine Cunningham
Preludio
El elfo emergió en un claro, un pequeño prado verde rodeado por un círculo de enormes y milenarios robles situados muy cerca unos de los otros. Su camino lo había llevado a un lugar de extraña belleza que, a unos ojos menos avezados que los suyos, podría parecer totalmente natural. El elfo nunca había visto un lugar tan verde. Unos rayos de sol matutinos atravesaban las hojas y enredaderas, e incluso el aire que lo rodeaba parecía espeso y vivo. A sus pies, gotas esmeralda se adherían a la hierba. Los inquisidores ojos del elfo se estrecharon mientras hacía cábalas. Se arrodilló y examinó la hierba hasta encontrarlo: un rastro casi imperceptible donde la hierba, que llegaba hasta los tobillos, no tenía rocío. Sí, su presa había pasado por allí.
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