sábado, 26 de enero de 2019

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YO, YO Y SIEMPRE YO

—¿No valdría más que dejase de leer por un momento ese tebeo para prestarme un poco de atención y escuchar lo que tengo que decirle antes de que emprenda la mayor de las aventuras realizadas por el hombre? En resumidas cuentas, es su propia cabeza de chorlito la que va usted a arriesgar.
      
El profesor Ruddle demostró su disgusto de modo inconfundible, congestionándose hasta la raíz de sus blancos y sedosos cabellos. McCarthy empujó con la lengua el tabaco que mascaba hacia un lado de la boca y frunció los labios. Luego contempló con ojos soñadores a un lavabo esmaltado que se encontraba casi a cinco metros de la enorme maraña cuadrada de alambre y cristal en la que había estado trabajando el profesor. Súbitamente, surgió un largo chorro pardusco de su boca que chocó contra el grifo de latón con un curioso chasquido. El profesor pegó un brinco. McCarthy sonrió.

—No me llame usted Cabeza de Chorlito —protestó—. sino McCarthy Cabeza de Pato. Conocido y respetado en todas las cárceles de los Estados Unidos, incluidas las de Carolina del Norte, donde ahora tengo el gusto de encontrarme. «McCarthy Cabeza de Pato, diez días por vagancia», es lo que suelen decir, o «McCarthy Cabeza de Pato, veinte días por borrachera y escándalo público». Pero nunca me han llamado Cabeza de Chorlito. —Hizo una pausa, suspiró, y alcanzó de nuevo con su infalible puntería al grifo—. Mire, amigo, lo único que yo quería era una taza de café y algo para desayunar. Eso de la máquina del tiempo no me interesa.
      
—¿No significa nada para usted pensar que pronto se hallará a ciento diez millones de años en el pasado, un pasado en el que aún no existían antecesores reconocidos del hombre?
     
—¡Qué va! No significa absolutamente nada para mí.
...

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