domingo, 17 de agosto de 2014

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La marca del lobo
           

            El sol empezaba a decaer por detrás de las montañas, allá en el oeste, y su agónica luz iluminaba caprichosamente el valle. Convertía a aquel lugar en un paraje casi tétrico acompañado en su imagen por la monótona y estéril capa de nieve que lo cubría todo. Pero a Molg aquella luz le parecía una bendición: le permitía seguir avanzando y rezaba a sus dioses para que durase lo suficiente hasta encontrar un refugio.
            Llevaba caminando sin descanso desde que unos aullidos de lobo le despertaran bruscamente aquella mañana. Había recorrido desde entonces mucho kilómetros abriéndose paso a través de la maleza y luchando contra la nieve y contra su propio cansancio. Durante todo el dia había estado oyendo los aullidos, cada vez mas cerca, unas veces a su izquierda  y otras a su derecha, siempre rodeándole. Ahora, el crepúsculo avanzaba hacia la oscuridad y Molg sabia que habría de detener su marcha y enfrentarse a los lobos. Era más que probable que no sobreviviese a esa noche pero aunque lo hiciera, al amanecer la manada lo tendría rodeado, así que su destino parecía inexorablemente la muerte.

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