viernes, 18 de enero de 2019

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EL GRAN INCENDIO

La mañana en que empezó el gran incendio, nadie en la casa pudo apagarlo.
Fue la sobrina de mamá, Marianne, que vivía con nosotros mientras sus padres estaban en Europa, quien estaba toda envuelta en llamas. Así que nadie pudo romper la ventanita de la caja roja en la esquina, y apretar el botón que traería las mangueras de grandes chorros y los bomberos sombrerudos.
Marianne bajó las escaleras ardiendo como celofán, y se dejó caer con un grito o un gemido en una silla, ante la mesa del desayuno, y no comió ni siquiera para rellenar la cavidad de una muela.
Mamá y papá se apartaron. Había demasiado calor en la sala.
— Buenos días, Marianne.
— ¿Qué? -Marianne miraba a lo lejos y hablaba vagamente-. Oh, Buenos Días.
— ¿Dormiste bien anoche, Marianne?
Pero sabían que ella no había dormido. Mamá le dio a Marianne un vaso de agua y todos se preguntaron si no se le evaporaría en la mano. La abuela observó los ojos febriles de Marianne.
— Estás enferma, pero no es un microbio -dijo-. Ningún microscopio ha podido descubrirlo.
— ¿Qué? -dijo Marianne.
— El amor es padrino de la estupidez -dijo papá desinteresadamente.
...

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